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jueves, 29 de noviembre de 2012

That´s dancing!





Tommy Tune (papá piernas largas)

Por alguna razón, Mr. Jim Tunesmith decidió cortar su apellido y dejarlo en Tune, a secas. Tune: melodía, copla, canción, tonada... Música y ritmo. Stay in tune, estar en sintonía, ir al compás... algo que este tejano desgarbado ya hacía desde el día en que nació. Al señor Tunesmith no le importó que su hijo Thomas James se quedara en Tommy. Tampoco le importó que dejara el fútbol o el beisbol para ingresar en la escuela de baile, o que dejara de caminar como los demás niños para trotar a ritmo de claqué por las calles de Wichita Falls, como un Billy Elliot cualquiera. Al contrario, en cada fiesta le hacía subirse a la mesa a exhibir su talento natural ante los parroquianos, henchido de orgullo y pleno de admiración por ese saco de huesos que era su hijo.
Patsy Swayze (madre del desaparecido Patrick) fue su primera maestra de danza, la que descubrió el verdadero calibre del don de este muchacho. En su humilde academia de Houston también fue consciente de su dificultad para ser bailarín clásico. Con dieciséis años ya medía más de dos metros de altura, un claro inconveniente para embutirse en mallas y hacer puntas al son de Tchaikovsky, así que no tuvo más remedio que cambiar los demi-plié por taconazos a ritmo sincopado. A fin de cuentas, lo que de verdad le gustaba desde pequeño era ver a Fred Astaire bailando por las paredes de aquel camarote o a Gene Kelly mano a mano -o mejor pie a pie- con el ratón Jerry.
Minutos después de graduarse ya tenía un billete a Nueva York, a probar suerte en los escenarios. Al abandonar el ballet se había empleado a fondo en la interpretación y el canto, lo que unido a sus cualidades como bailarín le abrió puertas con bastante facilidad. Pronto encontró empleo en Irma la Douce y de ahí saltó a Baker Street, un musical sobre Sherlock Holmes en el que consiguió su primer papelito con texto (el actor Christopher Walken también debutaba en este mismo show). Conocer a Michael Bennett (mucho antes de A Chorus Line) fue crucial en su carrera. Aunque fuera un rotundo fracaso, el musical A Joyful Noise le sirvió para observar a Bennett en acción y tener aún más claro que, además de actor o bailarín, su objetivo iba a ser convertirse en director y coreógrafo.
En 1969 interrumpió su trayectoria teatral para adentrarse en el mundo del cine. Por una serie de casualidades consiguió colarse en el cast de una de las películas musicales más ambiciosas de la historia, Hello Dolly! Para alguien como él, ser dirigido por Gene Kelly -y bailar junto a Barbra Streisand- suponía haber alcanzado su sueño. Pero aún había más, mucho más.
Su etapa en Hollywood se completó con una segunda película, The Boyfriend (Ken Russell, 1971) en la que coincidió con una estrella de la moda -y una más que solvente actriz y bailarina- de nombre Twiggy con la que volvería a compartir escenario años más tarde. El fracaso de esta película maldita -de la que se han borrado casi todas sus huellas- tal vez fue la señal que Tune necesitaba para regresar a Broadway.  En Seesaw, un musical poco conocido de Cy Coleman, ya trabajó como co-coreógrafo además de actor. El número It´s not where you start, concebido e interpretado por él, se convirtió en el más popular del show, una auténtica marca de fábrica que combina su habilidad acrobática, su clase y su tremendo sentido del humor. Seesaw también fue el primero de una larga lista de Tonys (9), este como mejor secundario.
