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jueves, 26 de diciembre de 2013

Play it again


 


The perfect year

Todos brindamos porque el año que entra sea perfecto. Próspero, feliz año nuevo. Año nuevo, deseos viejos. Proyectos, propósitos, planteamientos que acaban en el cubo de la basura junto al matasuegras y la cinta de espumillón. Basura reciclada cada comienzo de año, cada comienzo de año imperfecto.
No quiero parecer pesimista porque no lo soy mayormente. Todo lo contrario. Pero es que es tan absurdo -y tan inocente- pensar que porque el almanaque pase del 31 al 1 las cosas van a cambiar...
Pobre Norma, ella también lo creía, lo necesitaba desesperadamente. Y su año terminó como el rosario de la aurora.  If you´re with me, next year will be the perfect year... Pobre infeliz.
Sir Andrew Lloyd Webber ha escrito cientos de canciones a lo largo de su larga y suculenta carrera, muchas magníficas, alguna genial, bastantes repetidas hasta la extenuación, ya oídas aquí o allá. Pero cuando se sentó ante el piano a componer los temas de Sunset Boulevard se le escaparon algunas de las melodías -y de las letras- más hermosas que ha parido el teatro musical nunca jamás. With one look, As if we never said goodbye, Greatest star of all... Y entre ellas una que resumía a la perfección el espíritu del año nuevo, la ilusión ilusa de los que creen que a partir de ese preciso instante todo puede ser diferente.
La vieja Norma Desmond encerrada en su vieja jaula barroca, enloquecida por culpa de la soledad y el olvido, viviendo en un pasado que no solo no volverá, sino que en realidad no ocurrió jamás. Y de pronto la juventud entra en su vida como un huracán destapando pasiones embalsamadas, llenando la piscina de la vieja mansión y el depósito del Rolls (o del Isotta Fraschini) hasta rebozar.
Norma compra a su gigoló con tuxedos y abrigos de vicuña, con pitilleras de oro y con lástima, mucha lástima. Y cuando la pobre loca cree que está seduciendo a su enésima víctima, cuando aún le quedan energías para seguir engañándose y creyéndose atractiva y poderosa, decide organizar una gran fiesta de fin de año.
Rudy Valentino le dijo que lo mejor para bailar el tango eran las baldosas, y ella encargó las mejores para acorralar a su presa, para emborrachar a la víctima que es también verdugo. Música y champagne, todo preparado. Pero entre ellos se interponen dos cosas, el molesto tocado de plumas que luce la estrella y... todo lo demás.
¿Cuándo se supone que llegarán lo otros invitados? No hay otros invitados, y no solo porque el plan era la encerrona perfecta, no, es que no hay nadie más a quien invitar. Todos aquellos amigos de la vieja gloria ya están lejos, arruinados o muertos. La hecatombe del sonoro aguó la fiesta perpetua que fue el Hollywood de los años veinte pero a la vez dejó secas las cocteleras y también las piscinas. Solo una triste orquesta amenizando el crepúsculo de la diosa, como aquellos músicos del Titanic tratando de ignorar la tragedia anunciada.
Cuando el joven pudo escapar de la tela de araña corrió huyendo a una fiesta mucho más concurrida, con gente joven y animada, creyendo que allí estaría a salvo de su propio destino. Pobre Joe, no sabía lo larga que podía ser la sombra de una mujer despechada. Unas muñecas rajadas, una llamada de teléfono y... regreso a la guarida donde unos brazos vendados lo atraparían para siempre, hasta el siguiente y último intento de huida en el que acabó disfrutando eternamente de una piscina recién llenada para él. 
Podría decir que jamás he visto un mejor final de un acto primero. El infeliz escritor llegando al diván donde yace su mentora y deseándole feliz año nuevo mientras suena el All lang syne. Ella lo rechaza porque sabe que ya está en la trampa, él la besa, ella lo abraza apasionadamente devolviéndole el beso que los llevará juntos a la ruina. Y el telón cae suave pero rotundamente con la melodía de ese tema perfecto para ese intermedio perfecto, una bonita e ingenua canción que parece burlarse de los sueños de una pobre desgraciada, o de muchos.    
Al final de cada año hay un breve intermedio, uno que dura exactamente lo que tardan en sonar las doce campanadas que separan las decepciones de las esperanzas. Yo deseo de todo corazón que tengáis poco de lo primero y mucho de lo segundo. Pero mi deseo de verdad queda explícito en la letra de esta canción que hoy ponemos una y otra vez: si estáis junto a mí este podrá ser -y seguro que será- ¡el año perfecto!



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 


jueves, 12 de diciembre de 2013

Broadway baby





Un cuento de navidad

La navidad es un cuento, no lo dudes. Pero uno precioso, con sus protagonistas, sus secundarios y una trama de suspense, drama, comedia sentimental y claro, con final feliz. Bueno, de momento...
Así se ha entendido siempre. Como una apasionante historia diseñada para dar esperanza a los que la están perdiendo, para enternecer los corazones más duros y escépticos, para consolar a los que vagamos por este mundo oscuro y frío. ¿Por qué si no la iban a ambientar en pleno invierno? El calor y la nieve, el eros y el tánatos, la alegría y la pena en perfecta sintonía.

Cerca de la estación de Charing Cross había una vieja fábrica en la que un chaval de doce años trabajaba pegando etiquetas a tubos de betún para zapatos. Mañana, tarde y noche, diez horas al día. Su padre estaba en la cárcel y la familia necesitaba los pocos chelines que le darían por ese empleo. ¿Parece un personaje de Dickens verdad? Pues no, es el mismo Dickens de niño. Un niño solo, un niño adulto a la fuerza con zapatos rotos, hambre y frío. Y respirando el humo ennegrecido de una ciudad monstruosa que en los cuentos siempre aparece vestida de desolación y aventura. En lo más crudo del crudo invierno el chaval se pregunta donde está el amor, ¿te suena? Pero en Londres, en plena Revolución Industrial, no quedaba mucho tiempo libre para buscarlo, había que conseguir comida y fuego, por ese orden.
La fantasía y la imaginación dieron más de sí que los escasos seis chelines semanales que el chico ganaba en la fábrica, y pronto empezó a inventar historias que le ayudaban a escapar de sí mismo y a escribirlas en un trozo de papel manchado de carbón. Así me lo imagino yo, muy "dickensiano" todo. Como en muchos cuentos hay una tía rica en la familia, y la tía se muere, y la familia hereda a la tía -que siempre es fea y rácana a más no poder- y así empiezan a prosperar, a levantar cabeza.
De oficinista a pasante de un bufete, de pasante a reportero de un pequeño periódico, de reportero a cronista político, lo que le hizo emplearse a fondo en mirar, escuchar y contar... ¿No es eso lo que hacen los grandes escritores?
Y Dickens miraba lo que había a su alrededor, que no era poca cosa. Miseria, avaricia, penurias, injusticia social... pero también bondad, también humanidad. Y aderezándolo con sus propios recuerdos lo fue plasmando todo en un papel, algo más limpio ya, y entre crónica parlamentaria y artículos de debates electorales comenzó a inventar historias. Los papeles del Club Pickwick primero, luego vinieron Oliver Twist, Nicholas Nickleby, La tienda de antigüedades, David Copperfield (la que se considera más fiel a la memoria de su desolada infancia), Casa desolada, La pequeña Dorrit, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas... Entre ellas se coló una obrita menor -aunque una de las que más gloria le dio- que se iba a convertir en la imagen universal de la fiesta más universal. A Christmas Carol (Una canción navideña, aunque aquí se tradujo como Un cuento de navidad).
No hace falta contar lo que cuenta este cuento. Todos lo sabemos. Y lo sabemos porque lo hemos leído y visto en películas viejas y nuevas, en blanco y negro y a todo color, con personajes humanos y en dibujos animados. Con y sin canciones, aunque este relato sea una canción en sí.
La historia del pobre rico Ebenezer Scrooge me ha parecido siempre de una crueldad sin límites, cosa habitual en los cuentos infantiles por otra parte. Despertar a un hombre de su sueño paseándole sus errores por delante de sus narices. Mostrarle una a una todas sus meteduras de pata, su estupidez, su ignorancia, las puertas que pudo haber cruzado y no cruzó, los abrazos que pudo haber dado y no dio... Hacerle ver a la fuerza la imagen misma de su presente soledad a golpe de diapositivas de su vida, su familia, sus amigos, su amor... ¡Hay que ser retorcido! Bueno, parece que una vez más el fin justifica los medios, y ya sabemos que no hay como perder lo que tenemos para valorarlo y descubrir todo lo que hemos perdido. Pero el final feliz viene vestido de segunda oportunidad, una última tal vez, pero mucho más de lo que la cruda realidad nos suele ofrecer.
Desde Seymour Hicks hasta Jim Carrey, desde Bill Murray a George C. Scott, desde Albert Finney a Kelsey Grammer, desde los Muppets a Mickey Mousse... todos han sido el avaro desvelado expuesto a su pasado, presente y futuro. Todos han sido el malo que se convierte en bueno gracias al tirón de orejas más sonado de la literatura universal. Pero nosotros hoy lo traemos con música, como no podía ser de otra manera.
En 2004 Alan Menken y Lynn Ahrens pusieron música y letra a las aventuras y desventuras del famoso usurero para la producción televisiva de Hallmark Entertainment (curioso, los mismos que fabrican las tarjetas navideñas). El mismísimo Doctor Frasier -Kelsey Grammer- fue su protagonista, acompañado por Jason Alexander, Jane Krakowski, Geraldine Chaplin y Jennifer Love Hewitt en una de las mejores versiones del célebre relato. Décadas antes se realizó otra película -en este caso para el cine- llamada Scrooge (Ronald Neame, 1970) con un Albert Finney superlativo y una partitura de Leslie Bricusse (Victor/Victoria) más que memorable. A raíz de estas dos películas nacieron sendos musicales que han sido representados con éxito muchas navidades tanto en Broadway como en Londres o en otras partes del mundo.
Y eso es lo que traemos hoy, un bonito un cuento agrio y dulce para niños adultos, una "historia para no dormir" si de verdad eres consciente de lo que quiere decirnos.
Igual que el pequeño Charlie Dickens, todos necesitamos de vez en cuando inventar algún relato que nos saque por un momento de nuestro propio pellejo, aunque esté habitado por fantasmas, ogros o brujas malvadas, aunque como en este caso nos esté queriendo llamar la atención sobre lo que somos, lo que fuimos y lo que pudimos haber sido, algo no siempre fácil de tragar, pero si es con un poco de música...
¡Feliz cuento de navidad!














