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jueves, 18 de abril de 2013

Backstage





Silencio, se graba!

Qué simple parece cuando tenemos el plato sobre la mesa. Cuando la sopa humeante, o el guiso sabroso aguardan a que metamos la cuchara, o ese pedazo de pan blanco al que damos un pellizco mientras esperamos. Qué sencillo cuando abrimos un libro y empezamos a leer, o cuando elegimos esa camisa o ese vestido que nos gusta. Simple. O esos zapatos. Qué fácil al abrir el grifo y ver cómo fluye el agua... Pero qué pocas veces nos detenemos a pensar qué hay detrás de todo eso. En los desvelos y las preocupaciones de quienes cada día ponen en marcha los engranajes de las cosas más simples y a la vez más complejas de la vida.
¿Y cuando se levanta un telón? ¿No nos parece que todo comienza en ese momento? ¿Que ese instante se inaugura para nosotros en el aquí y ahora que supone una representación? Nada más lejos de la realidad, cuando por fin el telón sube es de hecho cuando todo acaba. Los días en que a un autor se le ocurrió una idea, la escribió, perfiló, presentó, modificó -volvió a modificar- la corrigió y la puso en boca de un grupo de actores. Los días en que a un productor le llegó una idea, un borrador. Las noches en vela buscando financiación, patrocinadores o mecenas. Valorando los riesgos, pensando en el casting... La elección del director, los intérpretes, las primeras lecturas en torno a una mesa, las primeras reacciones al decir el texto en voz alta. La búsqueda de un teatro para estrenar. La escenografía, el diseño del vestuario, de las luces, del maquillaje... Bueno, y si encima se trata de una obra musical, entonces para qué hablar...
En esta nueva sección de Stage Door nos vamos a ocupar de poner un poco de luz sobre el único lugar del teatro en el que no brillan los focos. El backstage, tras la escena, entre bastidores o entre cajas, en los camerinos, en las salas de ensayo o en el estudio de grabación. Preproducción, producción y post producción, todo se reduce a eso.
Hoy empezamos por el final, por lo que se hace cuando todo está hecho. Cuando el show ya se estrenó, las críticas aparecieron en prensa y se encargaron los carteles con las frases más alagadoras para decorar el exterior del teatro ("the best show in town", "stunning producction", "exhilarating", "two thumbs up"...), se seguirá gastando dinero -a veces aún más que en el montaje- en las campañas publicitarias. Apariciones en televisión del cast, anuncios, flyers, vallas gigantes (a ser posible entre Times Square y la 46, que se vea bien desde el TKTS)... todo un derroche, gastar más para ganar más (o para perder menos), the real american way!
¿Qué sería de nosotros, los fans, de no existir las grabaciones de los shows? ¿Cómo  haríamos volar nuestra imaginación todos aquellos que no podemos sentarnos en la butaca de un teatro? Pues durante mucho tiempo no las hubo. Incluso mucho antes de la época del vinilo, cuando los discos de pizarra rugían en los viejos gramófonos o "victrolas" de la época, se producían óperas, música clásica, jazz o cantos folclóricos, pero aún no se grababan los shows de Broadway, o solo se había hecho en raras ocasiones. La obra que abrió la veda al negocio de las grabaciones fue Oklahoma! Claro, en esto también fueron pioneros nuestros queridos colegas Rodgers y Hammerstein.
