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jueves, 30 de junio de 2011

Standing ovation



I AM WHAT I AM!

Así, en mayúsculas. Tal vez sea la mayor declaración de principios que haya salido nunca de un escenario de Broadway. Soy lo que soy, te guste o no. Eso es lo que hay.
Se necesita valor para plantar cara a la muchas veces pacata y conservadora sociedad norteamericana, y montar un show -concebido además para toda la familia- basado en el amor explícito e incondicional de dos hombres frente al mundo. Sí, pero hubo que esperar hasta principios de los 80, a pesar de que antes ya se hubieran estrenado piezas de diverso calibre que tocaran con más o menos discreción este delicado tema.
La Cage aux Folles (Vicios pequeños, La jaula de las locas, Una jaula de grillos... como se ha llamado en sus distintos formatos) es, por el contrario, uno de los musicales más tradicionales creados en la últimas décadas. No ya solo en su estructura o en sus temas, sino por el propio mensaje que encierra. El amor por la familia (sea cual sea su origen, eso sí), la aceptación del diferente, la comprensión y el apoyo mutuo ante la adversidad, y la fidelidad al más viejo estilo.
No puedo ni imaginar el torrente de ideas -y de melodías- que fluirían por la mente de Jerry Herman en cuanto cayó en sus manos el chispeante libreto de Harvey Fierstein (Torch Song Trilogy, Hairspray...). Desde luego no había en todo Broadway autores más idóneos para dar forma a este material, que ya venía avalado por un enorme éxito en Europa cuando solo era una obra de teatro o una película cómica (con unos formidables Ugo Tognazzi y Michel Serrault), aunque nunca resultó especialmente difícil encontrar libretistas y compositores abiertamente gays en el ambiente del musical. Pero -por fortuna- la condición sexual no es lo único que define a este par de genios del show business que no vamos a descubrir a estas alturas. Con semejante tándem, la fórmula del éxito estaba más que garantizada.
Estamos en Saint Tropez, años setenta, una pareja de edad incierta regenta desde años el cabaret más glamuroso de la Costa Azul, Georges es el maestro de ceremonias y Albin la estrella. Una vieja gloria -en realidad ni tan vieja ni tan gloria- en el ocaso de su carrera, una estrella que se siente abandonada, olvidada, ignorada... hasta que cada noche se pone "un poco más de rimmel" -uno de los temas más acertados del repertorio- y recupera de un brochazo toda su perdida autoestima. Cuando el hijo del primero anuncia por sorpresa su intención de casarse, para más detalle con la hija de un político ultraconservador al que muy pronto tendrá que presentar a "sus padres"... el enredo, el equívoco y un puñado de gags de caerse de espaldas ya están servidos. Y si todo esto lo aliñamos con unas canciones y unas coreografías inolvidables -las acrobáticas Cagelles, las chicas/os del coro ponen al teatro de pie desde que aparecen en escena- no nos extraña que este producto tuviera un arrollador éxito desde su estreno. A pesar de que las críticas fueran algo ambiguas al principio -tachando a Herman de facilón y excesivamente comercial, condenado a soportar absurdas comparaciones con autores "más cultos" como Sondheim-, a pesar de la corriente de homofobia que renacía en el país coincidiendo con la irrupción de la epidemia del sida, a pesar de que jamás en Broadway las chicas del coro tuvieron "tanto que ocultar" entre las piernas, a pesar de todos los miedos y de todos los prejuicios... La Cage aux Folles no solo fue un éxito de público, sino que se llevó seis premios Tony en 1984, entre los que figuran el de mejor musical del año y mejor actor para un genio que se atrevió con el papel más arriesgado de su larguísima carrera, George Hearn.
Y el éxito continúa. En cada una de las reposiciones producidas desde entonces se ha podido comprobar como, a pesar de lo en cierto modo añejo de su tema, el show sigue en perfecta forma, entusiasmando y divirtiendo igual que hace casi treinta años. Lo puedes comprobar en el Longacre Theatre de la Calle 48. ¿Te animas?
Por todo ello, por la valentía de su propuesta (y su lucha ante las dificultades en su estreno), por la gracia de sus diálogos, por el descaro de sus personajes, por sus inolvidables canciones y sus letras (There´s one life and it´s no return and no deposit / One life and it´s time to open up your closet!), por sus electrizantes coreografías... y qué demonios, para celebrar el orgullo de ser diferentes e irresistibles a la vez -le guste a quien le guste- esta Standing Ovation se la dedicamos a una obra capaz de hacernos reir, llorar, saltar en la butaca y en definitiva vivir "el mejor de los tiempos".







jueves, 23 de junio de 2011

Hits/Flops



Put on a happy face!