jueves, 28 de noviembre de 2013

TKTS





Give my regards to Broadway!

El tiempo que hace que no voy yo a Nueva York...
Con este pensamiento me levanto cada mañana, bueno, casi todas. Aunque aún no haya deshecho las maletas!!
Pero la verdad es que a los que nos tiene atrapados "the rumble of the city" se nos hace cada vez más larga la espera de salir volando. ¿Y qué nos hace volar? Actualmente no demasiadas cosas, para ser sinceros. Solo si vives allí, o muy cerca, tendrás el privilegio de acudir a eventos tan únicos como efímeros que hoy por hoy son los más interesantes, no te quepa duda.
Ver a Norm Lewis, Bernadette Peters y Jeremy Jordan (Smash, Bonny and Clyde) cantando por Sondheim acompañados por la orquesta de Wynton Marsalis durante cinco días!! Ese es uno de los eventos a los que me refiero. A bed and a chair, una delicia de homenaje a estos dos grandes maestros de la música. Un escenario vacío, una cama, una silla, un grupo de músicos y unos cuantos actores recreando lo mejor de nuestro autor favorito. Pero solo por cinco días!!! Fue la semana pasada, y los que estuvieron allí cuentan maravillas.
Ver a Lauren Molina y Jason Tam en Marry me a little -siguiendo con Sondheim-  en Off-Broadway (entre septiembre y octubre pasado, sorry!). Dos actores en un pequeño escenario envolviendo su soledad con un puñado de temas imprescindibles.
Ver a Kelly O´Hara viviendo muy pero que muy lejos del cielo en la versión musical de la película de Todd Haynes Far from Heaven. Connecticut 1957, Julianne Moore como la perfecta ama de casa inmersa en una vida de portada de Life engañada y vacía. Una interesante partitura de Scott Frankel (Grey Gardens) y un montaje calcado de la película. Y breve en la cartelera como una pompa de jabón. Sorry again!
Como breve será otra adaptación, la de la película de Tim Burton Big Fish, que todavía puedes ver pero corriendo que cierran a finales de diciembre. Sé de buena tinta que es un espectáculo mágico y encantador digno del original. El gran Norbert Leo Butz protagoniza este drama romántico con música de Andrew Lippa (The Addams Family) dirigido por Susan Stroman. Todo para ser el éxito de la season, pero...
La sensación de la temporada parece estar siendo A gentleman´s guide to love and murder, tomen nota del titulito que parece dará que hablar, o al menos eso vaticinan los críticos del New York Times que son los que mandan en todo esto. Steven Lutvak es el autor de una farsa de suspense acabada de estrenar que según dicen provoca las mejores risas desde The book of Mormon. Habrá que ver.
¿The best is yet to come? En previews está Beautiful, un bio-musical sobre Carlole King protagonizado por la maravillosa Jessie Mueller. En puertas aguardan los estrenos de: Aladdin the musical, otra inversión de Disney vestida para franquiciar. The bridges of Madison County, con Kelly O´Hara de sufridora en casa (o no tanto, que está acompañada por Steven Pasquale). Bullets over Broadway, la primera versión musical de una película de Woody Allen con book del susodicho dirigida -y coreografiada- por Susan Stroman (apetece ¿no?). Emma Thompson haciendo de Mrs. Lovett en el Sweeney Todd que prepara la New York Philarmonic para marzo (4 días solo!!). El Cabaret de San Mendes que vuelve al Studio 54 esta vez con Michelle Williams acompañando al MC original, Alan Cumming...
Otra que vuelve -y menos mal, por que su serie Bunheads no justificaba para nada su huida de los escenarios- es Sutton Foster. Violet, el lacrimógeno drama de Off-B´way de Jeanine Tesori será el vehículo que la traerá de regreso a casa. ¿Otro Tony? Why not?
Y entre tanto y tanto seguimos aguardando el tan anunciado -y postergado- revival de Funny Girl con Lea Michele a la cabeza. Ni se sabe para cuando, pero yo estoy ahorrando por lo que pueda pasar.
Mientras sí y mientras no -y ya que toca echar monedas al cerdito- nos vamos al cine que es más barato y ya está aquí el estreno del Into the Woods de Rob Marshall, con Meryl Streep al frente de un reparto que... bueno, ya veremos. Llega con los turrones, el 25 de diciembre.
Nos tiene entusiasmados la puesta en marcha The Drowsy Chaperone, y sobre todo la noticia de que Hugh Jackman pueda hacer del súper latin lover Aldolpho en la gran pantalla. Yo sé de alguien que se arañaría la cara por verlo. La misma que estará rezando para que la película Barnum (The greatest show on earth) sea finalmente protagonizada por el australiano de sus entretelas. Crucemos los deditos.
Otra producción que está a punto de estrenarse es la nueva -y renovada- Annie. Una huérfana negra (Quvenzhané Wallis, la niña de Bestias del Sur Salvaje) en el New York de 2013 maltratada por una Mrs. Hannigan con el rostro de Cameron Diaz y adoptada por un Daddy Warbucks con el de Jamie Foxx. Suena raro, lo sé, pero ¿alguien se la piensa perder? Bueno, tal vez un buen amigo al que la niña de rojo le carga un poco...  En fin, que hay cosas muy interesantes y variadas que nos aguardan en el cine. A falta de pan... como dicen en Annie, Wellcome to the movies!!!

