Kristin Chenoweth (Funny girl)
Una diva no tiene por qué ser una gran cantante, ni siquiera una gran actriz. Una diva es algo más. Fanny Brice, Ethel Merman, Mary Martin, Carol Channing... cómicas, "caricatas", reinas capaces de reirse de sus propias debilidades y de su propia sombra. Carne de focos y escenario, payasas que resisten los embates de la vida a golpe de carcajada. Pero que también pueden arrancarte una lágrima a poco que te despistes...
La historia de Broadway está llena de estas actrices de vocación que -nadie sabe exactamente por qué- sin ser especialmente bellas, ni esculturales, ni glamurosas... se cuelan en el corazón del público de por vida. Lucille Ball, Carol Burnett, Barbara Harris... chicas corrientes, simpáticas, a veces inocentes, a veces atrevidas, pero con una personalidad de hierro forjado entre los bastidores de la vida.
Kristin Chenoweth es una de ellas. La última en unirse a este insigne grupo de "chicas divertidas". Pero ella, además, viene equipada con una voz de oro de veinticuatro quilates.
Esta rubia pizpireta de poco más de un metro y medio, vino al mundo hace cuarenta y tres años (aunque siga aparentando veintipocos) en Broken Arrow, Oklahoma. Sí, nació en un estado con nombre de musical de los clásicos, cómo no. Sin ser totalmente consciente de sus orígenes -fue adoptada cuando solo era un bebé- ella afirma tener un "cuarterón" de india cherokee, algo no demasiado extraño en esa región. Lo que siempre tuvieron claro los que la conocían, es que era diferente a las demás, alguien extraordinaria. Como extraordinaria era su vocecita de pito de registros ilimitados. Por eso comenzó a cantar en coros de gospel cada domingo y así fue sobresaliendo hasta conseguir una beca para estudiar ópera y teatro musical. Cuentan que fue a Nueva York a ayudar a un amigo a mudarse, y ya no volvió nunca más. La seleccionaron para un papel en Animal Crackers (una comedia de los Hermanos Marx convertida en musical) y a partir de ahí todo fue subir escalones.
A comienzos de los 90 ya estaba "on tour" con obras como Babes in arms, The Phantom of the Opera (donde Kristin fue Christine por varias ciudades y países), The Fantastiks (¿qué estrella de Broadway no ha hecho alguna vez de Luisa?), hasta que llegó su debut en la gran ciudad con un estreno de auténtico lujo, Steel pier, de Kander y Ebb. Por su pequeño papel de la soprano enloquecida Precious McGuire ganó su primer premio de importancia, el Theatre World Award. Poco después hizo de Sally, la hermana listilla de "Carlitos" en You´re a good man Charlie Brown, personaje por el que se llevó su primer -y hasta ahora único, no me preguntéis por qué- Tony. También fue Daisy Gamble en una producción Encores! de On a clear day you can see forever, la primera reposición que se hacía desde su estreno en plenos sesenta. Y es que nadie más se atrevía a hacer una Melinda digna de su predecesora, otra rubia pizpireta de tremenda voz, la genial Barbara Harris (a la que también "siguió" en la reciente reposición de "The Apple Tree").
Pero el espaldarazo definitivo a la fama -además de por sus apariciones en varias películas y series- se lo dio Glinda, la Bruja Buena del Oeste, ¿no es lo que suelen hacer las brujas buenas?. Con Wicked, Kristin Chenoweth -al igual que su colega, Idina Menzel- logró subir al podio, al trono, al olimpo, a ese lugar de privilegio al que se tarda mucho en llegar pero del que a veces se sale muy deprisa. El gran público se aprendió su nombre para siempre con la creación de este claro y oscuro personaje que supo interpretar con todos los matices que requería y con su acostumbrada voz de ángel endemoniado. Ojalá las muchas Glindas sustitutas hubieran estado a su altura, y a la de la Menzel, claro.
Cunegonde en Candide (producción de la filarmónica de Nueva York), Lily St. Regis en la versión televisiva de Annie, Marian (the librarian) en The Music Man, también para televisión -junto a Matthew Broderick- y un sinfin de intervenciones en series "con derecho a canción" como la estupenda Glee, en la que hacía de la fracasada April Rhodes. Sus versiones de One less bell to answer o Maybe this time en sendos capítulos son antológicas. ¿Por qué no se ha pensado en un spin-off con ese personaje?
La última vez que la vimos sobre un escenario de Broadway fue hace un par de años, y hacía algo muy complicado. Emular a Shirley MacLaine en El Apartamento no es un toro que pueda lidiar cualquiera. Y encima cantando y bailando. Promises, promises, la obra maestra de Burt Bacharach, nos brindó la oportunidad de verla en un papel menos cómico y más amargo, la de la ascensorista que se mira en el espejo roto de su propia existencia ("no deberías usar rimmel si te enredas con un hombre casado"). La perfecta química con Sean Hayes (el Jack Lemmon del show) nos regalaba uno de esos escasos momentos mágicos en los que el oficio y la inspiración rebosan por todo el patio de butacas.
La voz de esta "pequeña gran diva" -chillona o aterciopelada según se requiera- es tan personal, tan única que se ha llegado a inventar un término relacionado con su tesitura imposible, "the Cheno note". Una nota a la que muy pocos pueden llegar y que deben evitar los que quieran conservar su cristalería intacta. Pero eso no es lo más importante de esta "chica divertida" (también hizo Funny Girl en una función-homenaje, por cierto) de curvas sinuosas y ojos de un azul de piscina californiana. Lo mejor de Kristin Chenoweth no se puede medir, solo se percibe cuando aparece en un escenario y de repente dejas de ver al resto de los actores. Hay quien nace con ese don, un foco de luz que no solo les ilumina a ellos, sino también a los que tenemos la suerte infinita de acercarnos alguna vez.