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lunes, 30 de noviembre de 2015

Music & lyrics




Cy Coleman (I´m a brass band!)

Érase una vez un niño pegado a un piano. Un niño judío del Bronx que no hacía más que recoger en sus oídos las melodías y los ritmos que salpicaban las calles del Nueva York de los años cuarenta. El swing que se metió en las venas de este hijo de inmigrantes europeos del este (igual que Gershwin, Berlin o Bernstein, qué casualidad), se le quedó pegado a los talones hasta su muerte, uniendo sus dedos a las teclas y a la imaginación para regalarnos algo que sólo puedo explicar con una expresión en francés: joie de vivre! 

Empezando por Sweet Charity -que no es mal comienzo- y acabando por The Life -que no es mal final- y pasando por Barnum, City of Angels, On the Ttwenty Century o The Will Rogers Follies... este niño prodigio no ha hecho otra cosa que insuflar alegría -pero con letras grandes y luminosas- en el mundo de la canción y el musical americano, y conseguir algunos de los momentos más exultantes del género, y de esos hay unos cuantos...

La carrera de Coleman -bautizado Seymour Kaufman- comenzó ligada al jazz acompañando distintos grupos cuando todavía era un adolescente, ya cansado de exhibir sus dotes tempranas como concertista desde el teatro de su colegio hasta el mismísimo Carnegie Hall. The Cy Coleman Trio llegó a grabar varios discos de versiones de standards justo antes de dar el paso que lo llevó hasta la calle Broadway, de la que ya nunca salió.

Carolyn Leigh, la famosa letrista de algunos de los mayores éxitos de Frank Sinatra (Young at heart, por ejemplo) lo llevó de la mano en los primeros peldaños de la composición teatral. Habiendo colaborado el algunos hits de la época (The best is yet to come o Witchcraft) y puesto música a varios shows de televisión, Leigh y Coleman se lanzaron a escribir su primer musical, la letra de la primera y la música del segundo. Y no se trataba de uno cualquiera, sino del que supondría el debut -y también la despedida- de una estrella de la pantalla llamada Lucille Ball. De título Wildcat (1960), este musical hecho a la medida de la ya madura actriz no tuvo mucha repercusión, pero le dio a conocerse entre los productores teatrales en un momento realmente efervescente.

El siguiente proyecto del tándem elevó algo más su popularidad y prestigio: Little me, un divertido show basado en la novela de Patrick Dennis sobre las aventuras y desventuras de la arribista Belle Poitrine. El hecho de que fuera protagonizado por uno de los comediantes más aplaudidos del momento, Sid Caesar, le dio el espaldarazo que necesitaba para convertirse en el primer gran éxito de su carrera.

Pero el reconocimiento definitivo le llegó cuando en 1964 la consagrada escritora y letrista Dorothy Fields confió en él para montar las canciones de un nuevo show que estaba escribiendo Neil Simon sobre la película de Fellini Las noches de Cabiria. Así fue como comenzó la mayor aventura profesional de nuestro autor y su trabajo más aplaudido.

Escribir Sweet Charity, además de darle sus primeros premios, llevó a aquel niño del Bronx a convertirse en el compositor más cotizado del Broadway de los años sesenta. Temas como If they could see me now, Big Spender o Where am I going lograron entrar por derecho en todas las listas de éxitos, lo cual no es tan fácil cuando se trata de canciones compuestas para el teatro. La infeliz y dulce Charity fue crucial para Coleman, pero también supuso el momento más dulce de la carrera de una de las estrellas imprescindibles del musical, Gwen Verdon, así como para su pareja y director del show, el coreógrafo Bob Fosse que, tanto con la versión teatral como cinematográfica, logró uno de los momentos definitivos de su trayectoria.

Además, el argumento del show le permitió jugar con los ritmos que él conocía a la perfección, desde el jazz y el swing hasta el hippie-espiritual (con el showstopper The rythm of life que literalmente hacía ponerse al público a bailar en mitad de la función), y a la vez reflejar ese submundo urbano de chulos y prostitutas que supo captar mejor que nadie (y al que volvió casi al final de su carrera con la magnífica The Life).

Pero toda montaña tiene una subida y luego una bajada, y tras lograr uno de los mayores éxitos del musical americano de todos los tiempos, lo lógico era descender, aunque el autor supo mantener el nivel en las siguientes piezas que compuso. Seesaw, I love my wife, On the Twentieth Century, Barnum... cada una un tesoro en sí, aunque algunas tuvieran mayor acogida que otras.

Así la vida y la obra de Coleman fueron desenvolviéndose con ritmo y gracia, como cualquiera de sus creaciones, avanzando a través de las décadas hasta llegar a estrenar en los noventa tres de sus mejores piezas. City of Angels, un apasionante homenaje al film noir, The Will Rogers Follies, sobre la figura del cowboy-humorista-periodista-político y gran celebridad nacional, y The Life, una excitante mirada a la fauna de los Peep Shows, las Salas X y los sucios callejones del Manhattan de los setenta, con la que logró, según la opinión del que escribe, no sólo una de las mejores partituras de su carrera, sino de los últimos tiempos del musical americano.

Activo hasta el final de su vida -se le vio hasta el último día supervisando reposiciones, componiendo bandas sonoras, frecuentando teatros, conciertos y galas de premios- murió en Nueva York en 2004 cuando su corazón dejó de latir al sincopado "ritmo de la vida" que siempre le acompañó. Dejando esposa, hija y canciones, una mina de oro de canciones y momentos inolvidables del show business generosos en romanticismo, fuerza y vitalidad.

