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jueves, 22 de marzo de 2012

That´s dancing!




El swing de Kathleen Marshall

Cuando los empleados de la fábrica de pijamas Sleep Tite decidieron ponerse en huelga ante la explotación de sus patronos, hartos de trabajar sin horario y con un miserable sueldo, no se ofuscaron, no. Se fueron de picnic y empezaron a dar saltos y hacer piruetas celebrando que, después de todo, "un día es un día".
Cuando Lucentio se tuvo que disputar el amor de la dulce Bianca con Gremio y Hortensio en la Padua del XVI, no desenfundaron sables ni florines, no discutieron ni pelearon. Se pusieron a bailar como locos ante la abrumada muchacha, a ver quién de los tres lo hacía mejor. ¿Tom, Dick o Harry?
Cuando se cansaron de dar brillo a su pelo -y a su "flamante" Buick de segunda o tercera mano- los chicos del Ridell High School no hicieron otra cosa que montarse un baile frenético sobre el destartalado coche.
Cuando la seductora Reno Sweeney se da cuenta de que solo por besar a Sir Evelyn Oakleigh podría ascender de simple cabaretera de music hall a una auténtica lady inglesa... Cuando todos en ese barco de locos impostan la personalidad de otro para lograr fortuna, sexo o amor en un disparatado crucero rebosante de champagne y frivolidad, correrán a cubierta a bailar al endemoniado ritmo del claqué proclamando a voz en grito que en el amor y en la guerra ...todo vale!
Cuando la incombustible princesa Winnifred cruza a nado el foso del castillo como una aspirante más a esposa del príncipe Dauntless... A pesar de que sale de allí embarrada y despeinada, a pesar de las miradas asesinas de la reina madre y del estupor de todos los presentes no se acobarda -aun sufriendo de una supuesta "timidez enfermiza"- sino que se echa a cantar y bailar entre almenas y torreones.
Y cuando a la pobre Ruth Sherwood se le empezaron a acumular las facturas sobre el escritorio, cuando una vez más sus artículos fueron rechazados por otro periódico y no tuvo más remedio que hacer de mujer anuncio del cabaret Village Vortex, no se vino abajo, no. Justo antes de tocar fondo comenzó a mover sus caderas al ritmo sincopado de un swing electrizante.
El swing de Kathleen Marshall.

Nacida en Pittsburgh, Penssylvania, Katie vivió desde pequeña la pasión por el mundo del espectáculo con la mayor naturalidad. No era la primera de la familia que sentía el pellizco del showbusines. Siguiendo los pasos de su hermano mayor, Rob Marshall (director de Chicago, Memorias de una geisha, Nine) comenzó a estudiar en escuelas de teatro y danza hasta que empezó a colaborar en sus primeros montajes. El bautizo le llegó nada más y nada menos que con Kiss of the spider woman, el musical de Kander y Ebb que coreografiaba Rob allá por el año 93. Su labor como asistente a la sombra de su hermano en un musical tan complejo y excitante como ese debió abrirle el apetito. Comenzar una carrera dando instrucciones de baile a Chita Rivera debe ser presagio de un brillante porvenir ¿no? claro, si llegas a superarlo.
Aún como ayudante siguieron éxitos como She loves me, Damn Yankees y Victor/Victoria. Los laureles -y los tonys- fueron para otros, pero la que tuvo que cuidar de que la Sra. Andrews no se cayera de los tacones durante Le jazz hot, fue ella y no otra. Desde finales de los noventa ya comenzó a montar sus propias coreografías en Broadway, incluso a dirigir algún espectáculo por sí sola. En el año 2000 dirigió uno de sus mayores éxitos, el que le valió la entrada por la puerta grande al exclusivo club de coreógrafos de leyenda (Agnes de Mille, Jerome Robbins, Bob Fosse...). El dinámico musical de Bernstein Wonderful Town con Donna Murphy encabezando el reparto tuvo que suponer un auténtico reto al estar plagado de referencias clásicas semi-intocables. Pero Katie salió airosa de la empresa y se llevó a casa un tony a la mejor coreografía.  Pronto tuvo que ampliar la estantería porque repitió con The Pajama Game y Anything goes, así como otras nominaciones por sus trabajos en Kiss me Kate o Grease. Para televisión ha realizado un par de películas -pequeñas y encantadoras- como The music man y Once upon a mattress.
Y ahora triunfa con su último trabajo, una espléndida revisión del musical más frívolo de todos los musicales frívolos de Cole Porter, Anything goes. Y dirige a Sutton Foster, y a Joel Grey... y los pone a bailar con un swing que solo unos pocos como ella entienden de verdad. Un swing que nos impide caminar de una forma normal cuando salimos del teatro o cuando estamos escuchando -y recordando- cualquiera de esos números imposibles de bailar.
¿Que qué es el swing? Pregúntale a un flamenco por el compás, a un pintor por el brochazo o a un diseñador por la línea, el toque. Seguramente tardarán mucho en dar una definición, porque no debe ser algo que se aprenda en las escuelas ni en los libros, o que se pueda copiar. O se tiene o no se tiene.
Pregúntale a Kathleen.