En 1943 salía al mercado un disco con una serie de canciones del show interpretadas por sus protagonistas, lo que podemos considerar el primer Original Broadway Cast de la historia. Y supuso un récord con pocos precedentes en el negocio de las discográficas hasta la fecha con más de un millón de copias vendidas. La senda que abrió Oklahoma! fue seguida por muchos otros shows que vieron como estas grabaciones ayudaban a prolongar y extender el éxito de la obras, así como a dotarlas de una popularidad hasta entonces desconocida. Los siguientes musicales del mencionado tándem -Carousel, South Pacific, The King and I...- también se convirtieron en éxitos de ventas. Al igual que las obras de Berlin, Porter, Lerner y Loewe o Loesser (Annie get your gun, Kiss me Kate, Brigadoon, Guys and Dolls...)  ocuparon los primeros puestos del hit parade, los discos más escuchados -y comprados- del momento. Es sorprendente el conocimiento que aquellas generaciones tienen sobre el teatro musical de su país, considerando que la mayoría del público no tenía fácil acceso a los teatros, bien por razones económicas o de distancia. Así, aquellos discos de 33 revoluciones, con sus caras A y sus caras B, con sus atractivas y coloristas portadas diseñadas por el mismo que diseñó el póster de la función y con los títulos de las canciones impresas en las contraportadas, fueron la ventana por la que el gran público americano -y del resto del mundo- se asomaban a un muchas veces lejano Broadway.
Desde entonces se han realizado recordings con las canciones del show y a veces también con parte de los diálogos, con los repartos originales y muchas veces con los segundos o terceros repartos, dependiendo de la popularidad de la pieza, de las versiones de Broadway o de London. Algunos discos han ayudado a rescatar a un musical del fracaso (el de Godspell, por ejemplo) y otros se han lanzado previamente para dar a conocer la música antes del estreno del show en cuestión, o han hecho grabar alguna canción a una estrella para atraer la atención, táctica de marketing practicada con frecuencia por el equipo de Lloyd Webber (con Sunset Boulevard por ejemplo). Claro, que a veces al igual que la obra, el disco también ha fracasado, o incluso muchas veces ni siquiera se llegó a producir. Hay tantas piezas olvidadas de las que, precisamente por esto, no quedan apenas rastros... Y seguro que entre ellas encontraríamos piezas dignas del rescate. Para ello tenemos los Encores! que de vez en cuando reivindican alguna joya abandonada en el gigante desván del showbusiness.  
Las muestras que traemos hoy no han estado jamás en un desván, al contrario, las tres han supuesto récords de venta -además de entradas- cada una en su época.
La grabación de Company, de Stephen Sondheim, es mítica y no solo por su excelente reparto sino porque decidieron inmortalizarla en una interesantísima filmación. Ver a Elaine Stricht o a Dean Jones en ese destartalado estudio tan de los setenta... La concentración en sus caras, la interpretación lejos del escenario pero como si estuvieran sobre él en la noche del estreno, no tiene precio. Godspell fue un superventas durante la misma década (cuando aún se vendían discos como rosquillas...), y el tema Day by day ha sido grabado por multitud de estrellas del pop. Aquí os presento el recording de la última producción de 2011, con una exquisita Ana Maria Perez de Tagle (Hanah Montana). Y finalmente uno de los discos más vendidos de un musical en toda la historia, Anything goes. Ethel Merman, Patti LuPone, Elaine Paige y recientemente Sutton Foster han puesto su voz a Reno Sweeney, la protagonista de una de las obras más representadas, y también más grabadas.
Mírenlos con sus caras lavadas, con una camiseta usada y el pelo sin arreglar. Miren sus caras, sus expresiones que mezclan gestos del personaje con los suyos propios. Pasen y vean algo que no se puede ver, para lo que no se puede comprar una entrada ni de reventa. La cocina del musical, el taller de fabricación de los sueños, la cámara sellada donde se trabaja en mangas de camisa y vaqueros antes o después de ponerse el maquillaje y las lentejuelas, en el misterioso y fabuloso mundo del backstage.
Pero por favor, entren en silencio, que se está grabando!
     










