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jueves, 12 de marzo de 2015

That´s dancing!




Susan Stroman (Everybody dance!)

Aquella noche de agosto de hace más de veinte años, sentado en mi butaca del Shubert Theatre por primera vez (luego vendrían mucha otras), cuando al final del primer acto la compañía al completo bailaba ese vertiginoso, apoteósico I got rhythm, supe que aquello era lo mío. Que por mucho que hiciera o viera en la vida, pocas cosas me harían vibrar tanto como ese montón de bailarines golpeando las tablas al ritmo desenfrenado del Gershwin más exultante.
Aún no tenía ni idea de quién era Susan Stroman cuando compré aquellas entradas para ver Crazy for you, el musical que la instaló definitivamente entre la reducida élite de los grandes coreógrafos de Broadway.
Jack Cole, Agnes De Mille, Oona White, Jerome Robbins, Bob Fosse... y ve parando de contar. Maestros, visionarios, artistas de la narración en movimiento, pintores de siluetas bajo la luz de los focos.
Para llegar a estrenar su primera gran producción en los circuitos oficiales, esta chica de Delaware que quiso ser bailarina desde que empezó a caminar, tuvo que superar varias pruebas. A pesar de una exhaustiva formación académica, de unos padres que la apoyaron desde el principio y de trabajar duro en cada función universitaria en que participara (primero como bailarina, luego como asistente de las coreografías), no fueron pocas las puertas que se cerraron ante sus narices hasta que decidió marcharse a la gran ciudad. Como en todas las biografías de los artistas del musical siempre hay un momento en el que, con la mochila cargada con lo imprescindible, se montan en un tren hacia Nueva York dispuestos a reclamar su cachito de gloria. Y el momento de Stroman fue en 1976, poco antes de lograr un contrato con la Goodspeed Opera House con quienes participó en un revival del musical Hit the deck. Dos años después ya era oficial su debut en Broadway con la divertida obra Whoopee! 
Desde el comienzo se estaba decantando por revisiones de viejas piezas clásicas medio olvidadas, lo que iba a crear una constante en su carrera como coreógrafa experta en desempolvar el "swing" del viejo Broadway o del Hollywood de los años dorados con un punto actual, cómico y algo canalla.
Musical chairs, una modesta revue de Tom Savage, le brindó la oportunidad de situarse tras los focos por primera vez como asistente del coreógrafo en 1980. A pesar de que la función fue un desastre (solo aguantó en cartel un par de semanas), a la Stroman se le abrió el camino por el que seguir caminando el resto de su carrera. Como directora y encargada de las coreografías inició a partir de ese momento una trayectoria inigualable en su entorno. Flora, the red menace (reposición del show con el que debutó Liza Minnelli), A little night music (New York City Opera), And the world goes ´round (el magnífico collage sobre la obra de Kander & Ebb), 110 in the shade o la dirección de uno de los mejores shows de la Minnelli, (Stepping Out at Radio City) fueron algunos de sus primeros trabajos a la cabeza de la producción.
En 1992 recibió el primero de una larga lista de Tonys por montar la coreografía de uno de los mejores homenajes que Gershwin ha recbido en Broadway, el musical Crazy for you. Y con esa magnífica credencial vinieron muchos más proyectos, hasta poder decir que no ha parado de trabajar ni un solo día desde ese momento (Show Boat, A Christmas Carol, Picnic, Big...). Como hitos indiscutibles de su carrera señalar Steel Pier, uno de los últimos musicales de sus autores fetiche Kander y Ebb, y Contact (1999), tal vez su montaje más personal (una obra con tres historias independientes basadas únicamente en las coreografías) por el que volvió a subir al escenario para recoger otro Tony.
