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jueves, 8 de enero de 2015

TKTS



The heat is on in London

No sé cómo empezar esta crónica de siete días en la gran ciudad. ¿Lo haría en orden cronológico? ¿Alfabético? ¿De calidad? ¿De menor a mayor o de mayor a menor?
A ver, si tuviera que comenzar hablando de lo que más se ha grabado en mi mente lo tendría que hacer con la foto que ves arriba. El detective privado Stone con la barbilla partida de Tam Mutu en una imagen en blanco, negro y sepia sobre el escenario del Donmar Warehouse.
Encontrarme en Londres con uno de mis musicales favoritos de uno de mis autores favoritos, Cy Coleman, poder ver por primera vez lo que tantas veces imaginé y además en una producción absolutamente perfecta... ya solo por eso merece la pena la pasta que se me ha ido entre los dedos la semana pasada. El valiente concepto, la puesta en escena, los decorados, el vestuario, la dirección de actores, la orquesta.
City of Angels lo tiene todo menos sitio para que todos los que matarían por verlo puedan entrar, dadas las reducidas dimensiones del emblemático Donmar.
Cada tema de su autor es una delicia con toda la carga dramática y cómica que se puede esperar del score de un musical, así como la original historia -o historias- que cuenta, la realidad del escritor y la ficción del personaje que se le rebela, policromía a un lado del escenario y monocromía de grises en la más fiel recreación del film noir al otro. Y cantado por esas voces... No quiero que penséis que es pasión, aunque lo es, siento pasión por las cosas tan bien hechas. Pero es que creo que pocas veces en mi vida he visto un cast tan compacto, tan soberbio. Todos y cada uno de los personajes de esta pieza coral recrean la versión definitiva de cada tema, comenzando con el cuarteto de color que conduce la acción a ritmo de vocalesse hasta los protagonistas, de entre los que tengo que destacar a una increíble Samantha Barks, a la que vimos como Eponine en la película Les Miserables, Rosalie Craig -maravilloso su With every breathe I take-, Rebecca Trehearn bordando un simpático You can always count on me- Tim Walton, Peter Polycarpou o el ya citado Tam Mutu que clava su personaje desde el instante en que lo ves aparecer en escena. Pero mi personal descubrimiento ha sido Hadley Fraser, encarnando el personaje del escritor Stine y que emociona cada vez que abre la boca. En el dúo más conocido de la obra You´re nothing without me, tanto él como Mutu te dejan con la boca abierta por lo que consiguen tanto física como vocalmente. Astonishing! como dicen por allí cuando algo les pone los vellos de punta.

Creo que nunca he visto a un público levantarse tan de golpe al acabar una función como en Miss Saigon. Parecía que el Prince Edward había instalado resortes en los asientos, pero no, el resorte lo teníamos todos en el corazón después de casi tres horas de disfrutar a más no poder.
Si tuviera que emplear una expresión para describir esta producción tendría que ser "impecable". Aunque ya vi la primera en Broadway (lamentablemente ya sin Lea Salonga y Jonathan Pryce) de verdad no recuerdo haberme emocionado tanto no solo con lo que cuenta sino con su genial ejecución. Bueno, tal vez los años me estén volviendo más sensible, pero creo que esa no es la razón, la verdad. Es que el revival de esta obra del 89 se ha planteado con una combinación perfecta entre respeto al original y una grandilocuencia que aunque está a punto no se llega a pasar ni un milímetro. Dejando a un lado los aspectos técnicos -que es mucho dejar-, una bestial maquinaria que funciona como un reloj suizo, dejando a un lado las soberbias nuevas orquestaciones -con mi amigo Alfonso Casado al mando de un batallón de músicos inmejorables- tengo que detenerme no solo de los protagonistas sino en todo el cast, hasta en el último figurante. Pero los protagonistas... uff. Eva Noblezada como Kim y Alistair Brammer como Chris derrochan profesionalidad siendo aún unos niños, aparte de una química que emociona desde que se cruzan por vez primera vez sobre el escenario. Pero el que se lleva el gato al agua es el filipino Jon Jon Briones en el papel del Engineer. Claro es que el personaje del ambicioso y desgraciado proxeneta está diseñado para zamparse la función de un bocado, pero en este caso es que logra hasta que nos olvidemos del mismísimo Pryce del original. El Olivier de este año es suyo, no hay duda. Lo que puede chillarle la gente al final de ese apoteósico American Dream por dios...

The Scottboro boys no me sorprendió en exceso pero no por que no fuera tan genial como prometía, sino precisamente por eso. Ya sabía lo grande de la partitura de Kander & Ebb, ya sabía de la genial dirección y coreografía de Susan Stroman  y ya sabía, porque había leído varias reseñas, de lo excelente de la compañía que lo está reponiendo en el Garrick Theatre. Así que simplemente me dejé llevar por esta potente función que te atrapa durante dos horas sin interrupción a ritmo de ragtime, gospel y jazz. Y a golpe de emociones en una historia de injusticia que tiene mucho cuidado con no ocultar ni una letra del mensaje tras los oropeles de la música o el baile. Un diez para la escenografía y el vestuario, de un minimalismo tan audaz como inteligente.