¿How are the things in London? Con una temporada limitada (odio la frasecita!) esa joya medio ignorada por crítica y público llamada The Scottboro Boys está en estos momentos (y solo hasta finales de diciembre) en el Young Vic Theatre. En Londres están enloquecidos con este show que pasó de puntillas por Broadway, y es que la partitura póstuma de Kander & Ebb es tan fuerte como su austera y eficaz puesta en escena.
También continúa con mejor respuesta de la esperada From here to eternity, el musical de Tim Rice basado en la mítica película de Fred Zinnemann que quiere ser el nuevo South Pacific. Como si fuera tan fácil...  ¿Cómo habrán solucionado lo del besazo en la orilla? ¿Salpicará el oleaje a la primera fila?
Gran expectación ante el reestreno de Miss Saigon previsto para la próxima primavera. Sir Cameron Mackintosh prepara la artillería pesada para hacer el agosto en mayo con un nuevo montaje rediseñado y redecorado de este clásico contemporáneo.
Y poco más. No, la de 2013-14 no es la mejor cosecha que hemos conocido en el show business internacional, pero es que corren tiempos turbios para todos, y aunque hay dinero (que se lo digan a Mr. Producer) también hay miedo, mucho miedo a volcarlo en el lugar equivocado. Pequeñas joyas como Dear World o Barnum no se transfieren al West End por miedo al fracaso mientras los chicos del Jersey, los Mormones, el Thriller jacksoniano, las Mamma mías y los Reyes Leones duran y duran y duran forever.
¿Y a mí que me sobran los montajes multimillonarios, las campañas agresivas, los carteles gigantescos y las macro producciones? Con una cama, una silla y unas cuantas voces capaces de subirme al cielo ya voy más que sobrado.
 


  













jueves, 14 de noviembre de 2013

Qué fue primero?



All about eve/Applause
(Abróchense los cinturones)

¿Quieren saberlo todo sobre Eva? ¿Quieren ver a Eva al desnudo? ¿Están seguros? Pues vamos, abróchense los cinturones, ésta va a ser una noche movidita...
Wellcome to the theatre! le dice la veterana curtida en mil batallas y millones de focos Margo Channing a ese ratoncillo asustado llamado Eve Harrington. Bienvenida al teatro, querida, bienvenida a los aplausos, a la fama, a las rosas en el camerino, a sus espinas... Bienvenida a la gloria y a la miseria, al elogio y al desprecio, al éxito y al olvido, a la amistad y la traición... Bienvenida a las palmadas en la espalda, justo a unos centímetros de las puñaladas... bienvenida, seguro que te va a encantar.
Algo así le dice la estrella consagrada a la humilde meritoria, lo que aquí diríamos: anda y que te aproveche!
En el ejemplar de Mayo de 1946 de la revista Cosmopolitan apareció un cuento corto de Mary Orr titulado "The wisdom of Eve" (La sabiduría de Eva). Basado en la experiencia real de la actriz Elisabeth Bergner, contaba como su recién contratada ayudante personal trató de arruinar su carrera suplantándola en el escenario y en la vida. Nunca una mosca muerta dio tanto juego...
Joseph Leo Mankiewicz leyó el relato e inmediatamente vio un peliculón en él. Darryl F. Zanuck le dio la bendición y se pusieron en marcha. El propio Mankiewicz metió mano a un guión magistral que ganó uno de los seis oscars que avalan el filme, y sin ni siquiera poner el nombre de la autora del relato en los créditos. De puñaladas traperas va la cosa... Wellcome to the movies!
Buscar a la protagonista fue un camino escarpado. Claudette Colbert, Susan Hayward, Marlene Dietrich, Gertrude Lawrence o Barbara Stanwick se pusieron y quitaron los tacones de la Channing por diversas cuestiones, como si en las estrellas estuviera escrito que nadie más que ELLA podría representar ese papel. ¿Se te ocurre alguien que coja mejor un vaso de whisky y encienda mejor un cigarrillo?
Cuando Bette Davis se unió al proyecto los ingredientes de uno de los mayores éxitos de la historia del cine por fin ya estaban en la olla. Un productor, un director, un guión, un fotógrafo (Milton Krasner), un compositor (Alfred Newman) y un rosario de actores en estado de absoluta gracia (George Sanders, Celeste Holm, Gary Merril, Thelma Ritter y la mismísima Marilyn Monroe en uno de sus primeros papeles recordables) levantaron un auténtico hito sobre la oscura historia de una traición entre lobas. Pero nos falta la mayor de todas, Eve, la verdadera protagonista en la sombra, personificada por una genial Anne Baxter. Seis oscars (de 14 nominaciones) incluidos los de mejor director y película llevaron esta cinta de 1950 al pódium de las mejores. Todo un clásico.
Eva al desnudo, Hablemos de Eva o -esta es la que más me gusta- La Malvada se llamó en España, Argentina y México respectivamente. Un éxito arrollador en todas partes, y es lógico, porque... a ver ¿quién no se ha sentido traicionado, desbancado o acabado en algún momento de su vida? Sin comentarios.
Mary Orr decidió convertir su obrita en una pieza teatral en 1964, pero no se llegó a estrenar en Off Broadway hasta 1979, sin demasiada pena ni gloria. Lo que sí dio algo más de ruido fue la adaptación musical que Charles Strouse (Bye Bye Birdie, Annie...) y Lee Adams se propusieron llevar a cabo. La verdad es que el argumento se presta ¿o no?
Rita Hayworth, que ya había probado su solvencia cantando y bailando en varias películas, fue la primera opción para hacer de Margo, pero cuando le dieron el primer borrador de la obra comprobaron que tenía serias dificultades para recordar los diálogos. El alzheimer empezaba a nublar la mente del mito.
Justo cuando la carrera de Lauren Bacall parecía estar en vía muerta le ofrecieron el papel, algo que en un principio le pareció descabellado. ¿Un musical? ¿Con esta voz de minero constipado? Casi dos años llevaba sin trabajar y, la verdad sea dicha, además de la realización personal su situación económica le empujó a tirarse a aquella temida piscina. El que su vieja amiga Katharine Hepburn acabara de estrenar Coco -con unas condiciones vocales parecidas- la animó a decir sí. La caída pudo ser estrepitosa, sin embargo detrás de esta empresa estaban -además de Strouse y Adams- Betty Comden y Adolph Green en el libreto, Ron Field en la dirección y la coreografía, Len Cariou y Pennie Fuller en el cast... Así que el colchón no parecía ser tan fino como creían y las canciones, las situaciones, el argumento, los diálogos y una inteligente actualización desde los cincuenta del original a los setenta -con todo el ritmo y la psicodelia que pudieron sacar del cambio- salvaron el proyecto convirtiéndolo en un rotundo éxito. Bueno, en realidad el proyecto ya estaba más que salvado desde que pusieron el nombre de la actriz sobre el rótulo del show.
"Applause". Buen título ¿no? Tony al mejor musical y a la mejor actriz de 1970, además de la dirección y coreografía.
Una curiosidad. ¿Saben quien reemplazó a Lauren Bacall en el papel de Margo? Ni más ni menos que la propia Eva, una Anne Baxter ya madurita que ahora pasaba de ser la sombra de la estrella a ser la estrella misma. ¿Puede ser el destino más irónico? O simplemente se trató de una estrategia comercial de los productores, dispuestos a cualquier cosa con tal de vender entradas. La Baxter ni cantaba ni bailaba demasiado -más o menos como su antecesora- pero no se la podían perder!! (¿dónde he oído yo antes esa frase?).
Y es que no nos imaginamos a lo que llegarían algunos con tal de oír el rugido que sale de la oscuridad del patio de butacas, una droga que cuando la pruebas ya no la puedes dejar, ese claqueteo acompañado de gritos de emoción que endulzan y envenenan la vida del artista.
¿Que no seríamos capaces de cualquier cosa con tal de recibir un fuerte aplauso? Anda que si yo te contara...
               