The best little whorehouse in Texas (1978) también le proporcionó gran reconocimiento, pero su consagración definitiva como director le llegó con Nine, la versión musical libérrima de Ocho y Medio de Fellini. Gracias a la conjunción de los talentos del compositor Maury Yeston con su más inspirada creación, el actor Raul Julia en absoluto estado de gracia y el toque sofisticado y pagano de Tune, este valiente show se convirtió en uno de los totems indiscutibles del teatro musical americano.
En 1983 se atrevió a dirigir, coreografiar e interpretar un megalómano homenaje a su autor favorito, George Gershwin, con la deliciosa My One and Only. Ese fue el reencuentro con su vieja amiga Twiggy, a la que puso a cantar y bailar en directo durante casi ochocientas funciones (y con la que aparece en la foto de cabecera). Una nominación al Tony a mejor actriz demuestra que era algo más que un icono de la moda sesentera. Y que estuvo muy bien dirigida por su colega, claro.
Otra osada adaptación a las tablas, la de la mítica película de Greta Garbo Gran Hotel (1932) se saldó con una ristra de premios entre los que estaban el de mejor director y coreografía de 1989. Al igual sucedió con The Will Rogers Follies, el mejor musical de 1991, en el que Tune volvió a hacer pleno al diez. El número del famoso showman y sus starlets en las escalinatas palmeando hasta la extenuación -de una precisión milimétrica- tan rematadamente complicado pero aparentemente fácil, merece un puesto de honor entre las coreografías únicas de Broadway, con permiso de Fosse y Robbins, naturalmente.
En estos días celebra su cincuenta aniversario sobre las tablas. Y lo hace actuando en el pequeño escenario de un prestigioso hotel neoyorkino, haciendo lo que mejor sabe, cantar, contar y bailar. El recital juega con las palabras "Taps, Tunes and Tall Tales" en su título, algo así como "cuentos de altura a golpe de tap y melodías". Y solo por eso ya dan ganas de ir a verlo ¿no?
Cuando el tiempo y las glorias pasan, cuando has batido records a los que nadie ha llegado (ser el único en ganar el Tony como director y coreógrafo en dos años consecutivos, por ejemplo, o ganar en cuatro categorías distintas el mismo año) lo mejor es comenzar a pensar en pequeño, para irse marchando -o quedando, porque en realidad no para- con la mayor dignidad posible.
Hoy pasa largas jornadas pintando en su loft de Manhattan, paseando a su perrita Lil' Shubert (hasta su mascota tiene nombre de teatro) y colaborando en la serie Arrested Development, en la que hace de hermano de Liza Minnelli. También trabaja en la producción de un musical sobre la mítica discoteca Studio 54, para el que está encontrando todos los obstáculos posibles, como podemos imaginar dada la coyuntura actual.  Con 74 años, este "daddy long legs", como el personaje de su adorado Astaire, sigue teniendo el porte de un príncipe -o incluso una reina, ¿por qué no admitirlo?- de esos que ya casi no quedan. Contemplar su intacta sonrisa y su todavía atlética figura, nos hace creer en las estrellas y la misteriosa materia de la que están hechas.
Estamos en noviembre y empieza a hacer un frío inmisericorde, ¿qué tal si entramos en calor al golpe de taconazo contrachapado? ¿Apetece dar un paseo por las nubes y espantarlas a ritmo de tap? Visto el panorama creo que es lo mejor que podemos hacer, y aún más si contamos con la técnica, el ingenio y la gracia infinita de este larguirucho de Texas, the "One and Only" Tommy Tune!        
















