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miércoles, 13 de julio de 2016

Another opening, another show! (Una historia de Broadway 13)



The sixties (Let the sunshine in)

Facing a dying nation of moving paper fantasy...


A pesar de que la industria del espectáculo parecía no querer enterarse, el mundo estaba cambiando por momentos. Guerras hubo siempre, injusticia, racismo, hambre, desigualdad, intolerancia... la diferencia está en que ahora la gente iba a decir algo al respecto.

La década en la que el hombre llegó a la luna, la Guerra Fría estaba en plena efervescencia, y tanto la Primavera de Praga como el Mayo francés mostraban el irrefrenable impulso de clamar por la libertad de los pueblos. El desarrollismo capitalista continuaba en alza mientras una buena parte de la sociedad americana empezaba a ser consciente del precio que el mundo estaba pagando por mantener el "american way of life". La Guerra de Vietnam hablaba de ello, y las manifestaciones, y las detenciones, y la división de una buena parte del país ante un conflicto cada vez más insostenible. 
En los sesenta mataron a balazos a Martin Luther King y a Malcolm X por querer hacer de América lo que aún hoy no ha podido llegar a ser. Y a John F. Kennedy, y a su hermano Robert. En la tierra de las libertades limpiaban la sangre de sus mártires con coches de lujo, casas de lujo, electrodomésticos de lujo y una idea del confort diseñada especialmente para adormecer a sus cachorros. 

Y el cine, y la televisión, y el teatro. No es nuevo el impulso escapista de este pueblo, que siempre plantó cara a la desdicha olvidándose de ella durante las dos horas que dura una película o los tres minutos que tarda en acabar una canción de moda. 

Golden Boy, Do I hear a Waltz?, Half a sixpence, On a clear day you can see forever, The apple tree, I do, I do!... Y dos piezas maestras sin las que no se podría entender el teatro musical americano, Sweet Charity y Mame, Cy Coleman y Jerry Herman estrenando sus mejores joyas con sólo unos meses de diferencia. Tiempos aquellos...  


Los alegres diseños de los carteles, los vivos colores que lucían las marquesinas de Times Square ahuyentaban el fario de los negros titulares de los periódicos. Y a unos pocos metros de distancia, las putas y sus chulos se congregaban a las puertas de las Salas X de la calle 42. Eran los sesenta, y los setenta, luego llegó la Disney y lo compró todo. 

La mayoría de los títulos que se estrenaron a mediados de la década nos hablan de un público ávido de entretenimiento amable y sin complicaciones. Pero también denotan un cierto menosprecio por parte de la industria del espectáculo, aunque algunos productores no tardarían en darse cuenta de lo rentable que podía ser otro tipo de productos más comprometidos con la realidad del momento.

Harold Prince es buen ejemplo de ello, el mejor. A pesar de haber tocado la gloria con propuestas tan comerciales como Damn Yankees, A funny thing happened on the way to the forum o She loves me, su buen olfato lo fue acercando cada vez más hacia asuntos menos complacientes. Desde que cayó en sus manos la novela de Isherwood Adiós a Berlín (1939) y tras un intenso viaje a dicha ciudad, la idea de montar un show sobre los excesos y las penurias de la Alemania de justo antes del ascenso nazi no se le iba de la cabeza. Y así fue como, contando con el apoyo del dramaturgo Joe Masteroff (con quien acababa de colaborar en She loves me) y los autores John Kander y Fred Ebb, nació el que puede considerarse uno de los... cinco? musicales más importantes de la historia. 

Cabaret fue estrenado en 1966 en el Broadhurst Theatre dejando a la audiencia con la boca literalmente abierta. Muchos no sabían bien lo que habían visto, otros ni lo querían saber. ¿Un show en clave de vodevil cargado de sátira, política, violencia y ambigüedad sexual? La propuesta no dejaba de ser arriesgada, pero la solidez con la que se presentó en cuanto a dramaturgia, canciones, coreografía y esa rara pero equilibrada combinación entre comedia burlona y tragedia descarnada... Podría haber fracasado, nadie lo duda, pero fue un éxito arrollador. Y aún lo es.

Un año más tarde se empezaba a hablar de un montaje que estaban representando en un nightclub entre la 53 y Broadway. Cada noche la cola para entrar en The Chitah -como se llamaba el popular tugurio- se hacía más y más larga, porque dentro estaba ocurriendo algo excepcional que nadie quería perderse. Algo que estaba a punto de cambiar la idea que los americanos tenían de lo que era un show al uso. Se trataba del primer musical hippy de la historia, el primero formado íntegramente con música rock (después vendrían The rocky horror show, Tommy, Rent...).

Hair, the american tribal love/rock musical, que es su nombre completo, pronto pasó a ocupar un teatro en el off Broadway y poco después, ya en 1968, se estrenó oficialmente en en Biltmore de Broadway en el que se hicieron 1.750 funciones. Si añadimos a ello su exitoso estreno en Londres y la realización de la película de Milos Forman en 1979 -y todas las representaciones que se han sucedido en múltiples lugares del planeta- podemos afirmar que Hair, más que un fenómeno teatral o musical, fue un fenómeno social estrechamente unido al momento en que se creó y a lo que estaba ocurriendo en el mundo en aquellos años. 

¿Qué fue exactamente lo que convirtió un producto tan atípico en una obra de culto desde el momento de su estreno? ¿Su mensaje? ¿Su frescura? ¿Los excelentes temas perfectamente sincronizados con la trama? ¿O tal vez que Hair decía con sketches y canciones lo que una gran parte de la sociedad americana quería decir y no se atrevía? Era el momento de encarar "una nación moribunda harta de vivir en una fantasía de papel", como dice uno de los temas principales del show. Era el momento perfecto para sacar las pancartas de la calle y meterlas en los teatros, pero los del mainstream, esos que son frecuentados por señoras con bolsos y maridos caros. Ante ellos los grafitis de Love & Peace, especialmente si eran portados por una banda de melenudos en pelotas, tenían infinitamente más poder. 

O tal vez fue simplemente que la luna se situó en la séptima casa mientras Júpiter se estaba alineando con Marte... vete a saber.