  




 
 
 
 
 
 



jueves, 31 de octubre de 2013

Who is who in the cast?






















Mandy Patinkin (The way he makes me feel)

¿No recuerdas aquella escena? ¿Una joven judía disfrazada de chico para poder estudiar el Talmud? ¿No recuerdas como se estremecía cuando él la rozaba o jugaba con ella como si fuera un compañero más? ¿Sus atemorizados ojos mirando y sin querer mirar su cuerpo desnudo saliendo del agua? No hace frío pero estoy tiritando, no hay fuego y me quemo...  El solícito alumno de la yeshiva, el alegre mozo que enamoró a su amigo -a su amiga- no era otro sino él. Avigdor, Ché Guevara, Georges Seurat, Iñigo Montoya, Saul Berenson... Todos en uno.
Hoy apuntamos nuestro cañón de luz hacia una cara poco corriente en el mundo del musical, una voz y una forma de usarla nada común. A veces es necesario encender el "spotlight" en medio del escenario a oscuras para enseñar a todo el mundo quién es ése o aquel. Especialmente cuando oyes comentar lo bien que lo hace el agente barbudo de Homeland o el médico de Chicago Hope sin ni siquiera recordar como se llama. 
Mandel Bruce Patinkin, ese es su nombre. Nacido en Chicago hace sesenta y un años, descendiente de hebreos rusos y polacos, buen hijo, buen padre y buen esposo. Un buen judío curtido en mil ceremonias desde su infancia, un hazzan, un miembro del coro de la sinagoga al que no sabían en qué grupo vocal meter. ¿Tenor, contralto, soprano, castrato?
Su paso por Juilliard no hizo más que reafirmarlo en lo que él siempre había deseado, convertirse en actor y cantante. Pero por ese orden, un actor que puede interpretar con todos los elementos de su cuerpo, incluida la voz. Así son los grandes de Broadway, y no al contrario. Papelitos en anuncios, intervenciones en series, apariciones en televisión y de repente... Evita.
Cuando ni siquiera estaba bien definido uno de los personajes más discutidos del famoso show, cuando aún no se había popularizado el Don´t cry for me... cientos de actores de Londres o Nueva York ya lampaban por conseguir el papel. Y fue para él. Lo que había hecho David Essex en el West End -muy bien por cierto- lo mejoró al otro lado del Atlántico. El Tony al mejor actor secundario lo reafirmaba como uno de los valores más seguros del mundillo teatral de finales de los setenta. Y según recuerda la LuPone en su impagable biografía, fue gracias a él que pudiera resistir la brutal presión de aquellas tremendas funciones interpretando "unas canciones que solo habría podido componer alguien que odiara a las mujeres!".  No solo ella, son muchos los que dan fe de su calidad de compañero muy por encima de la de artista.
Pero cuando apenas acababa de despuntar en teatro, el cine ya le estaba echando el lazo. Tras varios trabajos perfectamente olvidables le llegó su estreno de verdad en Ragtime, de Milos Forman. El papel del emigrante Tateh era perfecto para él, como si Doctorow lo hubiera tenido en mente al escribirlo.
Siguiendo con las adaptaciones de clásicos hebreos, Yentl le brindó su segunda gran oportunidad en pantalla grande. A pesar de que en la productora barajaban nombres más populares, la Streisand -directora e intérprete del filme- lo vio claro, él y no otro sería el honesto y atormentado Avigdor, el chico que la obligó a salir de su armario de miedo y vergüenza. Lástima que no le diera alguna canción para cantar, pero -ya lo séee- ella y nadie más era la protagonista.
Maxie (junto a Glenn Close), The Princess Bride (cinta de culto si las hay donde hacía del espadachín Iñigo Montoya), Dick Tracy (como el pianista enamorado de Breathless-Madonna)... y muchas más fueron las películas que vinieron después, pero en Hollywood nunca apostaron por él como cabeza de cartel, algo que sucede a menudo con los grandes talentos del teatro.
De lo que nos alegramos infinito, porque así fue como regresó a la costa Este y se subió de nuevo a un escenario, a uno con un lago, árboles pintados, paseantes con sombrillas y perros juguetones. Un dimanche après-midi à l'Île de la Grande Jatte fue la inspiración del musical Sunday in the park with George. Una de las obras más arriesgadas y originales de las últimas décadas. La obra maestra -bueno, otra más- de Stephen Sondheim.
El encuentro con el autor cambió definitivamente su trayectoria y su repertorio. Si no hubiera sido porque otro George (Hearn) se subió en los tacones de un tal Alvin en La Cage aux Folles, su segundo Tony le habría llegado con este personaje único, como él.
The Secret Garden, Falsettos, The Wild Party y una nutrida serie de conciertos por teatros llegaron después de su consagración definitiva, y la televisión, las series.
Y así volvemos hasta Saul Berenson y uno de los mejores personajes de una de las mejores series del momento, Homeland. Las series están de moda, lo cual favorece a un montón de actores y actrices desechados por la cruel industria del cine que usa y tira genios a cada segundo. Muchos buscan refugio en estos culebrones de auténtico lujo, o entre los bastidores de la gran ciudad, que tampoco está nada mal. Él es uno de ellos, por suerte para nosotros.
La primera vez que lo vi fue hace trece años, cuando hizo su último musical en Broadway -The Wild Party- y fui a esperarlo a la salida de actores, claro, pero no le pude decir nada porque me quedé mudo. No es muy alto, ni muy guapo, ni impone especialmente, pero tenerlo a un palmo de mi persona me hizo sentir... no sé como explicarlo, algo parecido a lo que siento cuando lo oigo cantar con esa voz frágil casi a punto de quebrarse y dura como el granito al mismo tiempo. No me preguntes por qué, hay cosas que no se razonan. Pero cuando oigo su voz es como si... tiritara sin hacer frío, o me quemara aunque no haya fuego.



 
 
 
 
 
 
 

martes, 15 de octubre de 2013

Another opening, another show! (Una historia de Broadway 8)