jueves, 15 de noviembre de 2012

What´s about?




Farewell, farewell, godspeed...Titanic!

La noche del 14 al 15 de abril de hace exactamente cien años, todos los sueños se hundieron. Desde el puerto de Southampton zarpó el barco más grande que se había construído hasta la fecha con rumbo a Nueva York, a un nuevo mundo. Entre los pasajeros de esta ciudad flotante había aristócratas que disfrutaban del primer transatlántico de gran lujo de la historia, hombres de negocios dispuestos a medrar y hacer fortuna durante la singladura. Jugadores, meretrices, aspirantes a una mejor posición social y económica, solteras buscando un buen partido. Obreros de tercera clase que huían de la miseria ansiando una vida mejor en la lejana América. Señoritas de compañía, cazadores de dotes, fulanas, abogados, delincuentes fugitivos, familias de clase media con ínfulas, arribistas, nuevos ricos y viejos pobres, joyas y harapos... Todos juntos -pero convenientemente separados- sobre una cáscara de nuez que decían era insumergible. La de ilusiones y esperanzas que puede arruinar un poco de hielo...

Gracias al empeño del oceanógrafo Robert Ballard, el 1 de septiembre de 1985 fueron encontrados los restos del mítico barco cerca de la isla de Terranova, lo que supuso un gran acontecimiento mediático. La noticia del descubrimiento estalló alcanzando tanto a afectados -aún vivían algunos de los supervivientes- como a curiosos, entre los que se encontraba el compositor y musicólogo americano Maury Yeston. Una tarde se quedó mirando un programa de televisión sobre los restos del naufragio recién hallados -cascotes herrumbrosos y trozos de artefactos enredados con la fauna marina- y no pudo evitar ponerse a pensar en las personas que estuvieron allí aquella noche. En cómo cambiaron o acabaron sus vidas en unas pocas horas -qué casualidad- justo cuando creían que todo estaba a punto de cambiar.
El elemento humano más que la catástrofe en sí, las vidas de los hombres y mujeres de distinta índole que sufrieron tamaña desgracia, fue lo que inspiró a este genio a escribir una partitura. Por aquellos entonces ya se habían hecho películas y documentales sobre el tema, y se habían grabado programas de radio y escrito libros, pero a nadie se le había ocurrido montar una obra musical. Parecía una locura, ¿y acaso no lo era? ¿Poner a cantar a una multitud mientras se ahoga? 
A Yeston le impresionó la magnitud de los hechos, sí, pero sobre todo la ambición ilimitada del ser humano, la necesidad compulsiva de lograr éxito, fama y dinero a cualquier precio. Y eso lé inspiró. También le inspiró la convivencia segregada de tres niveles sociales, apartados por un simple número. Primera, segunda o tercera clase, cada una con sus propias expectativas, sus propios deseos y sus miedos. Y se puso manos a la obra. Peter Stone ya tenía algunos libretos célebres en su currículum (1776, Woman of the year, The Will Rogers Follies...), así que podía ser un valor seguro a la hora de montar una trama nada sencilla, ya que se vería obligado a trabajar con un enorme "ensemble" o grupo de personajes diversos, cada uno con su planteamiento, nudo y desenlace particular. Una pieza coral, con toda la complejidad que eso añade, sobre todo si hay que contar tantas historias en dos horas y media sin caer en la caricatura o la superficialidad y dejando espacio a un montón de temas musicales.
Eso era otro asunto nada simple. Trabajar en un registro musical clásico propio de principios del siglo XX, supuso un reto para el compositor, que hasta la fecha se había movido en conceptos más contemporáneos como los de Nine o Grand Hotel, dos de sus mejores creaciones. Pero su formación académica y su inclinación por las obras de Elgar o Vaughan Williams -ambos muy british por cierto, como pedía el argumento- le ayudaron a crear una de las piezas más bellas del teatro musical en las últimas décadas. Grandilocuente en los momentos apoteósicos (There she is, Godspeed Titanic...) pero íntimista y melancólica cuando el relato así lo requiere (The proposal, Still o esa maravilla titulada No moon). También se adentraba, claro está, en los nuevos ritmos de la época, el ragtime por ejemplo, con simpáticos y agudos temas como Doing the latest rag o Lady´s maid.
Pero el problema real de este montaje no tuvo relación con lo artístico sino con lo técnico. Una vez lograron convencer a los inversores de que la idea podía ser rentable -se acababa de estrenar la película de James Cameron, lo que podía servir para impulsar o hundir el proyecto- había que solucionar aspectos realmente complejos. ¿Cómo crear los decorados de un barco que comienza a naufragar al final del acto primero y se termina sumergiendo al término de la obra? De entrada no se pudo hacer lo habitual en los espectáculos de Broadway, estrenar antes en Boston o Filadelfia, no. La aparatosa, aunque a la vez simple y minimalista escenografía, no permitía ser trasladada de un teatro a otro. Así que se tuvo que asumir un riesgo sin demasiados precedentes: poner en marcha uno de los musicales más caros de la historia sin la oportunidad de mejorar -cambiar, añadir o suprimir- que da el rodaje previo por otras ciudades.
Muchos le vaticinaban un puesto destacado en la lista de fracasos más estruendosos de todos los tiempos. Pero no fue así. Un cast de lujo encabezado por actores de la talla de Michael Cerveris (Evita), Brian d'Arcy James (Smash) o Victoria Clark (The light in the piazza), una sólida y emocionante historia (mucho más interesante y seria que la de la película de Cameron, por cierto), unos números musicales excelentes e imaginativos y un montaje de una espectacularidad digna del mejor Broadway, hicieron que tanto críticos como público se acercaran al Lunt-Fontanne con deseos de dejarse llevar por esta fábula real y fantástica al mismo tiempo. Los vendedores de kleenex también hicieron su agosto a la entrada del teatro, y el montaje se exportó a Canadá, Holanda, Alemania, Japón y Australia. Cinco Tonys (mejor musical, partitura, libreto, escenografía y orquestación) y un total de más de ochocientas representaciones avaló el éxito de este show insólito y osado que tantos pensaban que se hundiría como el tristemente célebre buque.
Un auténtico hito en la historia de showbusiness y un sentido y grandioso homenaje a los pobres diablos que vieron como sus sueños y esperanzas se las tragaba un frío y oscuro océano. Tal vez aún queden pedazos de éstos en las profundidades, entre corales y algas, aguardando el momento de ser cumplidos.