A la pobre Charity -como a la Cabiria de Fellini y Masina- nadie la quiso nunca, por eso a pesar de que ya no podía caer más bajo, cuando aquel fulano le propuso matrimonio y le dijo que le quería... una gigantesca banda de metales se puso a tocar dentro de su alma. Y no se me ocurre mejor manera de explicaros el efecto que hace la música de Cy Coleman en mí, algo así como si un regimiento de músicos perfectamente uniformados desfilaran a bombo y platillo por las calles y avenidas de mi imaginación.  





















martes, 13 de octubre de 2015

Hits/Flops




La visita que no tocó el timbre

No se confundan, no se trata de la comedia de Joaquín Calvo Sotelo en la que un bebé era abandonado en la puerta de un par de solterones. No, aquí no solemos rescatar viejas piezas teatrales para convertirlas en musicales. Eso sólo pasa en América, en la del norte, donde habita una rara especie que se dedica a olisquear entre las páginas de libros viejos, o nuevos, de obras conocidas o insólitas, para hallar la fuente sagrada, la gota del elixir mágico que inspire la creación de un nuevo musical.
¿Quién iba a imaginar hace sesenta años que La visita de la anciana dama del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt podría llegar a convertirse en un show de Broadway?
Aunque al final haya sido un rotundo fracaso. Pero esa es otra historia.

¿No recuerdas haberla visto en aquellos famosos Estudio 1 de hace... cuarenta años? Bueno, tal vez seas demasiado joven para recordarlo, yo no. Y aún me acuerdo -muy lejanamente, por cierto- de la imagen de una Irene Gutiérrez Caba maquillada de vieja (aún no lo era tanto) y cubierta de joyas y sedas apoyándose en un bastón rodeada de lacayos. Una estampa grotesca que lo era más aún por el saturado blanco y negro de la tele de entonces. No creo que acabara de ver aquel programa, porque no era para niños, claro. Y porque me daría mucho miedo, aunque ahora, mucho tiempo después, he descubierto que no se trata de un cuento de terror, sino más bien de una tragicomedia irónica, cínica hasta el límite, y terriblemente reveladora de la fragilidad de la condición humana.

La multimillonaria Clara Zachanassian decide regresar a su pueblo natal -Güllen en la obra, Brachen en el musical- que tuvo que abandonar precipitadamente cuando era una jovencita. Se fue por la puerta de atrás, pero ahora vuelve por la puerta grande y con todos los honores. La reciben sus paisanos con pancartas y alabanzas deseosos de que la vieja ricachona derrame unos cuantos millones sobre su empobrecida tierra. Porque, misteriosamente, mientras las poblaciones vecinas han prosperado en los últimos años, ellos han caído en la más absoluta de las ruinas. Y aún no sabemos por qué, pero lo sabremos pronto.
Clara promete generosas donaciones para sus conciudadanos, les asegura que los sacará del pozo de miseria en que se encuentran, pero con una condición: la muerte del hombre que la abandonó dejando su corazón roto en añicos, Alfred -Anton en el musical-, lo que caerá como una bomba entre un grupo de pobres diablos que se irá retratando uno a uno según su reacción ante las brutales condiciones de la benefactora.

¿No hay material suficiente para un show de Broadway? Yo creo que sí. Y John Kander y Fred Ebb también, bueno, en realidad los tres solemos estar de acuerdo en casi todo (jeje).

La visión de esta tremenda farsa en clave musical -The Visit, a new musical- viene de finales del siglo pasado, pero hasta el año 2001 no se programó un primer intento de estreno, y la iba a protagonizar Angela Lansbury, para la que en realidad se había pensado el personaje. Kander, Ebb, Ann Reinking en la coreografía, Philip Bosco como co-protagonista... en fin, todo un lujo de proyecto, pero gafado desde el principio. La Lansbury, que jamás pierde una función -aún sigue sobre los escenarios con noventa añitos cumplidos-, se tuvo que apear del proyecto por problemas de salud de su esposo, que poco después murió. Y sin su presencia, la arriesgada apuesta perdió toda la fuerza que su nombre le daba.
Así fue como otra de las grandes entró en escena, Chita Rivera, perfecta para el papel de Clara y encima musa absoluta de los creadores del show, con los que ya trabajó en Chicago, The Rink o Kiss of Spider Woman. Precisamente fue Chicago la ciudad donde se estrenó esta nueva versión adaptada a la nueva protagonista, que de momento tardaría años en poderse ver en Nueva York.

Signature Theatre (Virginia), Williamstown (Massachusetts) o el Ambassador Theatre en una versión en concierto fueron algunos lugares en los que se representó antes de poder estrenarse oficialmente en Broadway. John McMartin, Frank Langella, George Hearn y John Cullum fueron el sufridor Anton en estos "ensayos" previos a la elección del actor británico Roger Rees para estrenar oficialmente en el vetusto Lyceum Theatre, justo al lado de Times Square, el pasado mes de abril.

Pero ya hemos dicho que esta pieza estuvo como maldita desde el comienzo, y tal vez ese pueda ser su mayor encanto. Una vez por fin estrenada en Broadway, y con más que buena acogida por parte del público y de la crítica, Roger Rees enfermó de cáncer y tuvo que abandonar la obra siendo sustituido por Tom Nelis. Un mes después la función se canceló tras sólo dos meses desde su estreno, y poco después el protagonista moría tras haber representado el último -y más profético- papel de su vida.

The visit llegó sin hacer mucho ruido -como la muerte, sin tocar el timbre- y se fue también de puntillas, sin merecerlo, desde luego. Y es que la muerte parece rondar esta maravillosa obra, la de Fred Ebb por ejemplo, que se fue en 2004 cuando todavía quedarían más de diez años para su presentación oficial. mucho antes de que fuera nominada a cinco premios Tony (mejor musical, mejor libreto, partitura, actriz protagonista e iluminación). Aunque no se llevó ninguno, como era de esperar. Porque la maldición de la Zachanassian, esa bestia resentida cubierta de diamantes, puede alargar su sombra hasta el infinito.