There's no business like show business

Ya lo dice la famosa canción, "no hay negocio como el del espectáculo". Y de eso se dieron buena cuenta los productores e inversores del Broadway de finales de los años 40. Desde piezas tan célebres como Oklahoma! o Carousel hasta otras menos conocidas como One touch of Venus o Bloomer girl, los éxitos de taquilla se sucedían estimulando cada vez más la puesta en marcha de nuevos proyectos así como el deseo del público de gastar su paga en los puestos de alrededor de Times Square.
La maquinaria pesada ya estaba en marcha, y en gran parte gracias a una serie de autores que garantizaban calidad y espectáculo de primera. A finales de los años 40 la ciudad de Nueva York era consciente de haber creado una marca única que se situaba justo entre el divertimento y la excelencia a prueba de fanáticos y críticos. The "Golden age", la edad de oro, la cúspide, la cima de la montaña a la que nunca más se llegará a escalar del todo.
Rodgers y Hammerstein seguían siendo los reyes del mambo. No solo componiendo, sino en la producción de shows de otras firmas, este tándem seguía dando dividendos inusitados hasta el momento. Cuando Dorothy Fields (autora de los libretos de Redhead o Sweet Charity) les propuso montar un musical sobre la vida de la célebre pistolera Annie Oakley, no se echaron las manos a la cabeza  como habrían hecho otros, al contrario, le dieron su apoyo y corrieron a buscar a uno de los padres del teatro musical americano, a un veterano Irving Berlin, el único que según ellos podría salir airoso de tan complicada empresa. Y así nació "Annie get your gun", el musical de mayor éxito del autor, dentro del cual se encuentra el verdadero himno del mundo del espectáculo que hoy da título a esta humilde entrada.
Eran tiempos en que los grandes estudios de Hollywood aguardaban ansiosos la reacción del público teatral para pujar por los derechos y llevar estas piezas al cine. On the town, Call me madam, Guys and Dolls, Carousel, Oklahoma! o la propia Annie get your gun! se convertían en filmes de éxito mientras la MGM luchaba con la 20th Century por ver quién se llevaba el gato al agua (en estos años solía ganar la primera, por cierto). Aunque en la mayoría de los casos nunca conseguían igualar la aceptación que habían tenido entre bambalinas.
Otra pieza que dio el salto del terciopelo al celuloide fue Kiss me Kate, un musical que escribió Cole Porter cuando todos pensaban que ya estaba pasado de moda. ¿Porter pasado de moda? ¿Pero alguna vez ha sucedido tal cosa? El último gran éxito del autor de Anything goes venía de una descabellada idea de la pareja de letristas Bella y Samuel Spewack, convertir La fierecilla domada de Shakespeare (The Taming of the Shrew) en una alocada comedia musical. Ni los Spewack ni el mismísimo Porter habían estado nunca tan inspirados, los primeros ideando la historia de amor y odio en paralelo a la comedia shakesperiana, y el segundo componiendo una serie de temas geométricamente perfectos en música y letras. Another op´nin, another show, So in love, Why can´t you behave, Too darn hot, From this moment on... Tras varios fracasos seguidos -así como sendos episodios dramáticos en su vida personal- Kiss me Kate fue el regalo que merecía su autor y uno de los taquillazos que contribuyeron a que la edad de oro de Broadway lo fuera de verdad, en el sentido más material de la expresión. Corría 1948.
Al año siguiente, el telón del Majestic Theatre descubrió otro éxito sin precedentes, un hito absoluto en la historia de Broadway y en la de sus creadores, South Pacific.
Richard Rodgers y su socio, el letrista Oscar Hammerstein, acababan de sufrir la primera gran decepción de su carrera juntos con un fiasco llamado Allegro, el cual, a pesar de tratarse de una obra valorada por la crítica, no ganó la simpatía de los espectadores. Una obra difícil, minimalista, agridulce y nada autocomplaciente llegó tal vez mucho antes de que el gran público estuviera preparado para bocados tan especiales. Así que con su siguiente pieza tenían que romper la racha, hacer salir otra vez al conejo de la chistera del triunfo. Y así fue.
James A. Michener había publicado una colección de cuentos llamada Tales of the South Pacific en los que narraba las aventuras de un grupo de marines norteamericanos en la Polinesia durante la Segunda Guerra Mundial. El planteamiento narrativo prometía exotismo, romance, comedia y drama a un tiempo, un plato suculento para los cazadores de ideas de aquel Broadway. Dos historias de amor entrelazadas, la de una enfermera del ejército y un maduro colono francés junto con la de un teniente y una joven y bella nativa. También ponía un tema incómodo sobre la mesa, el de las relaciones raciales entre los soldados y la población ocupada. El espinoso asunto del racismo.
En Finian´s rainbow (1947) ya se rozaba la temida cuestión pero en clave de comedia, de una forma ligera, casi frívola, pero aquí sería diferente. Los personajes sufren y reconocen sus prejuicios, hasta hay una canción en la que se habla abiertamente de la educación racista, You´ve got to be carefully taught (Tienes que ser cuidadosamente enseñado), que por cierto estuvieron a punto de tener que retirarla del repertorio, a lo que los autores y el novelista se negaron en redondo. "Si quitáis ese tema haréis que pierda su sentido la obra entera", dijo Michener. Y a pesar de la oposición de los temerosos productores, la función se estrenó al completo, y fue un éxito atronador, y ganó el premio Pulitzer, y se mantuvo en cartel durante 1.925 representaciones, y devolvió a sus padres al pódium del que en realidad nunca habían bajado.
Y volvió a demostrar, por su calidad, su arte y sobre todo, por su rotunda valentía, que por mucho que busques por ahí... es verdad aquello que dicen de que no hay negocio como el negocio del espectáculo.
Continuará.
                          


 
 
 
 
 
 
 
  

jueves, 3 de octubre de 2013

Hey Mr. Producer!


The Prince of Broadway

En esta foto aparecen dos hombres de mediana edad. Dos amigos, dos colegas en una rueda de prensa. Uno ríe mientras el otro cuenta alguna de las miles de anécdotas que seguro han compartido.
En esta foto se concentra la historia del teatro musical americano. O casi toda.
Harold Prince (New York 1928) es el productor de West Side Story, Cabaret, Fiddler on the roof, A Little night music y el director de Evita, Sweeney Todd y The Phantom of the Opera. Probablemente no habría que decir nada más para señalar la importancia de un gigante del negocio del espectáculo, pero ya sabéis que lo haré.
El que acabó siendo el verdadero príncipe de Broadway comenzó su vida abandonado en un orfanato, como el arranque de un típico musical, una vez más un ejemplar del más puro y genuino "american dream", nacer de la nada y morir en el todo.
Cuando el broker de la bolsa Milton A. Prince lo adoptó (como hizo Oliver Warbucks con Annie) no solo le regaló un precioso apellido, sino toda una vida de oportunidades. Su talento natural para la música y al arte combinado con el heredado para los negocios lo encaminaron al mundo de la producción escénica desde que dejó la universidad de Pensilvania y regresó a NY con ganas de comerse la manzana entera.
Ayudar al director de escena en Call me Madam (1950) fue su primer trabajo y el comienzo de un camino de baldosas amarillo oro. Estar entre los bastidores de Ethel Merman durante casi dos años tiene que atarte al mundo del espectáculo definitivamente, o alejarte de él para siempre. De ahí a Wonderfull Town. Los jefes: Leonard Bernstein y George Abbot, uno de los directores más prolíficos de la historia de Broadway. ¿Te imaginas lo que tuvo que ser lidiar con dos monstruos -que ya lo eran entonces- como estos? Pero ahora era director de escena, un peldaño más que antes, un poco más de voz y voto y mucha más responsabilidad.
Algo debió hacer bien porque Abbot lo llamó para coproducir su siguiente show, The pajama game (1954), con el que empezó a recaudar Tonys hasta llegar a juntar nada más que veintiuno. ¿Dónde los guardará?
Damn Yankees, New girl in town, West Side Story vinieron detrás, y en todas fue coproductor. En esta última conoció al que sería su mitad durante mucho tiempo, Stephen Sondheim, letrista de la obra maestra de Bernstein.  A funny thing happened on the way to the forum fue producida íntegramente por él en los días en que se lanzó a la dirección teatral en solitario.
Como es lógico no todo fueron rosas en el camino de Hal, no todo fueron alabanzas, también sufrió un buen puñado de reveses. Para cosechar tantos éxitos también hay que llevarse muchas decepciones y digerirlas como se pueda. Todo un valiente se atrevió con Sherlok Holmes, Zorba el griego y hasta con el mismísimo Supermán, poniéndolos a cantar y bailar en sendos musicales que ni de lejos tuvieron el éxito esperado, llegando incluso a plantearse abandonar el mundo del espectáculo. Pero fue entonces cuando cayó en sus manos el borrador de un libreto sobre una novela de Christopher Isherwood titulada Goodbye to Berlin, rescatándole para siempre del desaliento, bueno, para casi siempre.
Cabaret (1966) fue tal vez el hito más grande alcanzado por su director y productor y una obra que cambió el concepto del teatro musical definitivamente. Todavía con el subidón de energía de este éxito sin precedentes, se involucró en el primero de una jugosa serie de proyectos con Sondheim. Aunque ya habían estado bromeando juntos sobre Plauto unos años antes (A funny thing...), será en 1970 cuando comiencen a trabajar codo con codo en exclusiva en las mejores obras de sus carreras. Company, Follies, A little night music, Pacific Overtures, Sweeney Todd... las joyas de la corona del teatro musical contemporáneo. Piezas tan valientes como originales, audaces, rompedoras y al mismo tiempo gozando de la unánime fascinación de críticos y público. Nadie más ha sabido unir calidad y comercialidad a tan equilibradas proporciones.
Pero todas las parejas tienen sus crisis y la de los dos amigos de la foto de arriba les llegó cuando estrenaron su única pieza fallida, Merrily we roll along, en 1981. El argumento de esta obra no podía ser más premonitorio, al presentarnos un letrista y un músico -old friends- luchando por sobrevivir en la batalla entre el negocio y el arte, la amistad y el interés.
Cada uno por su lado siguieron cosechando éxito tras éxito. Mientras Steve triunfaba con Sunday in the park with George o Into the Woods, Hal lo hacía con The Phantom of the Opera o Kiss of the Spider Woman, hasta que se volvieron a reencontrar para producir una pequeña y mal tratada genialidad llamada Bounce (2003).
Hace unos años se anunció un musical sobre su carrera, titulado Prince of Broadway, pero se posterga una y otra vez sin que podamos entender por qué. Bueno, la verdad es que sí lo entendemos, meter en una "revue" lo mejor de la trayectoria del productor no debe ser fácil, ni desde luego barato, y menos en unos tiempos en los que faltan valientes como Prince, temerarios diría yo.
Porque hay que tener valor para montar un show con un puñado de viejas glorias en un teatro apuntalado. O para sacar bailando a un chimpancé judío sobre el escenario de un cutre cabaret, y para poner música y canciones a una película de Bergman y a una obra de Ibsen, o para convertir a la primera dama de Argentina en la reina de Broadway. Pero sobre todo hace falta mucho, mucho valor para caerse y levantarse cada vez con más fuerza en la despiadada jungla que es el mundo del espectáculo.