   








jueves, 8 de marzo de 2012

Hits/Flops



Old friends

¿Por qué no podemos ser como antes? Ya nada es igual... La vida me sonríe, el cielo es azul, oigo campanas cada mañana al levantarme, y canto ¡soy rico y feliz! No pasa un día, ni un solo día, en que no piense como llegaste a mi vida y aún no te has ido... Día tras día, tras día, tras día... hasta que los días pasen. Hey, viejo amigo ¿qué tal estás viejo amigo? El tiempo pasa y todo cambia, pero nosotros nos veremos la semana que viene...
Tres colegas fantasean sobre el mañana en la azotea de un modesto apartamento en Nueva York. Hacen planes de futuro y los dibujan sobre el cielo de una ciudad rebosante de estrellas y oportunidades. Una gran amistad entre ellos, también amor inconfeso. Y sobre sus cabezas pasa veloz el satélite Sputnik como presagio de un magnífico porvenir. Allá vamos, felices adelante!
Este no es el punto de partida de Merrily we roll along, sino justamente lo contrario, el final de la obra. El musical "maldito" del tándem formado por el productor Harold Prince y el autor Stephen Sondheim, no comienza por el principio sino por el final. El afamado productor de películas comerciales Franklin Shepard celebra en su lujoso loft de Los Angeles el estreno de su último éxito. Corre el año 1976. Entre los asistentes -que no invitados- se encuentra una vieja amiga que ahora es crítica teatral. Alcohólica y fracasada le reprocha al anfitrión el haberse vendido a la industria renunciando al arte. Una vez la echan de la fiesta nadie puede evitar preguntarse quién es, qué sabe de la historia de ese hombre, qué le une a su vida... Nadie puede evitar que el tiempo comience a pasar al revés, bajando escalones para averiguar cómo los han subido. ¿O tal vez no han subido tanto?
Estructurado de una original forma, este recorrido a la inversa por sus vidas va pasando de 1976 a 1973, y a 1968, 1966 y así sucesivamente hasta acabar en el comienzo de todo, en esa azotea de Manhattan en 1957. El mismo año en que los rusos lanzaron un satélite al espacio.
No deja de resultar irónico que un musical de Sondheim que reflexiona sobre el éxito y sus efectos se haya convertido en uno de sus mayores fracasos. Tal vez por su caprichoso concepto, sus complejas y agrias letras o por sus a veces antipáticos personajes e incómodas situaciones, no sobrevivió más de dieciséis representaciones cuando se estrenó en 1981. A pesar de que guarda algunas de las mejores canciones escritas por el mejor de los compositores teatrales vivos. Uno de los temas del show se llama precisamente It´s a hit! Es un éxito, o no. El éxito y el fracaso como siempre marcados a fuego en la mentalidad norteamericana.
El libreto está basado en la obra teatral del mismo título de los autores George S. Kaufman (guionista de Una Noche en la Ópera y otras películas de los Hermanos Marx) y Moss Hart (responsable del guión de Ha nacido una estrella) estrenada el año 1934. Pero cuando Prince y Sondheim le echaron un vistazo rápidamente se dieron cuenta de que trataba sobre sus propias vidas. Mucho tiempo atrás, cuando aún no eran nadie y andaban sedientos de oportunidades. La relación que les unió con Mary Rodgers (hija del famoso compositor Richard Rodgers), las largas tardes entre partituras y golpetazos de máquinas de escribir -y algún que otro whisky- componiendo sus primeros trabajos. Eran días de ilusiones y decepciones, de proyectos comunes, de rivalidad, amor, odio, puñaladas traperas y... también olvido. Los autores de esta obra deben saber muy bien cuánto cuesta soltar lastre, sacrificar amistades, incluso amores en pos de una carrera hacia el éxito. Deben estar muy curtidos en la batalla entre lo comercial y lo artístico, los principios y sus traiciones a golpe de talonario...
La larga relación personal y profesional entre Harold Prince y Stephen Sondheim duraba desde los años cincuenta, desde que uno producía y otro escribía West Side Story. Juntos dieron a luz obras maestras del calibre de A funny thing happened on the way to the forum, Company, Follies, A little night music o Sweeney Todd. Juntos llegaron al lugar más alto que alguien pueda alcanzar en el mundo del espectáculo, sin embargo el fracaso de este proyecto les hizo replantearse su colaboración y lo que es más duro, su amistad. Cuando los críticos aniquilaron cualquier esperanza de supervivencia de esta función, desde que el Alvin Theatre (llamado ahora Neil Simon) colgó el letrero de "cancelled" y comenzó a devolver el dinero de las entradas vendidas, algo se quebró entre estos dos "viejos amigos". La vida sigue imitando al arte, y viceversa.
Desde su retirada se han sucedido varias versiones en Londres y en Estados Unidos, pero nunca había sido reestrenada en Broadway. Hace unas semanas se ha vuelto a montar en Encores! (con actores y orquesta pero sin decorados) y los afortunados que han podido verla han reconocido el nivel de esta pieza extraña y excelente al mismo tiempo. Una obra que sufrió lo mismo que sus protagonistas, la incomprensión y la indiferencia, las heridas del paso del tiempo... pero que en realidad sigue tan joven y fresca como lo fue en un principio. Como esos amigos distanciados que de pronto encontramos y es como si los años no hubieran pasado entre nosotros. Like it was.