Pero no quiero dar miedo a los productores. ¡Anímense! ¿Qué tal un estreno en Londres? Se me ocurren tantas que podrían bordar ese papel...                            
















lunes, 27 de julio de 2015

Play it again



Time heals everything 

Dios aprieta pero no ahoga, no hay mal que cien años dure, mientras hay vida hay esperanza, la esperanza es lo último que se pierde...
A menudo echamos mano de frases manidas, gastadas como éstas para consolar a alguien, o a nosotros mismos. Las penurias, los desengaños, las enfermedades de todos los que nos preceden se han agarrado a los clavos ardientes de esos proverbios cortos, precisos y recurrentes que usamos como los martillos que rompen la urna del botón de emergencia cuando, sencillamente, no sabemos qué decir.
En el ránking de todas estas sentencias hay una clara ganadora: el tiempo lo cura todo. Poco a poco, paso a paso, sabemos esto es lento, pero... el tiempo lo cura, lo borra, lo olvida todo.

Lo mismo pensaba, o quería pensar Mabel Normand cuando, una vez más, sufrió en sus carnes el desengaño del hombre que la había inventado como estrella y como mujer. Mack Sennett amaba la cámara, amaba sus sueños, se amaba a él mismo por encima de todo. Y la pobre Mabel lo amaba a él, y se convirtió en su sombra, en su luz y en su marioneta. En el plano perfecto para un pionero del cinematógrafo que la quería ver haciendo una comedia tras otra, que quiso hacer reír al mundo con el bello y pícaro rostro de la chica a la que acabó haciendo llorar.
Y mira que él se lo advirtió, que olvidaría sus cumpleaños, que no se acordaría de mandarle flores, que tarde o temprano le partiría el corazón. Y así lo hizo, con el tiempo que se tarda en recomponer uno...

I won´t send roses, Tap your troubles away, Wherever he ain´t, Look what happened to Mabel, Hundreds of girls...  Cada canción que compone Jerry Herman para un musical es el vehículo perfecto para hacer que éste progrese, que avance en la trama y sobre todo para enseñarnos no sólo lo que están haciendo sus personajes, sino lo que están sintiendo.
Herman es uno de esos compositores -y no hay demasiados- capaces de captar la alegría más exultante o la tristeza más honda según requiera la ocasión. Nunca pretendió ser tan profundo como Sondheim ni tan sinfónico como Bernstein, pero supo -sabe, porque aún lo tenemos entre nosotros- recoger en sus letras y en sus músicas las claves que definen cada momento, cada lugar, cada acción y reacción, cada protagonista o antagonista y lo que le alegra o le duele en cada momento.

Y con Mack and Mabel (1974), un musical que le dio más penas que alegrías, captó al milímetro el ambiente frenético del primer cine, la frivolidad de los que lo habitaban, los ritmos y melodías desenfadadas que se oían en los platós y en las fiestas, pero también la melancolía que sonaba en los corazones de tantos desengañados, de tantos locos sueños rotos.

Tócala otra vez, dímelo otra vez, júrame que el tiempo lo curará todo. Martes, jueves, abril, agosto... hasta que una mañana cualquiera el dolor desaparezca.  Otoño, invierno, el año que viene, un año de éstos...

Con esta preciosa y sentida balada de uno de mis maestros favoritos os doy la bienvenida a otro otoño, otra temporada más (y van seis!!) en la que Stage door volverá a compartir con vosotros un poco de música y un mucho de emoción, que -junto con el paso del tiempo, ya lo sé- son capaces de curarlo todo.

¡Gracias por seguir ahí! 












martes, 9 de junio de 2015

TKTS





June is bustin´out all over (Tonys 2015)


La noche del domingo pasado no fue una noche más. Era el primer domingo de junio, y ya sabemos que igual que el carnaval, el corpus, la pascua o acción de gracias, aunque no tengan un día fijo en el calendario, siempre acaban llegando para recordarnos que ha pasado otro año más.
Los Tonys también, puntualmente, convirtiendo éste en el mes sagrado del teatro musical, como las fiestas dionisíacas que emborrachaban a los griegos al acabar la siega. En Broadway se celebra el fin de la recolección enfilando la primavera, y se premia a los mejores frutos de la temporada reconociendo el duro trabajo de sembrar espectáculo año tras año.

¿A los mejores? Eso parece discutible, porque cada año son muchos los que se quedan atrás injustamente, y este año ha habido grandes olvidados en la gran bacanal que es la fiesta del teatro. Finding Neverland, Doctor Zhivago, Gigi, It shoulda been you, Side Show, The last ship... son un ejemplo de ello. Grandes apuestas de un año fértil como no lo había desde hacía tiempo que han sido prácticamente ignorados en las principales categorías. Y eso suena a injusticia, al igual que haber ignorado a Glenn Close (A delicate balance), Hugh Jackman (The River), Roger Rees (The Visit), Tyne Daly (It shoulda been you) o Howard McGillin (Gigi). Además de otros muchos.

Así es la vida, y así son los Tonys, y los Oscars, y los Emmys... Un selecto grupo de elegidos se pegan un atracón de teatro en dos o tres meses y se apresuran a emitir su voto, influenciados sin duda por lo que marca la biblia del showbusiness de pedigrí, osea, la crítica del New York Times. Lo que el público aplaude no siempre importa tanto, porque han sido muchos los espectáculos que han tenido una gloriosa carrera independientemente de las críticas y los premios, pero por lo general éstos son dos requisitos obligados de permanencia o no en cartelera.