 
       








jueves, 1 de noviembre de 2012

Music & lyrics



Marvin Hamlisch (What he did for love)

Un grupo de jóvenes de la Universidad de Cornell reman en un lago. Otros corren o saltan obstáculos. Atléticos, sanos, ricos, despreocupados. Una chica judía reparte octavillas por el campus. Es invisible a los que pasan por su lado a pesar de sus voces de protesta. Aún tan ajenos a las tribulaciones del futuro, todo parece tan fácil, tan prometedor... Ríen por nada, se burlan de todo y brindan por la cándida adolescencia.

Memries... like the corners of my mind
Misty water-colored memories
Of the way we were
Scattered pictures,
Of the smiles we left behind
Smiles we gave to one another
For the way we were...

¿Cuántas veces se habrá escrito eso de que "la música se ha quedado huérfana"? No os preocupéis, yo no voy a hacerlo. No otra vez. Huérfanos ya hay bastantes en el musical, ¿verdad Annie? ¿Oliver? Y son tantos los que nos han dejado... Gershwin, Porter, Berlin, Rogers... Pobre música, tan bonita y siempre de luto.
La melodía que acompaña esos versos no necesita palabras para transmitir la nostalgia de un tiempo que no volverá. La evocación de los mejores años de la vida, el recuerdo nebuloso del divino tesoro de la juventud. ¿Se te ocurre una mejor banda sonora para este sentimiento?
Marvin Frederick Hamlisch se fue el pasado 6 de agosto siendo aún joven, aún componiendo canciones, dirigiendo orquestas, arreglando partituras. Murió con el mismo estilo con el que vivió una vida que comenzó hace sesenta y ocho años en la ciudad de Nueva York.
Este niño prodigio de ascendencia austríaca creció oyendo el acordeón de su padre. Tal vez esas fueron las primeras notas que llegaron a sus privilegiados oídos hasta que fue admitido en la Juilliard School con solo siete años. Piano, dirección, composición... años de estudio y de preparación de una de las carreras más prometedoras del panorama musical del momento.
Cosas del destino. A principios de 1964 el pianista acompañante de los ensayos de un nuevo show enfermó repentinamente y hubo que buscar a otro con urgencia. Así llegó Hamlisch a Broadway, así comenzó su carrera en el teatro musical y así conoció a la que sería su amiga del alma y su mayor inspiración artística. El show era Funny Girl, y la protagonista una novata de Brooklyn de nombre Barbra Joan Streisand. Ya nada les pudo separar.
Aparte de su indiscutible valía artística, está claro que el autor desarrolló la habilidad de estar en el sitio indicado en el momento oportuno, y roderarse de quienes le podrían dar el empujón necesario para adelantarse a la meta. Amenizando al piano una de las famosas fiestas del célebre productor San Spiegel, fue contratado para componer su primera banda sonora, El nadador (The Swimmer, 1968), con Burt Lancaster ¿la recuerdas?. El siguiente peldaño: otro judío neoyorkino, en este caso con gafas de pasta y un arsenal de ideas en su cabeza. Woody Allen contó con él para sus primeras películas (Toma el dinero y corre, Bananas...) y así le llegó la fama. Salvad el tigre, Tal como éramos, El golpe -una de las partituras más celebradas y premiadas de la historia del cine-, La espía que me amó, Gente corriente, La decisión de Sophie... Los grammys, oscars, emmys, golden globes y tonys se le fueron acumulando es su estantería. De hecho el compositor forma parte del selecto grupo de unas once personas que han logrado todos estos galardones (su amiga de Brooklyn es otra de ellas, claro). Parece que no había nada más alto que alcanzar.
