Wilkommen, bienvenue, welcome!!

sábado, 14 de mayo de 2016

TKTS




Five weeks only!

Ojalá hubieran sido cinco semanas en Londres, pero no. Los rigores del trabajo y las obligaciones -por no hablar del vil metal- sólo nos permitieron pasar escasamente cinco días en la gran ciudad. Aunque los que me conocen saben el jugo que puedo sacarle yo a un puente en un lugar donde en cada esquina haya un teatro. Mira qué problema!

Lo que ha durado sólo cinco semanas en cartel ha sido, como muchos ya sabéis, el primer revival de Sunset Boulevard en la capital británica desde que se estrenó allá por 1993. Para ser exactos se hizo una versión adaptada a un formato más sencillo -pero no menos interesante según los que la vieron- en 2008. Pero lo que nos han ofrecido ahora ha sido un capricho del autor que nunca pudo ver a la que se puede considerar "su mejor Norma" actuando en la ciudad en la que se estrenó una de sus obras cumbres. Por eso, y ante la dificultad de programar el show original, se emprendió este proyecto en colaboración con la English National Opera en el vetusto Teatro Coliseum, en pleno corazón del West End, a un tiro de piedra de Leicester Square.

Eso y no otra cosa es lo que nos ha llevado a liarnos la manta a la cabeza y correr a comprar las mejores entradas que pudimos conseguir, el vuelo más arregladito y el mejor apartamento disponible (Islington, metro Angel, zona más que recomendable) para echar unos días de puesta a punto en el país donde jamás se habría anunciado un Man of la Mancha conmemorativo del cuarto centenario de la muerte del autor para poco después cancelarlo. ¿Me estoy desviando del tema, no? Sorry!  

Y claro, poyaque poyaque... De camino nos colamos en unos cuantos locales más para disfrutar de otras chucherías que la ciudad ofrece. En esa joyita modernista que es el Savoy se aloja la primera reposición de Funny Girl desde que Barbra Streisand lo estrenara en 1966 en el Prince of Wales. Transferido desde el mítico salón de la Menier Chocolate Factory -donde según me cuentan no cabían ni la escenografía ni las coreografías- la versión musical de la vida de la legendaria cómica Fanny Bryce ha sido uno de los grandes acontecimientos de la temporada londinense. Y todo gracias a la Fanny -funny- Sheridan Smith. Bueno, y a unas orquestaciones magníficas y a un buen puñado de excelentes secundarios, a la inolvidable música de Jule Styne y las hermosas letras de Bob Merril y el libreto de Isobel Lennart.
Una de las razones por las que nadie se ha lanzado antes a montar este revival es el miedo a las inevitables comparaciones con la diva que hizo de esta pieza su firma y de sus temas los standards que siempre aparecen en sus conciertos, People, Don´t rain on my parade... ¿Quién se atreve con esto? Este es el reto con el que ha tenido que lidiar una actriz de tamaño limitado pero de inteligencia infinita llamada Sheridan Smith (muy popular por sus intervenciones en programas de la televisión inglesa y muy premiada por su Legaly Blonde de hace ya unos añitos). Seguramente aconsejada por productores y directores, la Smith agarra este personaje por los flancos de la Bryce, y no de la Streisand, componiendo una actuación que se nos ofrece nueva, original y fresca. Y sobre todo, sin permitirnos establecer absurdas comparaciones que sólo serían un obstáculo para disfrutar de un show más que digno. Ella se escora mucho más por el clown, por la cómica desternillante que fue una de las mujeres de más éxito del espectáculo americano en los años veinte. Y nos hace reír, y sonreír, y encima nos pone a llorar a gusto cuando ella misma - en un registro que va cambiando con buen pulso y saber- no puede reprimir las lágrimas al cantar temas tan emocionantes como ese The music that makes me dance que te parte el corazón en trocitos. Lástima que la producción -bastante más humilde en decorados y vestuario de lo que este show requiere- no esté al nivel de la intérprete, de todos los intérpretes, pero especialmenbte de esta funny, funny girl que debería hacer pronto las maletas para estrenar en Broadway como este clásico merece, a lo grande.