En la terna de este año, tanto críticos como votantes -peña de cerca de 900 actores, productores, coreógrafos, autores, músicos, etc. designados por el American Theatre Wing, The Broadway League y varias asociaciones teatrales más- han coincidido en premiar dos obras jóvenes y frescas, dos productos que afirman que el teatro americano sigue vivito y coleando. En la categoría de teatro de texto: The curious incident of the dog in the night-time, y como musical Fun Home. Y parecen haber sido decisiones unánimes.

Fun Home se ha sabido montar sobre los lomos de obras tan sólidas como An american in Paris, The Visit Something Rotten. ¿Por qué? Vete a saber, pero la pieza escrita por Lisa Kron y Janinne Tesori sobre las memorias de Alison Bechdel, hija del dueño de una funeraria (de ahí el "Fun" del título) gay como su padre -aunque éste no lo reconozca- tiene toda la miga y también la originalidad que se puede desear a estas alturas. El primer musical de la historia con protagonista lesbiana... ya solo por eso suma puntos en las votaciones, que no estamos diciendo que no lo merezca, por muy potentes que fueran sus contrincantes.
Fun Home ganó al romanticismo con mayúsculas de la emblemática película de Gershwin llevada al teatro por vez primera, un paseo por lo mejor de su música con baile a la orilla del Sena.
Fun Home ganó a la última pieza de uno de los equipos más importantes de la historia del musical, John Kander y Fred Ebb, estrenada en Broadway mucho después de su creación. Y con Chita Rivera como "visitante" de excepción.
Fun Home ganó al éxito sorpresa de la temporada Something Rotten (Algo podrido), a pesar de contar la divertidísima historia de los dos hermanos que inventaron el teatro musical, y no nos referimos a George e Ira Gershwin, sino a dos autores de finales del XVI que locos por conseguir un éxito teatral descubren cómo mejora todo cuando sus personajes se ponen a cantar y bailar. ¡Y que tiemble El Bardo!

En fin, vamos a suponer que el éxito del primer musical con lesbiana reivindicativa -hiperpolíticamente correcto- y con un score más que interesante (firmado por la autora de Caroline or Change y Thoroughly modern Millie) de verdad se mereció el brillante disco giratorio al mejor nuevo musical. Habrá que verlo y cuanto antes.

Los revivals de este año solo eran tres y no cuatro como siempre. No me preguntes por qué, ya que algunas producciones tan interesantes como Side Show o tan fastuosas como Gigi se han quedado fuera del paraíso. Tanto los marineros saltarines de On the town como los extravagantes pasajeros de On the 20th Century han caído batidos ante la institutriz inglesa y el rey siamés. The king and I se llevó el premio tal vez por su fiel y correcta puesta en escena, y porque, nos guste o no, Rodgers y Hammerstein siguen revolcando a los Bernstein y a los Coleman que en el mundo han sido.

Precisamente de este show sale la ganadora del Tony a mejor actriz de musical de la temporada, por fin la deliciosa Kelly O´Hara y tras cinco decepciones anteriores logró llevarse el trofeo a casa. Nos alegra que era una de las pocas divas que aún no tenía el premio en su repisa, aparte de que parece como si este personaje hubiera sido escrito para ella y nadie más (con permiso de Gertude Lawrence, Angela Lansbury, Donna Murphy o la mismísima Elaine Stritch). El mejor actor sí que tenía Tony, el genial barbero de Fleet Street Mr. Michael Cerveris, haciendo del complejo padre reprimido de Fun Home. Cerveris, otro de los grandes, y una de las mejores voces que suenan en los locales del Great White Way.

Podríamos seguir y seguir comentando un poco de todo. los otros premios, las obras de texto y sus protas, las mejores anécdotas y los mejores momentos de la ceremonia -con unos geniales, divertidos, canallas Kristin Chenoweeth y Alan Cumming-, los modelitos de los/las asistentes etc. Pero no os asustéis que va a ser que no, que lo mejor que podemos hacer ahora es dejar ya de leer y deleitarnos con algunos de los magníficos números musicales que, un junio más, convirtieron la gala del Radio City Music Hall en la mejor fiesta del año. No te quepa duda.
       
















miércoles, 20 de mayo de 2015

Another opening, another show! (Una historia de Broadway 11)




Something great is coming!

Okay by me in America, everything free in America, for a small fee in America...

Imagínate la escena. El Wallgreens Drugstore de la Calle 42 con Times Square. Una mañana cualquiera de 1956. Bullicio de clientes pidiendo donuts o bagels y camareras de uniforme rellenando tazas de café. En el jukebox un tema de Perry Como, y en aquella mesa del fondo -una de esas tipo "diner americano", de las que están ancladas a la pared- dos amigos comen su sandwich de bacon, lechuga y tomate mientras hablan de teatro. Aún no saben que están a punto de hacer algo grande en el mundo del espectáculo.
A través del escaparate se adivinan los pósters de Bells are ringing, CandideThe most happy fella o My fair lady (este último en tamaño gigante), que empapelan una ciudad cada vez más cargada de arte y de polución. Se acaban los años cincuenta en un país pletórico de éxito que lava su ropa sucia a base de diversión para todos los públicos, que derrite la escarcha de la Guerra Fría al calor de un millón de focos encendidos. Los que cada noche -y un par de matinés a la semana- iluminan los rostros de Ray Walston, Rex Harrison, Gwen Verdon, Don Ameche, Pearl Bailey, Judy Holliday o Julie Andrews. ¿No es mal reparto para un buen show verdad?

