Wilkommen, bienvenue, welcome!!

lunes, 25 de julio de 2011

Entr´acte


So long, farewell... 

Después de haber estado juntos desde enero, semana tras semana, no me parece adecuado despedirnos "a la francesa". No es de buen gusto, no. Ya sé que no es una despedida, sino más bien un intermedio, o como señalan los programas de teatro, un "entr´acte". Uno se levanta de la butaca, va al baño, comenta con sus colegas lo bien que lo están pasando, cómo ha cantado aquel actor, o qué pasada de montaje, mientras se fuma un cigarrillo en la puerta, siempre respetando una distancia prudente de la marquesina. Y recreándonos con los carteles luminosos, esperando que vuelva la magia con la música del entreacto. 
Pues algo así. Descansamos en verano, cerrado por vacaciones, vuelvo en 5 minutos (o en mes y medio).
So long, farewell, bye bye (birdie), so long dearie, bye bye mein lieber herr... el adiós -o el hasta luego- suena mucho mejor con música de Broadway ¿no?  Por eso os digo hasta pronto no sin antes dar las gracias a todos por vuestro apoyo, vuestra respuesta y manifiesto interés. Un beso a mis seguidores y seguidoras, a los que pinchan por curiosidad y a los que cada semana entran, disfrutan y participan con sus comentarios o sugerencias. Gracias from the bottom of my heart! 
Os dejo con esta foto codo con codo con mi querida y admirada tocaya (la semana que viene es nuestro santo, by the way). ¿Estamos guapos o no?
Y recordad que nos vemos en Septiembre, que es el mes perfecto para cualquier regreso. Y si Dios -o Sondheim- quiere, volveremos con mucha más música, mucho más teatro, las ya conocidas secciones más algunas nuevas, y bueno, con ganas de seguir disfrutando juntos del fascinante mundo del teatro musical. 
Mientras tanto apago luces, cojo la maleta, doy la vuelta al cartel de abierto, cierro la puerta, y corro lejos de aquí.  ¿Y por qué? Cause is too too too darn hot!!
Enjoy the summer!






jueves, 21 de julio de 2011

Music & lyrics





Cole Porter (You´re the top!)