Bueno, en realidad sí. La primera vez que Marvin Hamlisch coqueteo con la composición teatral consiguió crear el show más longevo en la historia de Broadway hasta entonces. A Chorus Line, en colaboración con el letrista Edward Kleban, le supuso su consagración en un registro totalmente diferente al cinematográfico. One, Nothing, What I did for love... son algunas de las canciones más interpretadas sobre un escenario. El Pulitzer, pocas veces otorgado a un autor de música ligera, también le llegó con esta obra.
They´re playing our song no tuvo tanto éxito como el anterior, pero se convirtió en un show de culto que relataba las aventuras y desventuras de su relación sentimental con la letrista Carole Bayer Sager, con quien el autor colaboró en múltiples ocasiones y que finalmente se casó con otro de los grandes, Burt Bacharach. Parece que le gustaba la música a la señora...
Después vinieron otras funciones de relativa calidad y éxito. Jean Seberg (un musical sobre la vida de la actriz que casi nadie vio) o Smile (sobre la película del mismo título, con una brevísima carrera), hasta que en 1993 estrenó The Goodbye Girl, basada en la obra de Neil Simon (de la que también se hizo una película con Richard Dreyfuss y Marsha Mason) y que le ayudó a remontar su currículum teatral. Los excelentes trabajos de Martin Short y Bernadette Peters fueron claves para lanzar esta pieza que le valió una nominación al Drama Desk Award.
En 2002 volvió al musical con otra espléndida creación, The Sweet Smell of Success, basado en una película de Tony Curtis y Burt Lancaster de 1957 sobre el oscuro mundo de la prensa sensacionalista. Esta fue la última vez que se puso al frente de un proyecto teatral, aunque poco antes de su muerte se encontraba en proceso de creación de un nuevo musical sobre la película de Jerry Lewis El profesor chiflado. ¿Lo veremos algún día? The informant (Steven Soderbergh, 2009) fue su última banda sonora  para el cine.
Estatuillas y galardones aparte, pocos pueden presumir de haber tenido un funeral como el suyo. Más celebridades por metro cuadrado que en la mismísima alfombra roja, casi tantas viejas glorias presentando sus respetos como cuando murió Valentino, el actor se entiende. Y unos días después en un "sencillo" homenaje póstumo, dos de sus más fieles amigas, Liza Minnelli y Barbra Streisand, le cantaron, le lloraron e hicieron llorar mucho a los presentes. Y se repitió mucho el título de uno de sus temas más conocidos, Nobody does it better (007) para referirse a su don natural, a su arte. Yo hoy prefiero usar otra de sus baladas, What I did for love, porque sin amor por la música, el espectáculo, la poesía y la vida, seguramente el legado de este genio -y de otros muchos- no habría existido.
Algunos le consideran un autor de "música de ascensor". Puede ser, pero de un ascensor que te eleva, que se sale por la azotea y te lleva directamente hasta el cielo. Hasta ese cielo donde seguro le estaban esperando Gershwin, Porter, Berlin, Rogers...