El musical americano gozaba de una salud de acero y del favor de una audiencia entregada que demandaba argumentos cada vez más variados y complejos. Ya no se conformarían fácilmente con historias insustanciales al servicio de melodías pegadizas y bailes efectistas, no, ahora los autores tendrían que emplearse a fondo en ofrecer propuestas más genuinas a un público que iba adquiriendo más nivel intelectual.
A finales de los años cincuenta se experimentó una renovación temática en el teatro musical que no hacía sino anticipar la revolución que llegaría con la siguiente década. Los planteamientos, la estética, la música y hasta la forma de cantar y actuar evolucionaban hacia algo diferente, algo que empezaba a cambiar al ritmo del cambio social que estaba a punto de llegar. Something great is coming!

Los dos tipos del bar eran un joven ayudante de escena y un letrista que también quería ser músico. Harold Prince y Stephen Sondheim discutiendo sobre el enfoque que iban a darle a una nueva obra basada en Romeo y Julieta y que parecía estar a punto de caerse con todo el equipo. Un equipo formado por Arthur Laurents, Leonard Bernstein y Jerome Robbins, que por mucho prestigio que ya pudieran tener no estaban libres de errar en el que sería uno de los proyectos más novedosos del género hasta la fecha.
La original idea partió de éste último casi una década antes, cuando tras salir de una función del clásico de Shakespeare no paraba de visualizar a Montescos y Capuletos bailando a ritmo de jazz. Pero ahora no se trataría de dos nobles familias veronesas enfrentadas desde siglos, sino de una joven judía ortodoxa enamorada del hijo de unos católicos irlandeses -y antisemitas, para más inri- en el Nueva York contemporáneo. Ahí es nada.

Por distintas razones -casi todas cercanas a la dichosa corrección política- se optó por suavizar el conflicto cambiándolo por el de dos bandas callejeras -los Jets y los Sharks- y el amor imposible entre el rubio caucasiano de toda la vida y la bonita inmigrante puertorriqueña, Tony y María (el más bello sonido que jamás oí). Con el cambio se perdía algo de intensidad dramática, claro, pero se ganaba la mejor fusión entre ritmos latinos y norteamericanos jamás vista sobre un escenario. Y a Robbins le compensó la cantidad de posibilidades coreográficas que la mezcla traería consigo.

West Side Story (un acierto desde el propio título) no fue un éxito instantáneo, no. Le sucedió como a las grandes obras de arte de la historia, casi siempre comprendidas mucho después de su creación. Y es que nunca antes se había hecho algo así en Broadway, una especie de ópera en clave de mambo y swing en la que la música y el baile arrastran la acción de un modo vertiginoso hasta el trágico final. Un argumento cargado de crítica social, lleno de prejuicios y violencia que no dice nada demasiado alentador sobre el paisanaje norteamericano de aquel momento... Ya hemos dicho que a fines de los cincuenta hubo cierta renovación, pero no tanta en realidad.

La crítica y el público se reservaron de encumbrar o hundir este show durante las primeras semanas en cartel, tiempo en el que otra propuesta mucho más complaciente se fue ganando el aplauso unánime del espectador medio, The Music Man. El enérgico y optimista espectáculo de Meredith Wilson se estrenaba solo tres meses después de la obra maestra de Bernstein y consiguió eclipsarla llevándose los principales premios de la temporada. Curioso que cuando años más tarde los dos shows se llevaron al cine, The Music Man de Morton Da Costa pasó sin pena ni gloria mientras que la superproducción de Robert Wise se convirtió en una de las películas más populares de todos los tiempos. Ironías del destino, pero ni el tirón de Robert Preston (el mismo Music Man de Broadway) ni el de una imprescindible Shirley Jones lograron salvar una cinta del cajón del olvido mientras que West Side Story -Amor sin barreras en Sudaméricaaún sigue poniendo los vellos de punta de quienes la ven.

El principiante Stephen Sondheim tuvo que sentirse abrumado al tener que poner letra a la partitura de quien se considera el Beethoven del teatro musical americano, un Bernstein que acababa de estrenar ese mismo año la opereta sobre el Cándido de Voltaire. Un autor consagrado e intocable que pone su confianza en alguien aún inexperto para hilar de forma sutil y magistral el verso y las notas en un trenzado perfecto que marcará un antes y un después en la música popular americana, y en el teatro claro. Un hito incontestable también en la perfecta conjunción entre la historia, las canciones y las coreografías, una filigrana firmada por Jerome Robbins que ha logrado fijarse de manera indeleble a nuestra memoria sensitiva. Calles desiertas de Nueva York, canchas de baloncesto tomadas por un puñado de niñatos que chasquean sus dedos a ritmo de jazz, cuerpos jóvenes que empiezan a desplegarse conforme la música emerge...
Sin saberlo, aquellos dos amigos tomando café y sandwiches en el Wallgreens de la 42, charlando de teatro, arte, negocios o política, dibujando planes abstractos en un futuro incierto, rascando en el fondo de sus bolsillos para ver si juntaban para la propina de la camarera... sin ni siquiera imaginarlo en el más atrevido de sus sueños, estaban haciendo historia. Bueno, Historia, escrito así, con mayúscula.      

               













  

martes, 28 de abril de 2015

Standing ovation


City of Angels review Donmar London


City of Angels (You´re nothing without me!)