jueves, 19 de septiembre de 2013

Standing ovation



Barnum (Come follow the band!)






"El mayor espectáculo del mundo" (The greatest show on earth, Cecil B. DeMille, 1952) es una de las primeras películas que recuerdo haber visto en mi vida. No puedo acordarme de mucho -tendría 6 o 7 años- pero creo que la vi en un viejo cine de mi pueblo, en pantalla gigante, en "technicolor". Los colores, eso es lo que me viene a la memoria. Y la mano de mi padre agarrándome con fuerza al salir de aquel cine. Con tales precedentes no debe ser muy fácil mantener el nivel de felicidad el resto de tu vida... Pero ahí andamos.
Aún era demasiado joven para saber nada sobre el empresario que montó ese enorme circo en la vida real, el loco que entregó su vida entera a hacer soñar al mundo.
Phineas Taylor Barnum (1810-1891) tenía fama de embaucador y mujeriego, y seguro que se la ganó a pulso, pero también llegó a ser un afamado hombre de negocios, escritor, filántropo, editor, político ocasional y claro, showman. Además de todo esto, Barnum fue el inventor del circo como hoy lo entendemos.
There is a sucker born ev´ry minute... dice la canción con la que empieza el musical al que hoy rindo mi ovación. A cada momento nace un tonto -pocas veces se ha dicho una verdad tan grande encima de un escenario-, y con tal premisa no sería tan difícil montar un espectáculo a base de "humbugs" (tonterías, patrañas, disparates) que atrajeran a las legiones se suckers de la América de entonces.
Barnum hizo todo un arte del razzle-dazzle, de cómo deslumbrar al espectador y metérselo en el bolsillo sin mucho esfuerzo. La mujer más vieja del mundo (niñera de Abraham Lincoln, por cierto), el elefante gigante Yumbo, el hombre más pequeño del planeta... el arte de vender humo, pero eso sí, a todo color.
Su esposa lo quería trabajando como oficinista, pero él se negó a pasar por la vida vestido de gris, sin pena, sin gloria y sin aplausos. El mundo es de los valientes, y de los estafadores, que es lo que muchos le consideraban. "El mayor estafador del mundo".
Varios productores flirtearon con la idea de llevar la vida de este pionero al teatro. Pero finalmente fueron el libretista Mark Brumble, el letrista Michael Stewart, el director Joe Layton, y el más importante -al menos para el que escribe-, el compositor Cy Coleman los que lograron levantar el telón del St. James Theatre de Broadway en abril de 1980.
Desde sus problemas económicos hasta sus peleas con su adorada -y abnegada- esposa Chairy, desde la construcción del Museo del Circo hasta el invento del circo ambulante en ferrocarril, desde su ocasional entrada en política batallando por los derechos de los negros hasta su affaire con la soprano Jenny Lind, desde la repentina muerte de Chairy hasta su fusión con el circo de Bailey... todo está en el show. Pero contado y cantado a través de números musicales encadenados a ritmo de espectáculo circense. Acróbatas, payasos y funambulistas son a la vez actores, cantantes y bailarines que narran con agilidad y energía las aventuras y desventuras de este loco maravilloso. Y encabezando el cartel un prodigioso Jim Dale junto a Glenn Close en uno de sus primeros papeles en Broadway, como P.T. Barnum y señora. ¿Alguien da más?
Al año siguiente Michael Crawford y Deborah Grant lo estrenaron en Londres superando el éxito de Nueva York, y extrañamente no habían vuelto a reponerlo hasta que este verano ha sido la máxima atracción del Festival de Chichester, un pueblecito adorable al sur de Inglaterra. Christopher Fitzgerald (Young Frankenstein, Finian´s Rainbow) y Tamsin Carrol (Ragtime) han protagonizado esta espléndida producción del Mr. Producer por excelencia Sir Cameron Mackintosh para deleite de todos los que hemos tenido la dicha de estar bajo la carpa del magnífico Theatre in the park que han montado en la ciudad. Un auténtico lujo, independientemente de lo que las críticas hayan dicho de este show impresionante y colorista. A las pruebas me remito.
Barnum es un musical con corazón, con nervio. Una historia de amor y desamor, de arrepentimiento y perdón, de sueños y decepciones, mágico y real como la vida misma, dulce y amargo a partes iguales. Las canciones del maestro Coleman (Sweet Charity, City of Angels, The Will Rogers Follies, The Life) te llevan desde la euforia del salto mortal hasta la melancolía del payaso acabado en una espiral de melodías inolvidables y exultantes. Y qué bien han envejecido, y qué bien cuentan lo que tienen que contar.
En la carpa de ese pueblecito de Inglaterra aplaudimos y gritamos, lo confieso, y nos levantamos del asiento para agradecer a la compañía las dos horas y media que nos habían regalado. Y salimos con una sonrisa de oreja a oreja, la misma que llevarían en sus caras todos los suckers embaucados por los humbugs del gran maestro del engaño. ¿Acaso no es eso el mundo del espectáculo?    
 

             



  





jueves, 12 de septiembre de 2013

Wellcome back!


It´s so nice to be back home where I belong!