You're the Coliseum. You're the top! You're the Louvre Museum.
You're a melody from a symphony by Strauss, You're a Bendel bonnet, A Shakespeare's sonnet, You're Mickey Mouse!
Si tuviéramos que buscar una sola palabra que definiera el estilo de Cole Porter tal vez sería lo que en inglés llaman "Witty". Agudo, ingenioso, divertido, inteligente, atrevido, hilarante y preciso hasta decir basta.
Eso si hablamos de sus letras, pero ¿y sus melodías? ¿Cómo alguien puede llegar a ser tan frívolo y banal y al mismo tiempo capaz de sumergirse en el sentimentalismo más profundo? Let´s do it, It´s DeLovely, Let´s misbehave, Tom, Dick or Harry, Well did you evah... son como burbujas de champagne -del mejor, eso sí-  frescas y efervescentes, ligeras y atrevidas, y desde luego capaces de emborrachar antes de que te des cuenta. Por otra parte All trough the night, Every time we say goodbye, So in love... nos pueden poner tan tiernos... Según la mayoría de los críticos especializados, no ha habido otro compositor más hábil a la hora de empastar letra y música. Según mi propia opinión, lo más complicado que ha logrado este genio es hacer que todo parezca tan fácil. Los versos más caprichosos entrelazados, sin perder una sola coma, con el ritmo y con la música, muchas veces de forma frenética. Y es que hay gente que nace tocada por una varita mágica.
Y hay gente que nace en Perú, Indiana, en medio de ninguna parte, y acaba con sus días en una lujosa mansión de Santa Mónica, California, habiendo recorrido un largo e intenso camino. Bueno, en realidad no hay mucha gente que haya vivido una vida como la suya.
Su abuelo, el dueño de la mitad de la madera y del carbón del estado (de ahí le vino el apodo de "Cole", heredado por su nieto) esperaba que el niño se convirtiera en un importante abogado, de hecho lo empujó hasta Harvard y Yale a ver si podían hacer carrera de él. Pero su madre se había encargado de matricularlo en un montón de clases de música desde pequeño. Ella parecía conocerlo mucho mejor -con ocho años ya tocaba el violín, el piano y hasta había escrito su primera opereta- así que sin moverse de la universidad dejó los pleitos para formarse académicamente en armonía y composición musical. Este fue uno de los muchos secretos que nunca supo su abuelo.
Fue fácil llegar a Broadway, fue fácil triunfar en Broadway, fue fácil ir a la guerra - o no, porque para muchos Porter nunca se alistó en el ejército, a pesar de su inveterada atracción por los uniformes- fue fácil trasladarse a Europa, viajar por todo el mundo, instalarse en París y encadenar éxito tras éxito en la década de los años treinta. ¿Le fue fácil casarse? Fue inevitable, porque a pesar de su reconocida homosexualidad, el amor que sintió por Linda Lee Thomas fue más allá de lo puramente convencional. Esposa, musa, amiga, hermana y madre. Lo que debieron reirse y lo que debieron llorar juntos...
Cada vez que se estrenaba un musical de Cole Porter (Gay Divorce, Anything goes, Jubilee, Red, Hot and Blue...) las entradas desaparecían, las discográficas se peleaban por grabar sus canciones y las emisoras de radio no paraban de poner sus pegadizos temas con las voces de Ella Fitzgerald o Fred Astaire.  Eran días de vino -mucho vino-y de rosas.
La otra cara de la fortuna: escándalos continuos, amenazas de divorcio, un desgraciado accidente de hípica, múltiples operaciones, dolor, depresión y olvido. A finales de los años cuarenta ya había conocido varios fracasos seguidos, y cuando muchos pensaban que su fórmula mágica -un perfecto cócktail de excentricidad y sofisticación- ya estaba agotada, le llegó uno de sus mayores éxitos y seguramente su mejor obra, una divertidísima parodia sobre The Taming of the Shrew de Shakespeare titulada Kiss me Kate.
En Hollywood también supieron explotar su genio, High Society, The Pirate o Silk Stokings fueron tocadas por su sello personal e intransferible, y le dieron fama -más aún- fortuna y reconocimiento mundial.
El pago tuvo que ser duro, adaptarse a la disciplina de los grandes estudios habiendo ido por libre casi toda su vida. En no pocas ocasiones fue censurado -y hasta vetado- por sus excesos, cada vez más continuos y descarados.
Berlin, Gershwin, Kern o Rogers lo adoraban -y lo envidiaban- y a veces estuvieron muy cerca de copiar su estilo, algo casi imposible de conseguir, porque ese algo único, genuino, que no era mejor ni peor, sino diferente, le pertenecía solo a él. Como dice una de sus canciones, You´ve got that thing! Ese algo que no se puede describir con palabras, al menos con las mías... You´ve got that thing, you´ve got that thing, That thing that makes birds forget to sing, Yes you´ve got that thing, that certain thing!
A pesar de lo oscuros que fueron sus últimos días -viudo, mutilado y amargado en la cruel soledad de su retiro final- a Cole Porter nadie lo recuerda con tristeza. La sola mención su nombre ya nos hace sentirnos elegantes y mundanos, predispuestos a llenar la copa y encender otro cigarrillo. Y muchos de los sueños de varias generaciones han tenido su música como fondo, when they begin the beguine...  
Y ahora lo tenemos de vuelta a casa -después de años de ausencia- y por la puerta grande, él no conoce otra. La puerta no es ni más ni menos que la del Stephen Sondheim Theatre, qué casualidad. Y vuelve con uno de sus musicales más absurdos y casquivanos, Anything goes (todo vale) a poner un poco de fantasía, mucho de picardía, toda la gracia, la ironía y el glamour de verdad que tanto echamos de menos en los días que corren. Así que, ya que nos queda tan lejos el teatro, ¿por qué no tomarnos un Dry Martini de los que tanto le gustaban e imaginamos locas aventuras en un crucero en el que todo, absolutamente todo vale, y cualquier cosa puede pasar? Eso sí, solo con su música como banda sonora.
But if, baby, I´m the bottom, you´re the top! 







viernes, 15 de julio de 2011

That´s dancing!




Jerome Robbins (Something to dance about)