La mitad de la foto en blanco y negro, la otra mitad en color. El cine y la vida, la ficción y la realidad, la fantasía y el oficio bailan juntos al ritmo de las teclas de una vieja Underwood.
Nada, no eres nada sin mí. El escritor no es nada sin su personaje, que tampoco existe si no está quien lo imagina. Yo, super yo, ego, alter ego... todos juntos en danza, a ver quién puede más. Interesante premisa para montar un show ¿verdad?
Mira que se han tocado temas insólitos en las obras de Broadway, sin embargo han sido raras las veces en las que el musical se ha ocupado del cine policíaco. Por eso este homenaje definitivo al "film noir" tiene un carácter tan especial, aparte de la grandeza de la pieza en sí.
Cy Coleman es uno de los mejores autores de musicales de la historia, no vamos a descubrir eso ahora. Sweet Charity, Little Me, On the 20th Century (que ahora vuelve a triunfar en los escenarios), The Will Rogers Follies, Barnum, The Life... ¿sigo? Y City of Angels le llegó cuando su carrera ya parecía enfilar su declive, cosa que quedó fuera de toda cuestión cuando supo sorprender a todos los que pensaban que iban a ver un poco más de lo mismo.
En colaboración con David Zippel en las letras y Larry Gelbart en el libreto (guionista entre otras de Tootsie, ¿se necesita mejor credencial?), Coleman construye un monumento sonoro a la tradición de los mejores autores de música de cine pero sin perder de vista ni por un segundo el lenguaje del teatro. En su partitura hay ecos más o menos lejanos de las míticas bandas sonoras de Miklós Rózsa, Max Steiner, Bernard Herrmann, Alex North, Victor Young o Franz Waxman pasados por el tamiz de sus más contemporáneos John Barry, Jerry Goldsmith o Elmer Bernstein. Música de género que rinde homenaje a los códigos que reconocemos de tantas viejas películas, pero siempre cercana al universo particular de su autor.
Y todo para contarnos la historia de Stine, un guionista en crisis creativa y existencial (nos recuerda a alguno en particular? a cientos?) luchando en el ring con las exigencias de la industria, de su editor, con un guión que no termina de cuadrar y, por encima de todo, con su personaje, el detective Stone, que empieza a rebelarse contra todas y cada una de las decisiones de su creador. Stine contra Stone, la vida imitando al arte y el arte tratando de tener vida propia.
Pero no podríamos tener un "film noir" como dios manda sin una chica mala, una femme fatal de piernas largas, labios rojos y melena ondulada tapando un ojo a lo Veronica Lake. Y en esta "ciudad de ángeles" (clara referencia a la capital californiana), hay también algunos diablos sueltos, o diablesas. A saber, la esposa de un rico magnate que contrata al detective para que averigüe el paradero de su díscola hija, la sufrida secretaria del detective, su novia oficial, la mujer del escritor, su amante y... el enredo está servido en este complejo trenzado en blanco y negro que poco a poco se mancha de colores conforme la ficción de Stone y la realidad de Stine se confunden más y más, hasta culminar en una redonda apoteosis final.
Esta original propuesta se estrenó a finales de 1989 en el Virginia Theatre de Broadway donde estuvo hasta junio del 92. Casi novecientas representaciones y 11 nominaciones a los Tonys de los que se llevó seis a casa. Mejor musical, mejor libreto, mejor partitura, mejor actor protagonista (James Naughton), mejor actriz de reparto (Randy Graff) y mejor diseño escénico.               
Además de las subsiguientes producciones en Los Angeles o Washington, llegó a Londres en 1993 consiguiendo el Olivier al mejor musical, vamos, lo que puede considerarse un éxito sin paliativos.
Precisamente ha sido en Londres donde se acaba de reponer por primera vez desde entonces, entre los meses de diciembre y enero pasados. Y yo estuve allí. De pie. Literalmente, porque la única entrada que pudimos encontrar no tenía derecho a asiento dada la tremenda demanda que el evento provocó. Una aparentemente sencilla producción en un pequeño teatro, el mítico Donmar Wharehouse, uno de los rincones de culto y adoración de Shakespeare y cía. que tanto abundan en la capital.
Su novedoso concepto, la impecable, sorprendente puesta en escena y un elenco que corta la respiración, desde ese "coro griego" en clave vocalesse (los magníficos "Angel City Four") que va desgranando la acción a ritmo sincopado, hasta todos y cada uno de sus protagonistas.
Destacando a sus dos pilares -Tam Mutu como Stone y Hadley Fraser como Stine- secundados como se merece por Rosalie Craig, Peter Polycarpou, Rebecca Trehearn o una bellísima Samantha Barks -la gran revelación del show-, el cast de este revival solo se puede calificar de "simplemente perfecto". Así como el vestuario, las coreografías y las nuevas orquestaciones. De ahí que le dediquemos hoy esta "standing ovation" que reservamos para ocasiones realmente especiales.
Ovación en pie, y no solo por no tener un triste asiento donde descansar las posaderas del que escribe (aunque he de confesar que pronto nos hicimos con un par de butacas libres), sino porque por más que quisiera controlarme se me hacía imposible -y no hablo solo por mí- permanecer estático al final de cada actuación.
Two thumbs up! Los dos pulgares hacia arriba para esta obra maestra en su concepto original y en su revisión actual. Bravo por este cocktail que mezcla "the real and the reel" sin pasarse ni una gota con ninguno de sus ingredientes, servido en copa adornada al más puro estilo del viejo Hollywood.
Así que hoy brindo por Coleman, por Stone, Stine, Mutu, Fraser... y por todos los que compartimos la pasión por el cine, el teatro y la música.
¿Os he dicho que no sería nada sin vosotros?
 














martes, 7 de abril de 2015

TKTS




Springtime for Broadway!