Sí me sorprendió algo más un musical que tenía archivado en mi memoria así como en mi estantería desde hace más de diez años, Urinetown. Nunca pensé que llegaría a ver este show, a pesar del éxito que tuvo en Broadway allá por el año 2001, pero no es el tipo de obra que uno se espera que vayan a reponer mucho. ¡Y cómo lo agradezco! Este atrevido, rompedor, divertido y salvaje musical ofrece momentos en los que no sabes si reírte o salir corriendo, y tanto la puesta en escena como el reparto son de primera calidad. Logran contarnos una oscura sátira con un montón de personajes sórdidos y desagradables, con un vestuario mugriento y unos decorados que huelen a cloaca, y sin embargo nos mantienen embelesados en todo momento. Claro, que de esto tienen la culpa las espléndidas canciones de Mark Hollman, uno de los autores más interesantes -y menos pródigos- del panorama actual.

Quisiera pero no puedo decir lo mismo sobre David Yazbeck, el autor de Dirty Rotten Scoundrells y Women on the Verge of a Nervous Breakdown, otros dos de los shows que he podido ver estos días. A pesar de que la primera me ha parecido divertida y excelentemente realizada -no tanto la segunda-, ni las melodías ni las letras de este autor acaban de llegarme. Ni me parece suficientemente cómico cuando se trata de serlo ni dramático o sentimental cuando toca. En especial en la versión musical de las Mujeres de Almodóvar, hay veces en las que la música no se corresponde en absoluto con lo ligero de la situación, quedando fuera del ritmo que requiere la cosa.
Pero el problema de este musical no es solo ese, es que además en la versión que ahora se estrena en el Playhouse de Londres han eliminado algunas de las mejores canciones de un score ya de por sí no muy potente, y no sé por qué. En especial uno de los temas más divertidos y marchosos que canta Patti LuPone/Lucía en el original de Broadway, Time stood still que además explica a la perfección por qué esa mujer se quedó anclada en los años sesenta. De verdad incomprensible, y lo único que logran con eso es que pierda gracia y ritmo una función a la que debería sobrarle comicidad pero acaba por aburrir un poco. Aunque hay aspectos destacables como algunas interpretaciones (excelente Hyden Gwyne cantando Invisible, cerca del nivel de la LuPone), en general la adaptación, mucho más humilde que la que se estrenó en el Belasco de NY hace unos años, resulta torpe y lenta.

Para acabar pronto con el capítulo de críticas negativas (y sin querer convertirme en el Carlos Boyero de los musicales, no por dios), apuntar una pequeña decepción con White Christmas, un musical que ansiaba ver desde su estreno en Broadway y que prometía más de lo que finalmente ofrece. A pesar de que no puedo negar lo que disfruté con las espléndidas canciones de Irving Berlin, tengo que decir que la puesta en escena resulta algo rancia sin necesidad de serlo. Es que algunos confunden clásico con añejo o cursi, y para nada tiene por qué ser así. Ni las coreografías son tan espectaculares como esperaba -a pesar de contar con un enorme cuerpo de baile- ni desde luego el cuarteto protagonista conseguía que nos interesáramos por una historia que ya de por sí tiene poco interés. Ni eran tan guapos como los del original ni tampoco cantaban tan bien. Y al contrario de Women on the Verge... este montaje no es precisamente barato, se nota el dinero empleado pero por desgracia no luce.

Justo lo contrario sucede con un pequeño musical que dan en una pequeña sala al otro lado del Támesis, la Menier Chocolate Factory que aún no conocía (mea culpa!) a pesar de ser el escenario del que han salido algunas de las mejores propuestas de los últimos años. De chiripa pude conseguir un par de tickets para ver el nuevo montaje de Assassins de Stephen Sondheim, en un minúsculo espacio abarrotado por un público entregado desde que empieza ese electrizante Everybody´s got the right con el que arranca este oscuro y soberbio musical que nunca había visto.
Este Assassins me reafirma -y ya no me extiendo más, lo juro!- en la idea de que en el teatro lo menos suele ser lo más, y aunque esta versión no es tan simple como parece -la puesta en escena y los cambios de decorado son precisos y generosos- lo que sobresale es sin duda el tremendo relato que cuenta y las bestias pardas que lo ponen en escena, que es como tiene que ser.

Esa es la grandeza de Londres y su teatro, que igual puedes encontrar excelencia en un vetusto local con tres mil butacas forradas de terciopelo rojo, que en un pequeño salón al que hay que acceder a través de un bareto que solo se silencia cuando comienza la obertura. Ay las oberturas... cuánto me gustan. Ocho he disfrutado estos días, como ocho promesas de felicidad que nos hacen relamernos mientras nos acomodamos en el asiento y nos estiramos para que no nos estorbe la cabeza del que está delante.
Pero ya para acabar lo que suena es la exit music que nos acompaña mientras recogemos los abrigos aún fascinados con el final del show, pensando cuánto tardaremos en volver a ocupar esa butaca. Espero de corazón que muy pronto, ¡y que esta vez puedas venir conmigo!