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lunes, 27 de julio de 2015

Play it again



Time heals everything 

Dios aprieta pero no ahoga, no hay mal que cien años dure, mientras hay vida hay esperanza, la esperanza es lo último que se pierde...
A menudo echamos mano de frases manidas, gastadas como éstas para consolar a alguien, o a nosotros mismos. Las penurias, los desengaños, las enfermedades de todos los que nos preceden se han agarrado a los clavos ardientes de esos proverbios cortos, precisos y recurrentes que usamos como los martillos que rompen la urna del botón de emergencia cuando, sencillamente, no sabemos qué decir.
En el ránking de todas estas sentencias hay una clara ganadora: el tiempo lo cura todo. Poco a poco, paso a paso, sabemos esto es lento, pero... el tiempo lo cura, lo borra, lo olvida todo.

Lo mismo pensaba, o quería pensar Mabel Normand cuando, una vez más, sufrió en sus carnes el desengaño del hombre que la había inventado como estrella y como mujer. Mack Sennett amaba la cámara, amaba sus sueños, se amaba a él mismo por encima de todo. Y la pobre Mabel lo amaba a él, y se convirtió en su sombra, en su luz y en su marioneta. En el plano perfecto para un pionero del cinematógrafo que la quería ver haciendo una comedia tras otra, que quiso hacer reír al mundo con el bello y pícaro rostro de la chica a la que acabó haciendo llorar.
Y mira que él se lo advirtió, que olvidaría sus cumpleaños, que no se acordaría de mandarle flores, que tarde o temprano le partiría el corazón. Y así lo hizo, con el tiempo que se tarda en recomponer uno...

I won´t send roses, Tap your troubles away, Wherever he ain´t, Look what happened to Mabel, Hundreds of girls...  Cada canción que compone Jerry Herman para un musical es el vehículo perfecto para hacer que éste progrese, que avance en la trama y sobre todo para enseñarnos no sólo lo que están haciendo sus personajes, sino lo que están sintiendo.
Herman es uno de esos compositores -y no hay demasiados- capaces de captar la alegría más exultante o la tristeza más honda según requiera la ocasión. Nunca pretendió ser tan profundo como Sondheim ni tan sinfónico como Bernstein, pero supo -sabe, porque aún lo tenemos entre nosotros- recoger en sus letras y en sus músicas las claves que definen cada momento, cada lugar, cada acción y reacción, cada protagonista o antagonista y lo que le alegra o le duele en cada momento.

Y con Mack and Mabel (1974), un musical que le dio más penas que alegrías, captó al milímetro el ambiente frenético del primer cine, la frivolidad de los que lo habitaban, los ritmos y melodías desenfadadas que se oían en los platós y en las fiestas, pero también la melancolía que sonaba en los corazones de tantos desengañados, de tantos locos sueños rotos.

Tócala otra vez, dímelo otra vez, júrame que el tiempo lo curará todo. Martes, jueves, abril, agosto... hasta que una mañana cualquiera el dolor desaparezca.  Otoño, invierno, el año que viene, un año de éstos...

Con esta preciosa y sentida balada de uno de mis maestros favoritos os doy la bienvenida a otro otoño, otra temporada más (y van seis!!) en la que Stage door volverá a compartir con vosotros un poco de música y un mucho de emoción, que -junto con el paso del tiempo, ya lo sé- son capaces de curarlo todo.

¡Gracias por seguir ahí!