Existe la primavera de Praga, la primavera árabe, la primavera en Sevilla (que es una pura maravilla), los rollitos de primavera... pero hoy nos vamos a centrar en la ciudad de nuestros sueños cuando los almendros de Central Park se ponen a echar flores rosadas como si no lo hubieran hecho nunca antes. Cuando las marquesinas de los teatros del midtown se afanan en cambiar sus carteles y los inversores, productores y directores se ponen a rezar el rosario para que el New York Times tenga un poco de piedad con ellos.
No hay nada más excitante que la temporada de estrenos. Marzo y abril renuevan los playbills y la fábrica de ilusiones se vuelve a emplear a fondo peleando contra viento y marea con la heroica intención de volver a ser lo que un día fue.
Y el cine, la otra fábrica de sueños, se cuela esta año por la puerta grande en Broadway con algunas versiones de películas clásicas que prometen nostalgia y emociones a espuertas. La agenda se presenta apretada, así que no hagas planes para las dos próximas semanas porque no vamos a parar! A saber:

El 8 de abril -vamos, ayer mismo- se estrenó el revival de la versión musical del clásico de Vincente Minnelli Gigi. A todos nos ha extrañado/sorprendido (muy gratamente al que escribe, claro) la reposición de un musical que al contrario que la película original supuso un notable fracaso. En 1973 se estrenó esta obra que pasó sin pena ni gloria -aunque se llevo el Tony a la mejor música- y ahora vuelve como vehículo de una estrellita teenage llamada Vanessa Hudgens (High School Musical). Así se ganan al público "niñata con pasta" que es abundante por cierto. ¿Cómo me ganan a mí? Con Victoria Clark, Howard McGillin y Dee Hoty en el reparto, con la partitura de Frederick Loewe, las letras y el libreto de Alan Jay Lerner y la preciosa historieta de Colette.

Cuatro días más tarde levanta el telón tras las consabidas previews la función más esperada de la temporada, una superproducción que también toma como base una cinta de Minnelli, An American in Paris. En un estreno simultáneo con el del Chatelet de la capital francesa, este nuevo musical pretende homenajear una de las más grandes películas del género con un montaje de luxe que no escatima ni un dólar. Considerando los tiempos que corren, tiene mérito y mucho el hacer una de las mayores inversiones de los últimos años en un nuevo musical, y según lo poco que he podido ver no solo se trata de dinero. Habrá que esperar a ver la reacción del público y las críticas, pero este saludo a Gershwin, Kelly y Minnelli suena de maravilla. Ojalá se cumpla la letra de la canción -our love is here to stay- y permanezca mucho tiempo en cartelera. Ah! se estrena en el viejo Palace, como no podía ser menos.

El 15 de abril tenemos cita en el Lunt-Fontanne para asistir a la tan esperada presentación de Finding Neverland, otro nuevo musical basado en otra película, en este caso mucho más reciente. La cinta de 2004 protagonizada por Johnny Depp y Kate Winslet (que aquí se llamó Descubriendo nunca jamás) se traslada ahora a los escenarios con música de Gary Barlow y Eliot Kennedy (el primero famoso por ser miembro del grupo Take That y el segundo por escribir muchos de sus éxitos). La trama nos cuenta un emocionante episodio en la vida del creador de Peter Pan, J.M. Barrie, implicado en la educación de los hijos de una familia amiga que gracias a sus fantásticas historias tampoco querían crecer nunca. De la música no puedo hablar mucho, pero el bello relato y sus protagonistas (Matthew Morrison y Laura Michelle -Mary Poppins- Kelly) nos acabarán arrancando alguna lágrima, seguro. Están secundados nada más y nada menos que por Kelsey Grammer y Carolee Carmello. Seguro que dan una fiesta estupenda mientras esperan las primeras críticas, pero no te podrás quedar mucho tiempo porque mañana tenemos más faena. Como dicen las huerfanitas de Annie it´s a hard knock life!

El 16 del abril otro estreno de campanillas. En este caso uno de los revivals más esperados de la temporada llega al Lincoln Center, el musical de los musicales, Rodgers y Hammerstein vuelven a la gran manzana por la puerta grande -como si alguna vez se hubieran ido- con una de sus joyas más preciadas, The King and I. Kelli O´Hara  y Ken Watanabe son la institutriz inglesa y el rey siamés. Y no se me ocurren otros mejores, la verdad. A ella la hemos visto en... bueno en todo. Fue la última heroína de la última gran reposición de R&H South Pacific e hizo una enfermera Nellie inolvidable. Y a él lo hemos visto en peliculones como Cartas desde Iwo Jima, El último Samurai o Memorias de una Geisha. Los dirige Barlett Sher, que ya lo hizo con la O´Hara en The Light in the Piazza y la ya citada South Pacific. ¿Apetece o no?

El 21 abrigaros porque nos vamos a la Rusia de los zares. Por fin, y digo por fin porque ha sido una premiere aplazada hasta el aburrimiento, se estrena Doctor Zhivago, a new musical. Esta vez mucho me temo que no oiremos el Tema de Lara de Maurice Jarre, lo que seguro habrá supuesto un hándicap para la compositora de esta nueva pieza, Lucy Simon (hermana de Carly Simon, por cierto). Y es que gran parte de la emoción y el dramatismo de la mítica película estriban en su partitura, no hay ni que decirlo. Y aunque la Simon ya está acreditada con otro gran musical (The Secret Garden), no lo tiene fácil poniendo a cantar a los atribulados personajes de Pasternak. Habrá que ver, y oír. De momento con disfrutar de la presencia de Tam Mutu como Yuri Zhivago ya nos conformamos. Vamos, como si quiere tararear toda la obra tocando la caja. Esa barbilla partida va a partirle en corazón esta temporada a más de una, o uno.