jueves, 4 de abril de 2013

That´s dancing!





La pasión según Ben Vereen

La vida es como un plato de cerezas. Algunas dulces, otras amargas... Desde luego en la vida de Ben Vereen las ha habido de todos los sabores. Pero al igual que el viejo Mr. Bojangles, por muy duro que le golpee el destino, por fuerte que le sacuda la fortuna, siempre acaba riendo y bailando. Y así se espantan las penas.
Tiene Ben Vereen ese algo que no se puede describir con palabras -aunque suene a tópico- algo que no sé si es bueno o malo, un punto narcotizante que nos va enganchando en cada movimiento, en cada expresión de su cara y de su cuerpo entero. No es un bailarín o un cantante o un actor excelente, ni perfecto. Es raro, poco común, único. Su cuerpo entero rezuma pasión, con todo lo mejor y lo peor que contiene, hay placer y dolor en sus evoluciones, algo pecaminoso si quieres...
Benjamin Augustus Middleton fue un niño abandonado, o quizás vendido o regalado. Hasta que cumplió los veinticinco años no supo que había sido criado por una familia adoptiva. Precisamente cuando solicitó un pasaporte para salir de gira con la compañía del que fue su principal mentor, Sammy Davis Jr., descubrió que sus padres no eran sus padres.
El pequeño Ben, hijo adoptivo de James Vereen, ya se movía como una salamandra antes de comenzar a caminar. Cuentan que no podía dejar de moverse al ritmo de cualquier cosa que sonara, ya fuera el ruido de una cafetera, los coches en el asfalto de su calle, los zapatazos de los trabajadores del Brooklyn de finales de los 40 o una canción en el viejo tocadiscos. Parece que el ritmo le acompañó desde el mismo día en que llegó a esta vida. Seguro que ya taconearía dentro del vientre de su desconocida madre, al tempo sincopado de su corazón.
Martha Graham, George Balanchine y Jerome Robbins estuvieron presentes en su educación como cantante y sobre todo como bailarín, en la High School of Performing Arts de Nueva York. Tenía 14 años, y no quería ser otra cosa, ni sabía. Aunque los años que nos saltamos no fueron nada fáciles -encadenando trabajos penosos para poder subsistir- a los dieciocho años ya se había enrolado en una producción off off Broadway llamada The prodigal son. Pero alguien que conoce a alguien que es amigo de alguien importante fue a ver esta función y parece que dio la voz de alarma. Bob Fosse estaba emprendiendo el tour por Canadá de su nuevo musical, Sweet Charity, y parece que no le costó mucho decidirse por este chico casi sin experiencia. Los genios, como los asesinos, se reconocen enseguida. Esos dos años formando parte del cuerpo de baile de Fosse le marcaron para siempre, su estilo quedaría fundido al del maestro durante el resto de su carrera, no importa para quien trabajara o el papel que hiciera. Ben sería Fosse, y Fosse sería Ben.
A Sweet Charity le siguió Hair, otro de los musicales que definieron el nuevo Broadway de finales de los sesenta. Y a Hair le siguió Golden Boy, donde por vez primera consiguió ser protagonista, eso sí, como suplente de Sammy Davis Jr. otro de los pilares decisivos en su trayectoria. En aquella época había que tener valor para salir a un escenario y enfrentarse a un público que esperaba ver a Davis, pero seguro que muchos acabarían alegrándose de la repentina indisposición del célebre actor. Aún así, la amistad entre Ben y Sammy fue lo mejor que le reportó este trabajo.
Pero su verdadera popularidad le llegó con el primer papel que estrenó él mismo, sin reemplazar a nadie. Judas en Jesus Christ Superstar. Su primera nominación al Tony (como actor secundario), a la que siguió el que sí logró como protagonista de Pippin, obra que supuso el reencuentro entre Fosse y Vereen. Y eso sin ser en realidad el protagonista, ya que en esta función su papel se limita al del narrador, o el "Leading Player" de un grupo de trovadores medio hippies. Pero cuando aparece en escena es fácil olvidarse de las tribulaciones del hijo de Carlomagno, a pesar de que su personaje parece interrumpir la acción, cuando aparece en escena no quieres que se vaya. Da igual lo que le suceda al chico de los rizos de oro.
Por aquellos entonces empezó a aparecer en programas de televisión de tremenda popularidad -el Show de Carol Burnett o de los Muppets...- así como en series del tirón de Roots (Raíces, 1977). ¿Quién no recuerda a su "Gallito George"?
Esa fue la cima de la montaña de su carrera. Ahora comienza el lento pero inexorable descenso. Bueno, dejando aparte a ese inolvidable showman de All that Jazz y la electrizante apoteosis llamada Bye bye life.
El declive fue aderezado con la tregedia. En 1987 su hija de dieciséis años murió en un terrible accidente de tráfico. Él mismo sufríó un aparatoso accidente en 1992, uno doble de hecho, digno de una película de Tarantino. El productor musical David Foster -hasta en su tragedia había espectáculo- chocó contra su coche en la autopista de Malibú que a la vez se estrelló contra un árbol. Completamente aturdido salió del auto y al cruzar sin sentido la carretera fue atropellado por un camión que le destrozó las piernas, su principal instrumento. ¿Alguien da más? ¿Se pueden soportar tantas cerezas amargas? Bueno, tal vez mejores que las dulces, porque años después enfermó de diabetes cuando por fin había regresado a los escenarios de Broadway por la puerta grande. Chicago, Fosse o Wicked (en todas reemplazando a los actores titulares) supusieron su renacimiento, bueno, uno de tantos. También ha sabido renacer de las cenizas del alcoholismo y la drogadicción y ahora ayuda a otros muchos con su testimonio. 
Hace poco se volvió a subir al pequeño escenario de un cabaret al que me gustaría mudarme definitivamente. Se llama 54 Below, y es un local en el Midtown, muy cerquita de Broadway, por el que están desfilando todas las viejas glorias -y también las nuevas- del musical. La actuación de Ben Vereen ha sido grabada y editada, y el disco nos muestra a un actor en pleno estado de gracia, a un cantante soberbio, a un bailarín endiablado que ya no puede bailar pero que lo hace con su voz y con sus ojos, y claro, con sus manos, que para eso es de la escuela de Fosse.    
Los que han estado allí cuentan que a pesar de los años no ha perdido nada de su fuerza, su energía exuberante, su don mágico y único. Este enterteiner de probada versatilidad, fiel heredero de los negros del minstrel, de Bill "Bojangles" Robinson y Al Jolson, supo hipnotizar a los allí presentes con el don más preciado que un artista puede tener sobre unas tablas, la pasión. Y de verdad no hay muchos que puedan llegar a expresarla como él.      
So, clap hands, here comes Ben!!