Fueron tiempos agridulces para nuestra directora, ya que el cenit de su triunfo coincidió con la muerte de su esposo, el director teatral Mike Ockrent, precisamente el que la animó a montar Contact. pero como dice la canción de Jerry Herman (Taps your troubles away), no encontró mejor forma de superar el duro golpe que la de seguir creando, bailando y haciendo bailar. Como lo hacían los actores de la fastuosa reposición de The music man (2000), una soberbia producción que tuve la suerte de disfrutar en persona, y que te hacía salir del teatro sin parar de dar saltos a ritmo de 76 trombones nada menos.
Y al año siguiente le llegó el mayor éxito de su carrera, colaborar con Mel Brooks en un megalómano proyecto, la versión musical del filme de 1968 The Producers. Aunque en un principio iba a ser dirigida por Ockrent, al morir éste su viuda se hizo cargo de la dirección además de los números de baile. Contra todo pronóstico -muchos pensaban que Brooks y Stroman se caerían con todo el costosísimo equipo- éste fue el mayor éxito de su carrera y uno de los musicales más rentables de la historia batiendo varios records, entre ellos el de mayor número de Tonys ganados por un solo show, un total de 12.
El triunfo de la segunda mujer que ha ganado un Tony como directora de un musical (la primera fue Julie Taymor por The Lion King), le animó a dirigir la versión cinematográfica en 2005. Y aunque no llegara a gozar de una aceptación ni remotamente parecida a la del show, su debut en un medio ajeno para ella como el cine resultó más que digno.
Pero lo suyo es el teatro, al que volvió de inmediato para poner en marcha proyectos tan diversos como Thou shalt not (el primer musical escrito por Harry Connick Jr. sobre Thérèse Raquin de Zola), The Frogs (un pequeño Sondheim basado en textos de Aristófanes) así como su regreso al universo de Mel Brooks con la adaptación de otra de sus películas más populares, Young Frankenstein, aunque con bastante menos éxito que el de su anterior colaboración.
En los últimos años ha estado involucrada en montajes tan interesantes como injustamente tratados. La obra póstuma de Fred Ebb sobre la falsa acusación de nueve afroamericanos, The Scottboro boys, una genial creación que no tuvo mucha repercusión en su estreno en Broadway pero que ahora triunfa en Londres, con unas coreografías tan expresivas como potentes. O las adaptaciones teatrales de la películas de Tim Burton Big Fish y de Woody Allen Bullets over Broadway, todas al mando de la dirección y las coreografías. Con esta última ha contribuido a convertir en musical por primera vez una comedia del famoso director, y aunque ha supuesto un notable descalabro económico -tuvo que cerrar a los cuatro meses de su estreno- tanto una buena parte de los críticos como muchos de los que tuvieron la suerte de verlo, lo han calificado de obra maestra.
Sin embargo otros tacharon esta obra de fácil, zafia o vulgar, tal vez sin comprender que tanto el libreto como las músicas o los bailes trataban de reflejar el ambiente canalla de los gangsters y las coristas de aquella época. Y para eso Susan es perfecta, capaz de recrear sin copiar los clásicos desde Berkeley hasta Astaire dándoles actualidad y adaptándolos a nuevas ideas o ritmos sin complejo alguno, celebrando la excelente tradición americana sin temor a repetirse.
Un grupo de niños ensayando con un falso profesor de música, una pandilla de gangsters taconeando al ritmo de sus metralletas, un montón de coristas con imposibles tocados nazis, nueve negros en la cárcel contando sus penurias con el vertiginoso movimiento de sus cuerpos, un coro de chicas de Ziegfeld de piernas imposibles cantando I got rhythm. Todos bailando al mismo tempo en una apoteosis final que solo Broadway puede inventar. Es lo que me viene a la mente cuando pienso en Susan Stroman, la culpable de que aquella noche de agosto saliera de aquel teatro sin poder parar de bailar. Who could ask for anything more?  
  

