No sé si será casualidad o no, pero lo cierto es que cuando la familia Rabinowitz decidió mudarse a Weehawken, New Jersey, lo hicieron justo a un par de manzanas de la casa donde se habían criado Adele y Fred Astaire. Something´s coming. Something great!
Jerry, el pequeño, nunca estuvo demasiado contento con su apellido, que se traducía como "El hijo del rabino", así que en cuanto tuvo la oportunidad lo cambió por algo más ligero, como los pasos que pronto empezaría a marcar sobre las tablas. Rabinowitz suena a hijo de inmigrantes pobres y harapientos, sin embargo ¿verdad que Robbins es como un pájaro volador?
Con la ayuda de su tío, su padre montó una empresa de suministros -la Confort Corset Company- que además de quitarles mucha hambre, les mantuvo en contacto con empresarios teatrales y gente del mundo del vodevil. Parece que de alguna manera estaba predestinado a formar parte del show business.
Pero sus pasos lo llevaron hacia la universidad, a buscar una profesión seria -la de químico- y formar una respetable y seria familia americana. Tras el primer año de estudios, su verdadera naturaleza pudo más y acabó enrolándose en una compañía de ballet tras otra. Ahí acabó su "respetabilidad". Estudió danza y composición con los mejores del momento, y en 1939 lo encontramos formando parte del coro de varios espectáculos de Broadway, alguno de ellos dirigidos por el propio Balanchine, lo que le catapultó como prestigioso solista del que años más tarde sería el American Ballet Theatre. Nada podía parar su carrera.
Luego vinieron colaboraciones con Agnes de Mille (más tarde con Bob Fosse), hasta que en 1944 logró su verdadero bautizo artístico, creando la coreografía de un espectáculo nuevo con música del autor que sería su fetiche definitivo, Leonard Bernstein. Fancy Free -del que posteriormente surgió el célebre On the Town- fue su primer gran éxito y la primera de una intensa y provechosa serie de colaboraciones entre el músico y el coreógrafo. También sirvió para definir un estilo que jugaba con los movimientos más clásicos en combinación con la sensualidad y la picaresca propias de un ambiente mucho más mundano y actual. La limpieza de las evoluciones más académicas mezcladas con los movimientos del jazz hot del momento, su definitiva seña de identidad. 
Después vinieron trabajos tan exitosos como High Buttom Shoes, The Pajama Game o Bells are Ringing, que supusieron la antesala del musical definitivo en su carrera y en la historia -con mayúsculas- de Broadway, West Side Story. 
Capuletos y Montescos -Jets y Sharks- tenían que bailar ahora por las calles de Manhattan al ritmo sincopado de las increíbles melodías de Bernstein, todo un reto para un visionario atrapado entre la modernidad más absoluta y la depuración de los pass de deux. La colaboración entre los citados creadores con un joven Stephen Sondheim escribiendo las letras y Arthur Laurents redactando el libreto, dio como consecuencia la obra que consiguió erradicar definitivamente los prejuicios que muchos intelectuales tenían contra la superficialidad del musical americano. Y Robbins tuvo mucho que ver en ello. Según los críticos, nunca antes nadie logró aunar de tal manera el argumento de una obra con los movimientos de sus personajes.
Pero el tremendo éxito en lo profesional vino acompañado de una serie de sombras en su vida personal. En uno de los episodios más oscuros de la historia reciente norteamericana, la caza de brujas promovida por el senador McCarthy, Jerome Robbins fue implicado de una forma cruel e injusta y forzado a delatar a compañeros de profesión -junto con autores del prestigio de Elia Kazan- bajo la amenaza de hacer pública su condición de homosexual. Eso lo dejó fuera de una penosa lista negra, pero lo incluyó de por vida en la más negra de las listas, la de los delatores que señalaron a sus colegas por salvar su propio pellejo. 
Pero los aplausos siguieron sonando en los teatros. Gypsy, Fiddler on the roof, A funny thing happened on the way to the forum, conservaron intacto su puesto entre los mejores, a pesar de que su impopularidad personal le acompañaría hasta el final de sus días. Aún así durante la década de los años 70 se fue alejando del teatro musical para regresar a sus orígenes clásicos, liderando hasta casi su muerte el New York City Ballet y desarrollando una vida mucho más apartada de los focos pero sin dejar de apoyar a los nuevos valores de la danza contemporánea.
Murió en New York tras años de soportar la enfermedad de Parkinson, viejo, rico, solo. Acerca de sus amantes, hombres o mujeres, se había escrito mucho -entre otras sobre la relación clandestina que se decía mantuvo con Montgomery Clift- pero nunca nada fue reconocido. El hombre que revolucionó el mundo de la danza en el cine y el teatro musical, se fue en silencio un 29 de  Julio de 1998. Aquella noche las marquesinas de la Gran Manzana estuvieron apagadas durante unos minutos. Había que llorar al hombre que, a pesar de todo, siempre tuvo una razón para bailar.





Recomendamos el documental Jerome Robbins. Something to dance about. American Masters. PBS. 2009












jueves, 7 de julio de 2011

Qué fue primero?

Original 1964 Broadway Cast Recording Fiddler On The Roof Album Cover




To life!