También tuvimos la suerte de pillar un show que viene del señero festival de Chichester del año pasado, Guys & Dolls. Y aunque ya no estaban los actores de la producción original (Jamie Parker, Sophie Tompson o David Haig) la función sigue siendo más que recomendable. Colorista, divertida, canalla, esta fábula de Damon Runyon con música de Frank Loesser (una de las mejores partituras de teatro de siempre) merece, al igual que apuntábamos con Funny Girl, una puesta en escena más ambiciosa, pero aún distando mucho de ser la versión definitiva de este clasicazo, funciona como un perfecto entretenimiento con momentos realmente espléndidos, principalmente protagonizados por los secundarios del cast (a destacar ese Nicely-Nicely Johnson interpretado por Gavin Spokes), como el Sit down you´re rockin´the boat que pone al público literalmente en pie. Muy buena la pareja Nathan/Adelaide y gran química entre la chispeante Samantha Spiro y el conocido secundario de Hollywood Richard Kind (genial su Sue me, otro de los showstoppers de la función). Más flojito - y con menos "chemistry" el dúo del jugador Sky y la puritana hermana Sarah, quizás uno de los escollos principales de esta versión, aunque por lo demás el show te hace pasar un rato estupendo, al menos al que escribe.

Desde que se estrenó allá por 2013 siempre he mostrado reticencias ante Charlie and the Chocolate Factory, principalmente por que adoro la partitura original de Leslie Bricusse y me decepcionó saber que sólo introducirían uno de sus temas, el famoso Pure Imagination. Pero los prejuicios están para saltárselos, y cuando por fin lo consigues puedes disfrutar de muchas más cosas en la vida, como por ejemplo de este magnífico espectáculo. Una historia fantástica -además de fantasmagórica- de Roald Dahl perfecta para convertirse en musical (además de en las dos películas que ya hicieron Mel Stuart en 1971 y Tim Burton en 2005) y un teatro perfecto, grandioso, como el Royal Drury Lane para albergar una producción de lujo a la que la música de Mark Shaiman le va, tengo que reconocerlo, como anillo al dedo. Como es natural, la idea se acerca mucho más al concepto burtoniano, así como Willy Wonka está mucho más cerca de Johnny Depp que de Gene Wilder, pero sabiendo eso ya te puedes relajar y disfrutar, algo que yo conseguí justo desde el momento en que el adorable Noah Crump comienza a cantar el primer tema sel show, Almost nearly perfect. Mira qué es fácil que un niño actor de musicales sea cursi o repelente, pues nada más lejos de este chaval que se lleva los aplausos más estruendosos en una producción más que generosa en actores, bailarines, colorido, vestuario y sobre todo, escenografía. Charlie and the chocolate... almost nearly perfect!! Gracias a quien me hizo este bonito regalo de reyes, una vez más ha logrado sacar a pasear al niño que hay en mí.