¿Qué remedio? Habrá que poner buena cara a pesar de todo. Ése es el espíritu. A pesar de que semanas después del estreno de un proyecto tan esperado tuvieran que precipitar el cierre. A pesar de contar con una excelente producción, una colorista y dinámica escenografía, un reparto de lujo, unas coreografías divertidísimas, excelentes bailarines... Es especialmente triste ya que en este show participaban un montón de adolescentes para los que tal vez ésta ha supuesto su primera oportunidad real en el mundo del espectáculo... Pero ya sabemos como es Broadway, y en especial en los tiempos que corren, si no se empieza a amortizar la inversión desde el arranque de un show... mejor apaga y vámonos. Eso es lo que hay. Pero aún así, y como dice la canción, quita de una vez esa mueca de tristeza y pesimismo y ¡alegra esa cara!
En este nuevo capítulo de hits/flops (éxitos y fracasos, ilusiones y decepciones...) no hacemos referencia a la producción original de un musical, sino a una muy esperada reposición. Bye Bye Birdie se estrenó por primera vez en 1960 con un éxito arrollador, tanto es así que ha sido llevada al cine en dos ocasiones, una en el año 1963 (con Dick Van Dyke y Ann Margret de protagonistas) y otra con la producción para televisión de 1995 (con Vanessa Williams y Jason Alexander).
Con libreto de Michael Stewart, letras de Lee Adams y una inolvidable partitura de Charles Strousse (Applause, Annie, Rags...), la historia nos sitúa en Sweet Apple, Ohio, un pueblecito en el que nunca pasa nada, y al que de pronto llegan un ambicioso mánager, Albert Peterson y su secretaria -y novia- hispana, la sensual Rosie Alvarez (Dick Van Dycke y Chita Rivera en la producción original). La idea es lanzar un nuevo cantante que empieza a hacer furor entre las adolescentes, Conrad Birdie (un perfecto alter ego de Elvis Presley) haciendo que se despida besando a una virginal chica del pueblo antes de alistarse en el ejército. Este "inocente" montaje provocará una auténtica revolución entre los teenagers y sus padres, que se verán involucrados en un alocado enredo que trascenderá hasta el mismísimo programa de Ed Sullivan, vamos, lo más. Entre tanto, la desesperada Rosie, que lleva ocho años soportando excusas para retrasar su boda, sueña con que su adorado Albert cambie por fin de profesión y se convierta en un amable y tranquilo profesor de literatura ("An english teacher", uno de los temazos del show).
El colorido pop, la frescura del argumento y la inclusión del emergente Rock and Roll entre las canciones hacen que esta obra pueda asimilarse fácilmente a otra que aún tuvo mucha más repercusión, Grease, sin embargo Bye Bye Birdie es once años anterior y -esto siempre se puede discutir- musicalmente mucho más interesante.
El año pasado se presentó la primera reposición de este musical en Broadway en más de cuarenta años, con John Stamos (Hospital General, Padres forzosos, Friends...) como Albert, Gina Gershon (Cocktail, Showgirls, Cabaret...) como Rosie y mi querido Bill Irving y Dee Hoty como Mr. y Mrs. MacAffee. Buen plantel de actores, pero tal vez faltos del gancho necesario como para sobrevivir en una cartelera sometida a una presión (y una competencia) sin precedentes. El que escribe se quedó sin verlo por un par de semanas, mala suerte, también acababan de cancelar precipitadamente una reposición de Finian´s Rainbow, otra joya poco común. Y mientras en las marquesinas siguen brillando los Lion´s Kings, Rock of Ages o Jersey Boys durante años y años... son los tiempos, pero no pasa nada, siempre podremos encontrar algo que nos compense en algún teatro a la vuelta de la esquina, y, en cualquier caso, pongamos cara de felicidad aunque a veces haya que decir Bye Bye mucho antes de tiempo.