¿Quién no se ha sentido alguna vez como un violinista en lo alto de un tejado? ¿Quién no ha tenido que hacer malabares para no caerse con todo el equipo, intentando aparentar que nada pasa mientras todo parece derrumbarse a nuestro alrededor, haciendo sonar la música aunque no tengamos ni idea de cómo ni por dónde fluye la melodía?
A veces la vida misma es así, y como el arte imita a la vida -y viceversa- hace mucho tiempo alguien pintó un violinista sobre los tejados de una vieja ciudad del este, tal vez tratando de plasmar su estado de ánimo. Moishe Shagal se llamaba -Marc Chagal para los amigos- el pintor loco que pudo inspirar un relato a un escritor ruso y así ambos comenzaron una hermosa cadena de inspiración que, desede las lejanas y frías estepas llega esta tarde hasta mi ordenador. Me gusta pensar que sucedió así.
El cuento se tituló Tevye, el lechero, y su autor Sholem Aleijem narraba la historia de un pobre hombre de una aldea ucraniana preocupado por dar un futuro decente -y un buen matrimonio- a sus hijas casaderas. Una historia de perdedores. De las de reirse mucho y llorar mucho también, de hambre y ternura, de ilusiones y decepciones que tantas veces vienen de la mano.  La pequeña obra, publicada en yiddish, data de 1894.
De alguna manera se fue convirtiendo en un cuento popular en la cultura judía, y no sabemos cómo, cayó en manos de un productor -judío, no podía ser de otra forma- que se planteó convertirla en un musical. Y éste a su vez buscó al mejor director judío, al mejor compositor judío, al mejor libretista judío, al mejor coreógrafo judío y a los mejores actores judíos que pudo encontrar a este lado del Hudson. No le sería muy complicado ¡estaba en pleno Broadway!
Así que Harold Prince se puso manos a la obra y produjo un musical llamado Fiddler on the Roof (El violinista en el tejado) en septiembre de 1964, Joseph Stein escribió el magnífico libreto basado en el relato de Aleijem, Jerome Robbins concibió las mejores coreografías que nadie pudiera imaginar -inspiradadas en el folclore ruso, de una vitalidad y una expresividad únicas- y Sheldon Harnick junto con Jerry Bock compusieron las canciones más hermosas -y más agudas- que nunca se oyeron sobre el escenario de un teatro. Todos los autores de musicales coinciden en que habrían querido crear esta partitura. Única.
Por supuesto había que buscar al perfecto Tevye judío, Samuel Joel "Zero" Mostel (¿alguna duda?) fue la mejor elección posible. Zero Mostel, un cómico de raza, la viva personificación del "perdedor", el clown pasado de rosca, el "enfant terrible", el superviviente, el rebelde. No en vano fue uno de los actores más perseguidos por el Comité de Actividades Antiamericanas que le tenía reservado un renglón de privilegio en su tristemente célebre "lista negra". Mostel también sobrevivió a eso. Y encima su ajetreado currículo le vino que ni pintado al personaje del lechero, mucho más temperamental en el musical de lo que era el cándido desgraciado del relato original.
Lástima que en la adaptación al cine -realizada por Norman Jewison en 1971- el papel se lo llevó el israelí Chaim Topol, posiblemente mucho más fiable que el anterior para liderar una superproducción como ésta. Las aseguradoras no debían estar demasiado predispuestas a asumir los riesgos de salud de un "monstruo" a punto de estallar literalmente. Pero el cambio funcionó a la perfección, y Topol se convirtió en el resignado -y atormentado- perfecto Tevye. Un hombre acorralado entre la tradición y el amor, la ley y la libertad, el pasado y el futuro. El mundo cambiaba tan deprisa en los albores del siglo XX...
Con un respeto encomiable al concepto original, sobre todo en los personajes y en las principales situaciones, Jewison (que se traduce como "hijo de judío" por cierto) hizo una gran película, uno de los últimos musicales clásicos del cine, con una dirección artística y una fotografía sencillamente espectaculares. Y si la obra batió records de permanencia en cartel (con más de tres mil funciones en su producción original) y encumbró a sus creadores, la pelicula recibió una lluvia de premios entre los que destacan los tres oscars -uno de ellos a la espléndida fotografía de Oswald Morris- que ganó en esa edición. Topol, aunque estaba nominado, no se llevó el premio al mejor actor -para Gene Hackman por French Conection- y aunque nos pudiera parecer toda una injusticia ¿no le viene como anillo al dedo a su personaje? Un eterno perdedor que cae y se vuelve a caer aunque al final siempre termine brindando por la vida. Hoy nos unimos a él y levantamos la copa por los artífices de estas dos magníficas creaciones, y por todos los violinistas que tocan cada día a riesgo de partirse la crisma. To life!