martes, 3 de marzo de 2015

Who is who in the cast?



10 razones para amar a Julie Andrews

La noche del pasado 22 de febrero, cuando la 87 gala de los Oscars enfilaba su segmento final, a media hora de acabar y justo en el momento en que el tedio se apoderaba de los espectadores más estoicos, se registró el pico de audiencia mayor de la interminable ceremonia. Lady Gaga hacía un "medley" de The Sound of Music y al acabar aparecía Julie Andrews con lágrimas de emoción por tan sentido homenaje a los 50 años del filme. Con su característica humildad, la que solo ostentan las más grandes damas, se mostró abrumada al ver a todo el Dolby Theatre ovacionándola en pie, rendidos ante la presencia de la institutriz que todos hubiéramos deseado tener.    
Eliza Doolittle, Mary Poppins, Guinevere, Maria Von Trapp, Millie, Lili, Victor Grezhinski, Victoria Grant... todas en una sobre el escenario, todos los ojos puestos en aquella chiquilla de Surrey que tanto nos ha hecho soñar.

¿Solo diez? No sé si podré sintetizar tanto, a ver cómo me las apaño.

1- Por ser el primer rostro que recuerdo en una pantalla. Y el de Dick Van Dyke, claro, rodeados de dibujos animados en el mejor paseo por un parque de la historia del cine. Mary Poppins (1964) se estrenó justo un día después de mi nacimiento, llámalo casualidad si crees en ella. Yo la vería años después, claro, cuando todavía solían reponer viejas películas en los cines de verano.
Julia Elizabeth Wells (su apellido original, el de Andrews le vino de su padrastro) llevaba años actuando en concursos infantiles y espectáculos de vaudeville por toda Inglaterra, explotando su voz de casi cinco octavas y su gracia natural. Esto le llevó a debutar con 12 años en un teatro del West End.
2- Por ser el segundo rostro que recuerdo en una pantalla. El de una novicia que jamás llegaría a monja. No sé si exactamente el segundo, pero debía tener no más de seis años la primera vez que vi Sonrisas y Lágrimas, y aunque creo que me dormí en la parte de los nazis, recuerdo con fascinación montes, prados verdes, torreones de iglesias y música, el sonido de la música.
Tras hacer mil y una pruebas y después de haber representado una profética Cinderella en el London Palladium, la familia se trasladó a Nueva York buscando nuevas oportunidades que no tardaron mucho en encontrar. The Boy Friend era un nuevo musical de Sandy Willson que igual que ella llegaba desde Londres, y gracias al papel de la casquivana Miss Polly Brown consiguió su primera credencial en Broadway, el Theatre World Award. No está mal.
3- Por su voz única. Todos queríamos cantar el Do, Re, Mi como ella lo hacía, pero a nadie nos salía igual, claro. Y menos con la tremenda traducción de la versión española. Do es trato de varón?
Todavía actuando en The Boy Friend hizo una prueba para un nuevo show de Rodgers & Hammerstein, pero aún era pronto para trabajar juntos. El mismo Richard Rodgers le aconsejó que aceptara el papel que le acababan de ofrecer en un musical basado en Pigmalión de Bernard Shaw que prometía mucho. Y así fue como se libró de caer con todo el equipo de Pipe Dream y convertirse para siempre en una estrella de Broadway con My Fair Lady.
4- Por ser "practically perfect". Por esa perfecta mezcla entre inocencia y sabiduría, dulce y lista, dócil y fuerte como la que más.
Su primera nominación al Tony y muy pronto su primer Oscar. A pesar de la decepción sufrida al no ser la elegida para la película sobre el musical de Lerner & Loewe -la popularidad de Audrey Hepburn pesó en la decisión final- su carrera ya era imparable, especialmente tras ser la Cinderella del show de televisión de Rodgers & Hammerstein y la reina infiel Guinevere en Camelot. Walt Disney no lo tuvo muy dificil para decidir darle la protagonista de su película más ambiciosa hasta la fecha, la nanny más famosa de la historia tendría el rostro de Julie Andrews.  
5- Por ser inasequible al desaliento. Ni por un segundo perdió la sonrisa ni el optimismo cuando supo que nunca cantaría The rain in Spain... en la superproducción de Cukor,  Ese mismo año ganó el oscar por Mary Poppins cuando muchos pensaban que sería para Audrey Hepburn por el papel que podría haber interpretado ella misma. Los que esperaban ver tensión entre las divas aquella noche de abril de 1965 no sabían que se trataba de dos damas de los pies a la cabeza, como no ha habido otras. Los mejores deseos y las más cordiales felicitaciones, aunque luego la procesión fuera por dentro.