jueves, 16 de junio de 2011

TKTS



The Tony Awards

Marie Antoinette Perry quiso ser actriz. A pesar de no estar bien visto en la buena sociedad de la época (1888-1946), por sus venas corría sangre de escena, la de sus tios, ambos "cómicos de la legua", como solíamos decir aquí , "touring actors" o "gypsies"...como se conocen en la cultura anglosajona. De hecho pronto tuvo que sufrir las habladurías del vecindario al decidir aceptar su primer papel en una obra de importancia, Music Master, con solo dieciocho años. Esa era su pasión y, a razón de las buenas críticas que tuvo, se puede decir que demostró con solvencia su talento. Pero -cosas de la vida y de los tiempos- un afamado hombre de negocios de Denver la retiró de la farándula al hacerla su esposa y madre de sus hijos. Sueños aparcados.
Fueron precisamente dos de sus hijas, Elaine y Margaret, las que heredaron su amor por el mundo del espectáculo convirtiéndose en productoras y directoras de teatro. Andamos por los años veinte, así que es fácil imaginar que estamos hablando de mujeres con agallas, unas auténticas pioneras ¿o no?
En cuanto su esposo pasó a "mejor vida", Tony -como se la conocía entre sus íntimos- decidió volver a la escena y no solo a interpretar, sino a dirigir y a producir obras, formando una especie de equipo familiar.
Pero lo que la llevó a ser tan popular fue su labor como fundadora -y muchos años presidenta- del American Theater Wing, algo así como la primera y mayor institución dedicada a salvaguardar la excelencia del teatro americano. Al estar implicada personalmente en cada empeño relacionado con el mundo del espectáculo, su repentina muerte -de un ataque al corazón en medio de la producción de una nueva obra- fue realmente sentida en todo el país, especialmente, claro, en Broadway. Y fue al año siguiente cuando se llevó a la práctica un proyecto que ella misma había emprendido tiempo atrás, la creación de unos premios anuales que reconocieran a los profesionales del teatro, tanto dramático como musical. Así que estaba claro el nombre ¿no?  The Antoinette Perry Awards...que pronto fue acortado en un cariñoso y mucho más cercano "Tony". Hoy son considerados los oscars del teatro... ¿Oscar? ¿Pero quién demonios era Oscar?
Desde 1947 han sido merecedores de este galardón actores, directores, productores, autores, compositores, coreógrafos... de la talla de Ingrid Bergman, Kurt Weill, Arthur Miller, Cole Porter, Helen Hayes, Henry Fonda, Ethel Merman, Audrey Hepburn, Elia Kazan, Anne Bancroft, Harold Pinter, Richard Rodgers, Neil Simon, Cecil Beaton, Stephen Sondheim, John Gielgud, Jerry Herman, Vanessa Redgrave, Bob Fosse, Liza Minnelli, Harold Prince, Richard Burton, Angela Lansbury, Mike Nichols, Barbra Streisand, Ian McKellen, Al Pacino, Andrew Lloyd Webber, Mel Brooks, Bernadette Peters, Cameron Mackintosh, Glenn Close, Nathan Lane, Bernadette Peters, Patti LuPone... y uff!! para qué seguir...
A esta larguísima lista se suman este año (aunque varios ya repiten) Frances McDormand (como actriz protagonista de la obra, Good People), Mark Rylance (actor protagonista de la obra Jerusalem),  John Larroquete (secundario en How to Succeed in Business...), Nikki M. James (secundaria en The book of Mormon), Norbert Leo Butz (como actor de musical en Catch me if you can) o Sutton Foster (mejor actriz de musical por Anything Goes).
La obra de teatro premiada ha sido War Horse, de Nick Stafford. La mejor reposición teatral "The normal heart", de Larry Kramer (y dirigida por Joel Grey) y el premio a la reposición de un musical fue para"Anything goes". Finalmente el Tony al mejor musical del año -estaba cantado, y nunca mejor dicho- para esa irreverente parodia de las aventuras de un grupo de chicos con corbatas negras y biblias en mano...The Book of Mormon, del equipo responsable de la serie South Park, que ha arrasado en esta edición llevándose nueve de los catorce premios a los que estaban nominados. Y dejando sin ninguno a su principal competidora, The Scottboro Boys, que se fue a casa con las manos vacías.  Habrá que ir a verlo ¿no?
Por ahora nos conformaremos con la generosa ración de videos que os traigo esta semana, una selección de los mejores momentos de la gala de este 2011 presentada por el magnífico Neil Patrick Harris, suficientes para mostrarnos la espectacularidad, el dinamismo, la emoción y el poderío que han caracterizado siempre a esta ceremonia.  Ríete tú de los Oscars.
Pero ¿de verdad alguien sabe quién era ese tal Oscar?















jueves, 9 de junio de 2011

Another opening, another show! (una historia de Broadway, 3)