Perdón, ante todo, por el momento "ego-blogger" (como diría mi amiga Anabel), pero no se me ocurre una forma mejor de arrancar la temporada que plantado en la puerta por la que deambulan los sueños. Stage door, se me hace la boca agua...
No he podido evitar empezar con la foto de un servidor -entre otras cosas porque es preciosa, mérito único del fotógrafo- merodeando por las traseras del West End, husmeando por marquesinas y postigos, atraído como una polilla hacia las luces de neón, buscando el olor de las tablas, el aroma de los focos, el suave tacto de las melodías, el sonido del terciopelo rojo, el sabor de los aplausos...
Se va el largo y cálido verano -corto más bien-, tan pronto como aparece se marcha. Igual que Zaratustra me caigo muerto al pensar en la fugacidad de las cosas, al sufrir en mis carnes como todo comienza y acaba sin parar -y que no pare, pensarán muchos- mientras miro una maleta que ayer mismo engordaba ignorando las restricciones de Mr. Ryan (Air) y hoy me mira famélica pidiéndome que la quite de en medio de una vez.
Adiós a la playa, a las largas siestas, a las noches sin horas, a las "lazy afternoons", a los "departures"...  hola a los "arrivals".  La "overture" se me hace cada vez más cerca del "finale", debo estar cumpliendo años...
Pero septiembre tiene un encanto innegable. Volver a la vida cotidiana, comer a tus horas, dormir a tus horas y hacer todos los propósitos de enmienda posibles, bla bla bla. El mito del eterno retorno al cole. Uff, de verdad te lo digo, si no fuera por algunas cosas... Como reencontrarme una vez más con vosotros, que diría nuestra adorada Norma, wonderful people out there in the dark... 
En realidad prefiero reaparecer como otra de las grandes, bajar una escalera mucho más alegre que la de aquella oscura mansión californiana, al pie de la que me reciba un puñado de camareros con delantal impoluto coreando entusiasmados mi regreso (que levante la mano quien no haya soñado alguna vez con protagonizar esa escena, o mejor no la levantéis por favor!!). Todos deberíamos tener, al menos por una vez en la vida, una entrada como la de aquella vieja casamentera, ¿te imaginas volver al trabajo al son de la melodía de Jerry Herman?
Stage door vuelve al ataque. Y lo hace renovando su aspecto, gracias a la impagable ayuda y destreza de mi compañero de viaje. De vez en cuando hay que repintar, revisar el maquillaje, redecorar, reciclarse, renovarse o morir de una vez and all that jazz! Y así lo hemos hecho.
Todavía oliendo a pintura fresca (decidme que os gusta el cambio please!), abrimos una nueva temporada -y ya van cuatro!- con muchas ganas de seguir disfrutando juntos, de encontrarnos cada dos semanas y compartir la fascinación que nos une por el mundo del espectáculo. Porque todo no va a ser trabajo, dietas, "vida normal", prisas, recortes varios, rescates, estreses y demás, de vez en cuando hay que dejarse caer en los brazos de la fantasía, la que de verdad nos rescata de un mundo cada vez más loco.
Por eso hoy mismo abrimos el telón que nos sacará un ratito de la realidad cada dos semanas (aunque la primera entrada formal será la semana próxima ¿eh?), así que tomen asiento, cojan sus programas de mano porque la función vuelve a empezar después del largo - o corto- y cálido entr´acte de las vacaciones.
Gracias de todo corazón por seguir ahí, os prometo que... I will never go away agaaaaain... al menos hasta el verano que viene.              




jueves, 11 de julio de 2013

Play it again






Till there was you

Meredith Willson solo escribió un musical. Pero tuvo suficiente. Bueno, en realidad hizo algunos más pero todos parecían haber salido del mismo. The music man, El hombre orquesta, una de las piezas más queridas de la cultura americana, un hito sin igual en el mundo del espectáculo.
Dentro de esta función, cerca del final, una joven le confiesa a su chico que nada de lo que había a su alrededor tenía sentido hasta que él llegó.  Sonaban campanas en la colina, pero yo no las oía.  No, no las oí hasta que llegaste tú...
Bueno, podéis tacharme de cursi, lo acepto, pero ¿no se sienten mucho más a flor de piel todas las cosas cuando se está enamorado? ¿No habéis reparado por primera vez en algunos detalles que antes os pasaban desapercibidos? ¿No ha cobrado sentido, belleza y encanto todo lo que antes resultaba insulso? A ver si voy a ser yo...
Till there was you es un hermoso tema de amor en un musical lleno de canciones inolvidables. Seventy-six trombones, The Wells Fargo Wagon, My white knight... desde luego Willson se encontraba en estado de gracia cuando decidió componer esta pieza homenaje a su tierra natal, Iowa. Dicen que este muchacho se moría por entrar en la legendaria banda de John Phillip Sousa, una de estas formaciones militares que desfilaban en las celebraciones nacionales, bueno, una de ellas no, la más gloriosa. A bombo y platillo, en rigurosa y perfecta organización, vistiendo coloristas y hasta extravagantes uniformes, derramando optimismo y energía hasta la extenuación. A su querida brass band también rinde homenaje este musical en el que un farsante, un impostor corto de escrúpulos y largo de encanto embauca a un pueblo entero, bibliotecaria incluida.
Una historia inocente sobre gente inocente, un cuento ambientado a principios del siglo XX en una América pateada de punta a cabo por vendedores ambulantes, arañada en la inmensidad de su mapa por trenes abarrotados de buscavidas. Harold Hill cree que puede meterse en el bolsillo a un montón de paletos creando una banda de música que saque a los chavales de la calle y así largarse con el dinero de los instrumentos. Pero el amor arruina sus planes, y una buena chica a punto de convertirse en la solterona oficial de River City -Marian "the librarian"- acaba redimiendo a este pobre diablo cuando le declara su amor sobre un pequeño puente. Y ahí entra el tema que nos ocupa.
El arrollador éxito de esta función de 1957 la convirtió en película poco después. Robert Preston repitió personaje en una cinta de 1962 dirigida por Morton DaCosta en la que Shirley Jones -la rubia inocente y virginal de todas las películas musicales de su tiempo- sustituía a Barbara Cook como la bibliotecaria enamorada. Una curiosidad: el papel de su hermano pequeño, el chico acomplejado al que ayuda el falso profesor, es interpretado por Ron Howard (apareciendo aquí como Ronnie), el director de películas tan conocidas como Apolo 13, A beautiful mind o El código Da Vinci. Aquí se llamó Vivir de ilusión, y no fue precisamente un éxito, tal vez por lo local de su historia y su ambientación, o quizás porque los españoles ya estarían cansados de escuchar los gorgoritos de la Jones (Oklahoma!, Carousel etc).
En una época en la que las baladas de los musicales volaban hacia las listas de éxitos y sonaban en la radio día y noche, Till there was you fue inmediatamente versionada por cantantes y músicos de jazz entre los que se encuentran el saxofonista Sonny Rollins, el tompetista Al Hirt, Anita Bryant, Peggy Lee (quien de verdad popularizó el tema) o la mismísima Nana Mouskouri, muy jovencita por aquellos entonces. Pero "Hasta que llegaste tú" no se convirtió en el clásico contemporáneo que es hasta que llegaron ellos, ¿quiénes? los cuatro melenudos de Liverpool. The Beatles. Cuentan que un primo de Paul McCartney le explicó quien era Peggy Lee y le puso esta canción de la que se enamoró al instante. Según él mismo confesó, hasta mucho tiempo después, incluso tras haberla grabado, no supo que procedía de un musical de Broadway. Pasa tantas veces...
La sexta canción de la cara A del segundo álbum del grupo más famoso de todos los tiempos, With the Beatles, se titula Till there was you. Y fue un pelotazo al instante, como casi todo lo que entonces hacían. All my loving o Plesase Mr. Postman entre otras acompañan la balada que compuso Meredith Willson algunos años antes, cuando no podría ni imaginar que alguna vez su canción sería interpretada por los músicos más célebres habidos y por haber, cuando aún ni siquiera sabría quiénes demonios eran Los Beatles.
Desde entonces ha pasado por los repertorios de muchos de los grandes, yendo del jazz o el soul a la bossa nova sin perder ni un ápice de su encanto. Y en los escenarios ha sido cantada por Patricia Lambert y Van Johnson, Meg Bussert y Dick Van Dyke o Rebecca Luker y Craig Bierko en el último revival de Broadway del año 2000.  Kristin Chenoweeth se la cantó a Matthew Broderick en la estupenda versión para televisión de 2003. Ya la estás buscando por donde sea!
Stage door se despide por esta su segunda temporada -y hasta nuevo aviso- con una canción tierna a no poder más, sencilla en su melodía y sus palabras -como deben ser las buenas canciones de amor- deseando que nos volvamos a encontrar pronto, porque, lo digo en serio, mi vida no ha sido la misma hasta que llegaste tú. Felices vacaciones!
     

















jueves, 27 de junio de 2013

Music & lyrics





Leonard Bernstein (El tormento y el éxtasis)