6- Por ser capaz de cambiar de registro sin pestañear. Ese famoso episodio de "justicia poética" no hizo más que hacerla avanzar con acierto y seguridad por una carrera de nutrida índole. Los escenarios se iban quedando atrás ante la insistente llamada de Hollywood, pero ella nunca olvidó Broadway. La americanización de Emily, una agridulce comedia en blanco y negro y sin canciones. Cortina rasgada, un Hitchcock en el que se medía con las grandes reinas del género sufriendo de lo lindo junto a un Paul Newman que se merendaba todos los planos, menos los de ella.
7- Por sobrevivir a las sonrisas y a las lágrimas. Contra todo pronóstico, y a pesar de que sus siguientes películas musicales no llegaron ni de lejos a la altura de la de la "novicia rebelde" (Millie, Star!, Darling Lili), Andrews no cedió ante la avalancha que supuso la famosa cinta de Robert Wise y supo reinventarse en un tono más adulto y menos almibarado (Hawaii, The tamarind seed), triunfando a la vez como estrella de televisión. The Julie Andrews hour, Julie and Carol (nunca tuvo tanta química con ningún actor como con su amiga y partenaire, la genial Carol Burnett) la reafirmaron como la enterteiner total. Aguda, cómica, divertida y sin miedo al ridículo, cosa que jamás hizo, por cierto.
8- Por ser la auténtica y genuina mujer 10. No piensen en la rubia de las trencitas correteando por la playa, no. La mujer 10 era ella.
Conocer a Blake Edwards, ser dirigida por él, casarse con él, adoptar dos hijas con él, ser madre de los dos hijos que el director ya tenía (además de la que tuvo con su primer marido, el diseñador de decorados Tony Walton) y todo esto sin abandonar su carrera... ¿no es de 10? Eso sí, algunos proyectos como protagonizar La bruja novata quedaron por el camino. Pero dar con Edwards, uno de los mejores autores de comedia de la historia del cine, la reubicó en una serie de proyectos que la transformaron en una espléndida, sexy y nada cursi actriz madura. 10, S.O.B., That´s life (precisosa y melancólica película junto a Jack Lemmon), The man who loved women...  El streaptease de S.O.B fue toda una revolución y una declaración de principios (y una forma de revolear de una vez la toca de la monja cantarina), o simplemente un reclamo publicitario para lanzar la película, pero nos dejó a todos con la boca abierta. Tal vez fue un acto más de amor a su esposo, cuya carrera empezaba a declinar por aquellos entonces.
9- Por ser Victor, por ser Victoria. Y reaparecer en la gran pantalla a lo grande en 1982, y por protagonizar el mejor musical filmado de las últimas décadas. Si no hubiera sido por la brutal Sophie de Meryl Streep se habría llevado su segundo Oscar a casa. Edwards, Mancini, Preston, Garner, Warren... todos hicieron de esta comedia un clásico definitivo, pero Victor y Victoria eran ella.
En 1993 reapareció en Broadway después de 33 años -desde que hiciera Camelot- nada menos que de la mano de Stephen Sondheim en la "revue" de su obra Putting it Together. Dos años más tarde Victor o Victoria fue convertido en un musical, y aunque algo maltratado por la crítica (en realidad, razón no les faltaba) ella seguía radiante en el ambiguo personaje, aunque su voz ya estaba anunciando serios problemas futuros. Al ser ignorados sus compañeros en los Tonys del 95 decidió declinar su propia nominación (la única que recibió el show). Cosas que solo hace una gran señora, con muchas mayúsculas.
10- Por saber envejecer con gracia y estilo. Una serie de desafortunadas intervenciones en las cuerdas vocales casi la dejan muda, y desde luego la obligaron a dejar de cantar en público para siempre. Su legendaria voz de soprano de casi cinco octavas murió prematuramente, pero ni siquiera eso la llegó a apartar de su público (su regreso al cine con Gente con clase o Princesa por sorpresa, entre otras muchas colaboraciones), como señalamos en el punto nº5, "Inasequible al desaliento". Y es que no nombran Dama del Impero Británico a cualquiera.
A punto de cumplir 80 años su encanto sigue intacto. La belleza discreta, la mirada limpia que enamoró a Cecil Beaton o a Richard Avedon aún siguen embelesando al objetivo, en esta ocasión el de Annie Leibovitz que la acaba de retratar junto a su mejor compañero -el capitán Christopher Plummer- con motivo del medio siglo de Sonrisas y Lágrimas. Una foto emocionante como pocas hemos visto. Su sonrisa y mis lágrimas -como las de todo el auditorio Dolby el pasado 22 de febrero- vuelven a unirse una vez más, igual que hace 50 años, y a poner un poco de azúcar en la amarga píldora que nos dan. Y me recuerdan muchas de "las cosas favoritas" que gracias a ella he disfrutado en mi niñez y en toda mi vida.