Las locuras de Ziegfeld

Florenz Ziegfeld quiso ir más allá. Cuando el circuito de los teatros no cruzaba las fronteras de la Calle 42, él se adentró en los límites del Tenderloin, una zona de establos y viejos almacenes salpicada de burdeles donde los obreros iban a emborracharse y a olvidarse de sus miserables vidas. Antes de ser conocida como Times Square, Longacre era el primitivo nombre de la plaza que para muchos es el centro neurálgico del mundo. Empezó a llamársele así desde que el New York Times decidió instalar alli sus oficinas principales. Allí mismo, en la intersección entre la interminable Calle Broadway y la Séptima Avenida, donde se acumulaban los más populares centros de ocio de una ciudad que crecía por minutos, este hijo de inmigrantes alemanes con tremendo olfato para los negocios instaló su cuartel general a principios del siglo XX. "Impresario Extraordinaire", decía en su tarjeta de visita. Ahí empezó todo.
Con clara inspiración en las Follies Bergère parisinas, la fórmula que desarrolló hasta el comienzo de la década de los años 30 consistía en alternar suntuosos números musicales repletos de chicas despampanantes con actuaciones de humoristas, acróbatas y pequeñas inclusiones de sketches cómicos o románticos. Pero como es habitual entre los americanos, la idea copiada de Europa pronto estaría actualizada, mejorada y ampliada. Más chicas, más chistes, más bailes, más decorados, más de todo. Aún eran años de abundancia -los locos veinte- ya llegarían las vacas flacas, aunque también las pensaban recibir a ritmo de claqué.
En un espectáculo de la marca Ziegfeld -conocidos muy justamente como "extravaganzas"- podía haber aproximadamente unas treinta chicas de coro, veinte bailarines, cuarenta músicos, otro tanto entre tramoyistas y técnicos, además de las figuras principales y sin contar los costes de los fastuosos decorados. Pues bien, aún así estos megalómanos montajes seguían resultando rentables. Claro, los salarios de la época eran muy diferentes a los de hoy día (aún no existía el Sindicato de Actores), pero también la respuesta del público era otra, y el entusiasmo que reinaba en el ambiente cuando se anunciaba uno de estos estrenos, fue algo único e irrepetible en la historia del teatro americano.
El Tin Pan Alley -además de una manzana repleta de oficinas de alquiler- era como se conocía al grupo de empresarios, compositores y editores musicales de las primeras décadas del siglo. Los que se movían en el negocio de la producción de shows del Great White Way, entre los que se encontraban nombres de semidesconocidos que en pocos años llegarían a convertirse en los padres de la música popular americana. Hablamos de Irving Berlin, Jerome Kern, Cole Porter, Dorothy Fields, Ira y George Gershwin, entre otros. Todos trabajando a destajo para satisfacer la enorme demanda de canciones que estas funciones requerían, muchas de consumo fácil e intrascendente, mientras que otras traspasarían las barreras del tiempo para convertirse en auténticos clásicos.
Pero lo más importante -amén de las coristas- eran los actores, y es de destacar el nutrido grupo de artistas que nacieron a la sombra de las Follies. Al Jolson, Marilyn Miller, Eddie Cantor, W.C. Fields, Fanny Brice... Aunque el sello del productor era "glorificar la belleza americana", también supo sacar partido a las payasadas de ésta última, una judía de Nueva York que a fuerza de reirse mucho de sí misma consiguió que todo, absolutamente todo el país se riera con ella. Aunque Ziegfeld no lo veía muy claro al principio, acabó explotando al máximo la vis cómica y grotesca de esta, por otra parte, magnífica cantante. Y eso remató el éxito de la fórmula, enganchando al público con la belleza de las perfectas e inalcanzables modelos en contraste con lo grotesco de los clowns de turno. Se cuenta que, al no tener mucha esperanza en que el famoso productor la aceptara, cuando por fin le ofrecieron un contrato por 75 dólares a la semana -en torno a 1910- corrió como una loca por todo Broadway enseñándoselo a todo el mundo. Así era ella.
Ziegfeld no se quedó ahí, sino que también supo confiar en otro tipo de proyectos más serios y arriesgados, como el que referíamos en nuestro anterior capítulo, Show Boat, tal vez el primer musical propiamente dicho de la historia. Pero hoy nos ocupamos de los maravillosos números de chicas de piernas y plumas interminables, los que llevaron a la cúspide a la belleza - y a la escena- americana.
Comenzamos con un montaje de 1929 con Lawrence Gray  rodeado de starlettes de las Follies. A continuación la Fanny Brice original en una de las pocas filmaciones que existen de ella, y finalmente una escena de Funny Girl, el biopic que se hizo sobre la actriz en 1968, con otra judía de Nueva York, Barbra Streisand (de rodillas!!) interpretando el célebre personaje.
I´d rather be blue...so am I!