Sí, ese era el título de aquella película en la que Julio II apremiaba a Miguel Ángel a acabar de una puñetera vez los frescos de su capilla. ¿Cuándo vais a acabar? Cuando termine. Pregunta más simple y respuesta más contundente jamás fueron conocidas.
Para quien haya compuesto alguna vez una sinfonía, o pintado un cuadro o escrito un poema, para aquel que se las haya tenido que ver cara a cara con el arte, con la creación, estos conceptos le serán muy familiares. Dolor y placer, obsesión y excitación, pasión y calma.
Lejos de ser ningún creador artístico, a mí también me inspira ilusión y vértigo ponerme a escribir sobre un genio del calibre del que tengo entre manos. Qué osadía la mía, pero la verdad es que ya le iba tocando. Ya era hora de dedicarle un par de párrafos al que inventó "the most beautiful sound I´ve ever heard".
Ni tengo tiempo ni preparación para abordar la carrera sinfónica del maestro. Además, ¿qué voy a descubrir yo del compositor y director de orquesta más famoso de los Estados Unidos? ¿qué puedo aportar sobre el alma de la Filarmónica de Nueva York? ¿qué añadir acerca de uno de los valores indiscutibles de la música clásica contemporánea? ¿qué decir del conductor más temperamental, del reinventor de tantas piezas clásicas? ¿qué apuntar sobre el autor de dos óperas, tres sinfonías, varias misas, ballets y bandas sonoras aparte de cinco musicales que se consideran joyas indiscutibles de la cultura popular americana?
No voy a hablar de sus orígenes, del niño judío Louis Bernstein, hijo de un librero y una peluquera de Massachusetts con raíces rusas, ni de cómo su padre se oponía a que se dedicara al bohemio negocio de la música, aunque fuera él quien lo llevó de la mano a sus primeros conciertos. No voy a mencionar el talento musical que empezó a desarrollar con el piano, ni la locura obsesiva en la que se convirtió su afición. La Garrison, la Boston Latin School... no voy a entrar en cómo llegó a Harvard, ni en los honores que obtuvo como estudiante de composición, ni de cómo con menos de veinte años escribió sus primeras sinfonías. Y desde luego no entraré en detalles de su azarosa vida sentimental. De cómo rompíó bruscamente su primer compromiso formal poco antes del matrimonio, de cómo se casó con la actriz chilena Felicia Montealegre con la que tuvo tres hijos. Y no, queridos lectores, por mucho que insistáis no meteré mis narices en el episodio en el que dejó a su esposa para fugarse con el director musical de una emisora de radio local, quien según sus palabras "le devolvió la alegría de vivir". Ni de cómo sacrificó su relación con Tom Cothran por acompañar a su mujer en sus últimos meses de vida. Tampoco es necesario añadir hasta qué punto su vida y su música se ensombrecieron tras la muerte de ésta -y el abandono de aquel- aportando el último ingrediente de la receta de su genialidad, la amargura que requería una música exultante hasta la pervesión.
Lejos de abundar en sus logros como director o compositor clásico, más allá de profundizar en la revolución que supone su legado para la gran música, me conformaré con hablar de la manera en que afectó su ingenio al teatro musical americano tal como se entendía hasta la fecha, hasta aquel buen día en que decidió escribir su primera "obra ligera".
Aunque viviera rendido a Mahler, Copland o Shostakóvich -a los que dirigió como nadie en su tiempo- jamás perdió el contacto con la música popular de entonces. Su interés por el jazz, el blues o el swing lo mantenían cerca de los clubes nocturnos y las jam sessions. También estaba íntimamente relacionado con el mundo del teatro. Actores, letristas y compositores se contaban entre sus amigos más próximos. Jerome Robbins, Adolph Green, Betty Comden, Oliver Smith o George Abbott no eran precisamente miembros de una orquesta sinfónica, sino un grupo de jóvenes ambiciosos que estaban comenzando a probar suerte en Broadway.
La referencia principal en su "desvío" al musical pudo ser la obra de Gershwin, que también dirigió en numerosas ocasiones. Pero él no solo adoraba las piezas clásicas del maestro, interesándole muy particularmente su habilidad como escritor de canciones, pequeñas y gigantes al mismo tiempo. Bernstein quería ser como Gershwin, y no lo logró porque llegó a superarlo en muchos aspectos, y sobre todo porque su tremenda personalidad no le permitió asimilarse a ningún otro.
Mientras estrenaba sus primeras sinfonías comenzaba a coquetear con el ballet (Fancy free fue el primero, en 1944) y frecuentar otros campos más informales. Así surgió On the Town, una divertida comedia musical que pronto se convirtió en un clásicio del teatro y del cine. Un día en Nueva York -como aquí se llamó- se considera el primer "musical integrado" en el que las canciones y los bailes no salpican la trama ni la interrumpen, sino que la hacen progresar acentuando los aspectos cómicos y dramáticos o realzando el romance, pero nunca deteniendo el ritmo narrativo. Y aparte del libreto y las letras, su partitura es esencial en ello. Desde los temas más rítmicos y sincopados (Ya got me) hasta las melodías más sentidas (Some other time), serían capaces de transmitirnos prácticamente lo mismo si no oyéramos las palabras, con permiso de los genios que las escribieron.
El 1953 volvió al teatro, esta vez con Wonderful Town, una versión de la obra My Sister Eileen de Fields y Chodorov. Su segundo musical volvía a ser una declaración de amor a su ciudad, ahora desde un barrio -Greenwich Village- y una calle en particular, Christopher St. A little bit in love, Ohio o Wrong note rag se igualaron a las grandes creaciones de los Berlin, Porter, Kern o el propio Gershwin. Pero hasta finales de la década no llegó a alcanzar lo que se considera su cenit, su obra maestra indiscutible y la que le dio toda la fama y la gloria que ni siquiera había conseguido en su trayectoria clásica.  Un año después de estrenar una deliciosa opereta sobre el Cándido de Voltaire (Candide, 1956), se embarcó en la peligrosa tarea de llevar el drama más universal de Shakespare al terreno del musical. Convertir la balaustrada de un palacete veronés en las escaleras de indendios de un bloque neoyorkino, debió ser tan complicado como transformar a los Montescos y los Capuletos en dos bandas rivales de niñatos, los Jets y los Sharks. La trama de Arthur Laurents, las letras de Stephen Sondheim y las coreografías de Robbins ayudarían mucho, no hay duda, pero la excelencia de la música de Bernstein hizo de West Side Story una obra magna, tal vez el musical más importante jamás escrito. La mayoría de los crítcos coinciden en catalogarla como la obra perfecta, la culminación de medio siglo en la construcción de un género. Profunda, emocionante, crítica, violenta, atrevida, sexy, fascinante...
Como a estas alturas no vamos a descubrir nada nuevo de esta maravilla -ni de Something´s coming, Maria, America, Somewhere, Tonight...- y como no quiero alargarme más de lo necesario, terminaré añadiendo algo que considero crucial en su carrera. Bernstein fue un brillante director y un soberbio compositor, pero sobre todo fue un maestro en el sentido etimológico de la palabra. Su pasión por enseñar, por compartir su talento y su sabiduría le hicieron emplear una buena parte de su tiempo en la docencia. Aparte de sus múltiples clases magistrales por colegios y universidades, puso en marcha un programa de televisión para la CBS llamado "Conciertos para jóvenes" en el que explicaba las obras antes de ejecutarlas. Más de cincuenta episodios avalan el mayor proyecto musical divulgativo de la televisión. Y ver alguno de ellos es un placer que recomiendo a todos.    
A pesar de su carácter altivo, a pesar de su genialidad y su fama, nunca se alejó de la gente, nunca se encerró en una torre de marfil. Su extraordinaria generosidad le hizo volcar en los demás mucho, todo lo que sabía.  Hasta el día de su muerte, en 1990, no dejó de enseñar ni tampoco de aprender, lo que lo hace más grande si cabe.
Ambiguo y dual -atormentado y extático- Louis, Leonard o Lenny vivió en la contradicción, o mejor dicho en los contrastes. Entre el jazz y el adagio, entre el swing y la sinfonía, en los antros y los salones de conciertos, en la comedia más ligera y en los más oscuros dramas, entre los amantes y las esposas, en las avenidas y los callejones... volando desde lo sublime a lo canalla y vuelta otra vez sacando siempre el máximo jugo a una existencia única, irrepetible.