Aunque no quiero alargarme mucho más- y esto me va a costar, lo sé- quiero terminar esta crónica hablando de una diva, de dos, mejor dicho. Y aviso que nunca he sido breve hablando de divas... jejeje. Norma Desmond, Glenn Close. La primera, uno de los mejores personajes escritos para la pantalla, la segunda, una de las mejores actrices de su generación, de muchas generaciones. ¿Sabes que hace mucho la Close ya hizo de diva del cine mudo enloquecida ante el olvido del sonoro? Era la película Maxie, donde era un fantasma que se aparecía en la casa que una pareja acababa de comprar. Con Mandy Patinkin de prota, ¿no te acuerdas?
Desconozco si esto influyó en la decisión de Sir Andrew Lloyd Webber de elegirla para estrenar su obra maestra Sunset Boulevard en Estados Unidos, primero en Los Angeles y luego en Nueva York. Pero en cualquier caso está claro que acertó.
Como ha vuelto a acertar encargando esta nueva versión veintitrés años después contando en esta ocasión con la impagable colaboración de la orquesta de la ENO. Un merecido homenaje a una pieza que no se repone con frecuencia por lo carísimo que cuesta, en tiempos en los que el "minimal" y el show de pequeño formato son la mejor -y a veces la más cobarde- opción.
Pero ésta no es una "pequeña función" en ningún sentido, ya que lo que ha logrado el director Lonny Price ha sido algo grande, un diseño de producción adaptado a una gran orquesta sobre el escenario pero sin desdeñar ninguno de los elementos escénicos que ayudan a la narración de esta maravillosa historia de olvido, amor y muerte.
Pero aparte de la acertadísima puesta en escena en la que no faltan piezas del vestuario original o elementos de atrezzo como el cochazo de la actriz o el famoso rótulo de la Paramount, la cuestión toma verdadera fuerza al abordar los que sin duda son los platos fuertes del banquete, la música y la interpretación. Disfrutar de la mejor partitura de Webber como si de una sinfonía se tratara... apreciar cada uno de los matices en que reparas cuando escuchas el disco pero que no suelen corresponderse con las orquestaciones en el foso... Los vellos de punta desde que comienza esa grave marea de cuerda con la que arranca el show, o el apoteósico entr´acte que nos empuja hasta el inevitable final de la historia... Y además sin hacer alardes de ningún tipo, ciñéndose con reverencia a lo que está escrito, sin tratar de convertir la función en un concierto que apagara el verdadero protagonismo de los actores y el relato.
Los actores... excelente coro, excelentes secundarios, un Max tal vez algo envarado (Fred Johanson) pero con una potente voz de bajo, una Betty perfecta actuando y cantando (Siobhan Dillon) que protagoniza uno de los momentos más emocionantes de la función (el dueto To much in love to care), pero sobre todo un Joe Gillis de primera categoría. Michael Xavier consigue que nos olvidemos de todos los Gillis anteriores, hasta de William Holden si me apuras, construyendo un personaje en conflicto, a veces divertido, a veces canalla, otras avergonzado y desesperado. Su "momentazo chulo piscina" del segundo acto corta literalmente la respiración del público, y no sólo por exhibir su grácil anatomía -por decirlo de algún modo tolerado para todos los públicos- sino por la forma que encara su tema estrella, el que da nombre al musical. Muy a destacar la tremenda química que se establece entre la diva y el guionista en paro, saltando chispas en momentos como ese delicioso The perfect year. Mad about the boy, con eso lo digo todo.    
Y about the girl, claro. Locos por Glenn Close. Nunca he visto a tanta gente gritar tanto, aplaudir tanto, levantarse del asiento con tal energía como aquel bendito sábado en aquella bendita matinée en el Teatro Coliseum. Y es que además todos teníamos el miedo de ver bajar las escaleras de la mansión a otra que no fuera ella, como sucedió una semana antes por indisposición de la actriz. Y aunque la sustituta fuera excelente y posiblemente cantara mejor que la titular -una Ria Jones con el par de bemoles necesarios para salir ante un público cabreado y acabar enloqueciéndolo al final del show- la decepción habría sido mayúscula. Pero no, no hubo lugar para decepciones.
Siempre he creído, igual que muchos, que en un musical es preferible un buen actor que cante que un buen cantante que actúe, claro, también dependiendo del personaje en cuestión. Y si hay un papel que requiere de una actriz superlativa, ese es el de Norma Desmond. Que entone mejor o peor llega a ser secundario, es más, diría que a la vieja dueña de la mansión californiana le va bien meter un gallo de vez en cuando. Y Glenn Close es más que solvente en canto, aunque su voz sea mucho más firme en los diálogos que cuando empieza la música, pero eso no hace más que añadir emoción y ternura a su creación. En With one look, primer "aria" del show, comenzó algo insegura, pero poco a poco se fue creciendo hasta que llego el apoteosis final, y cuando el público dejó de aplaudir y ella pronunció su displicente "now go"... ahí ya nos había metido en el bolsillo a todos los que estábamos con la boca y los ojos abiertos de par en par. Y más aún en el momento estrella del segundo acto, al recibir ese foco de luz en su cara y comenzar a cantar un As if we never said goodbye que en esta ocasión cobraba un sentido especialmente significativo. Inolvidable, de esos momentos que quieres retener para siempre, de esos que duran unos minutos y una eternidad.
               
Y es que parece que las cosas verdaderamente buenas de la vida, como dice aquella copla, no duran mucho más de cinco minutos, o en el mejor de los casos, cinco semanas.