jueves, 2 de junio de 2011

Who is who in the cast




Matthew Morrison (younger than springtime)

Antes de que irrumpiera a lo grande en el panorama artístico gracias a la exitosa serie Glee y antes de que las carpetas de las chicas de instituto -vulgo niñatas- comenzaran a adornarse con sus fotos, muchos ya habíamos descubierto a este chico de Fort Ord, California. Personalmente me llamó la atención por primera vez -si mal no recuerdo- haciendo de Sir Harry, caballero del Heraldo, en la producción para televisión de Once upon a mattress, hace lo menos seis años. Verlo cantar y bailar de esa forma, así como interpretar con tal gracia y soltura ya me dio la pista de su inminente triunfo en el showbiz. Éste tiene que llegar lejos...
Pero desde los doce añitos ya andaba pisando tablas, al formar parte del coro de la adaptación musical de la película Footloose, curtiéndose luego con un clásico contemporáneo, The Rocky Horror Show, en una de las mil reposiciones que se han hecho de este espectáculo de culto.
Por su perfil de galán -boy next door- noble y apuesto hasta decir basta, consiguió su primer papel de importancia en Broadway, el de Link Larkin, el chico del que se enamora perdidamente la protagonista de Hairspray. Dado el éxito de esta divertidísima adaptación de la película de John Waters, su nombre comenzó a sonar cada vez con más fuerza en este mundillo. ¿Os extraña?
Pero Morrison demostró que no solo estaba dotado para comedias teenagers cuando se metió en una de las funciones más arriesgadas y personales de los últimos tiempos, The light in the Piazza, una arrebatadora historia de amor que sucede en la Florencia de los años 50, concebida por Adam Guettel (para muchos el nuevo Sondheim, ¿pero ya están buscando uno nuevo?). Su papel le supuso el "bautizo oficial" y la bienvenida al grupo de los grandes, con su primera nominación a un Tony.
En el 2008 se puso en marcha la reposición de uno de los musicales más emblemáticos de la historia, South Pacific, de Rogers and Hammerstein. Y claro, no tuvieron más remedio que contar con él para el papel del atormentado teniente Cable, uno de esos personajes oscuros que te sorprenden en obras tan familiares como esta. You´ve got to be carefully taught o Younger than Springtime en su voz y con su sentimiento, parecen de verdad escritas para él y para nadie más. A las pruebas me remito (vídeo nº2).
Pero como era de esperar, el cine y la televisión nos lo robaron de los escenarios a golpe de talonario. Suerte que al menos sigue haciendo un musical, una serie en este caso, que ya está arañando su tercera temporada y que ha supuesto un verdadero hito en el panorama televisivo actual.
Glee es un club de cantantes de una high school americana que tratan desesperadamente de encontrarse a sí mismos a través de la música y el baile. El director del coro -y carismático profe- es él, claro. Y eso pone en bandeja un montón de oportunidades de verlos -y verle- cantar todo tipo de temas, especialmente procedentes de obras musicales en unas versiones a veces únicas e inolvidables. Solo por eso merece la pena engancharse a este culebrón que ha batido todos los records de audiencia existentes. Bueno, y por gozar de los cameos de lujo que contiene la serie, Kristin Chenoweth, Idina Menzel (las brujas de Wicked), Victor Garber, Debra Monk o la mismísima Gwyneth Paltrow (vídeo nº3), sin contar con la presencia impagable de sus protagonistas habituales, Lea Michele, Chris Colfer (en el papel del gay mitómano y fashion victim de voz prodigiosa), Corey Monteith ("el chico") dejando aparte el profesor que todos habríamos querido tener por muchos partes que nos hubiera colocado.
Así que, ya que de momento no podremos ir a verlo a actuar en persona, nos conformaremos con disfrutar puntualmente de cada nueva entrega, soñando que tenemos dieciséis años, una escuela que apuesta a tope por el teatro musical, una taquilla en el pasillo del insti hecha un auténtico collage... y toda, toda la vida por delante.  Os dejo con mi amigo Matthew.