Y llegamos al 23 con toda la ilusión que se puede tener ante el que considero el estreno más especial de la temporada. The Visit. Terrence McNally, John Kander, Fred Ebb, Chita Rivera. ¿He dicho algo? Un pequeño musical -que al final son sin duda los mejores- basado en la obra del alemán Friedrich Dürrenmatt´s que aquí se tituló La visita de la vieja dama. Una sátira con elementos de tragicomedia muy oscurita pensada para que la interpretara Angela Lansbury pero que finalmente la sacó a escena nuestra puertorriqueña favorita. La Rivera la estrenó en Chicago en 2001 y ahora, catorce años después, la presenta, junto con Roger Rees, por vez primera en Broadway. Vamos, como para perdérselo.
Para nuestro santo patrón John Kander -ya que nuestro dios sigue siendo Sondheim, faltaría más- será un orgullo ver por fin una de sus últimas creaciones sobre el escenario del vetusto teatro Lyceum, como no podía ser menos. Lamentablemente Fred Ebb ya no podrá disfrutar de esta segunda oportunidad que un productor sin miedo al riesgo brinda a una interesantísima obra envuelta en otra genial partitura de sus autores.
¿Qué me dices? ¿Empezamos a mirar vuelos, o nos ponemos a volar con la imaginación? Dados los precios de los billetes al otro lado del charco tal vez lo más sensato será conformarnos con los vídeos que encontremos, los discos si los sacan y toda la fantasía que le queramos echar. Pero ¿quién habla de sensatez?
Venga, atrévete, come fly with me!  Vámonos a la tierra de nunca jamás, que esta primavera se nos abre como un tulipán reventón y la vida se nos queda cada día más corta.  
    
















jueves, 12 de marzo de 2015

That´s dancing!




Susan Stroman (Everybody dance!)

Aquella noche de agosto de hace más de veinte años, sentado en mi butaca del Shubert Theatre por primera vez (luego vendrían mucha otras), cuando al final del primer acto la compañía al completo bailaba ese vertiginoso, apoteósico I got rhythm, supe que aquello era lo mío. Que por mucho que hiciera o viera en la vida, pocas cosas me harían vibrar tanto como ese montón de bailarines golpeando las tablas al ritmo desenfrenado del Gershwin más exultante.
Aún no tenía ni idea de quién era Susan Stroman cuando compré aquellas entradas para ver Crazy for you, el musical que la instaló definitivamente entre la reducida élite de los grandes coreógrafos de Broadway.
Jack Cole, Agnes De Mille, Oona White, Jerome Robbins, Bob Fosse... y ve parando de contar. Maestros, visionarios, artistas de la narración en movimiento, pintores de siluetas bajo la luz de los focos.
Para llegar a estrenar su primera gran producción en los circuitos oficiales, esta chica de Delaware que quiso ser bailarina desde que empezó a caminar, tuvo que superar varias pruebas. A pesar de una exhaustiva formación académica, de unos padres que la apoyaron desde el principio y de trabajar duro en cada función universitaria en que participara (primero como bailarina, luego como asistente de las coreografías), no fueron pocas las puertas que se cerraron ante sus narices hasta que decidió marcharse a la gran ciudad. Como en todas las biografías de los artistas del musical siempre hay un momento en el que, con la mochila cargada con lo imprescindible, se montan en un tren hacia Nueva York dispuestos a reclamar su cachito de gloria. Y el momento de Stroman fue en 1976, poco antes de lograr un contrato con la Goodspeed Opera House con quienes participó en un revival del musical Hit the deck. Dos años después ya era oficial su debut en Broadway con la divertida obra Whoopee! 
Desde el comienzo se estaba decantando por revisiones de viejas piezas clásicas medio olvidadas, lo que iba a crear una constante en su carrera como coreógrafa experta en desempolvar el "swing" del viejo Broadway o del Hollywood de los años dorados con un punto actual, cómico y algo canalla.
Musical chairs, una modesta revue de Tom Savage, le brindó la oportunidad de situarse tras los focos por primera vez como asistente del coreógrafo en 1980. A pesar de que la función fue un desastre (solo aguantó en cartel un par de semanas), a la Stroman se le abrió el camino por el que seguir caminando el resto de su carrera. Como directora y encargada de las coreografías inició a partir de ese momento una trayectoria inigualable en su entorno. Flora, the red menace (reposición del show con el que debutó Liza Minnelli), A little night music (New York City Opera), And the world goes ´round (el magnífico collage sobre la obra de Kander & Ebb), 110 in the shade o la dirección de uno de los mejores shows de la Minnelli, (Stepping Out at Radio City) fueron algunos de sus primeros trabajos a la cabeza de la producción.
En 1992 recibió el primero de una larga lista de Tonys por montar la coreografía de uno de los mejores homenajes que Gershwin ha recbido en Broadway, el musical Crazy for you. Y con esa magnífica credencial vinieron muchos más proyectos, hasta poder decir que no ha parado de trabajar ni un solo día desde ese momento (Show Boat, A Christmas Carol, Picnic, Big...). Como hitos indiscutibles de su carrera señalar Steel Pier, uno de los últimos musicales de sus autores fetiche Kander y Ebb, y Contact (1999), tal vez su montaje más personal (una obra con tres historias independientes basadas únicamente en las coreografías) por el que volvió a subir al escenario para recoger otro Tony.
Fueron tiempos agridulces para nuestra directora, ya que el cenit de su triunfo coincidió con la muerte de su esposo, el director teatral Mike Ockrent, precisamente el que la animó a montar Contact. pero como dice la canción de Jerry Herman (Taps your troubles away), no encontró mejor forma de superar el duro golpe que la de seguir creando, bailando y haciendo bailar. Como lo hacían los actores de la fastuosa reposición de The music man (2000), una soberbia producción que tuve la suerte de disfrutar en persona, y que te hacía salir del teatro sin parar de dar saltos a ritmo de 76 trombones nada menos.
Y al año siguiente le llegó el mayor éxito de su carrera, colaborar con Mel Brooks en un megalómano proyecto, la versión musical del filme de 1968 The Producers. Aunque en un principio iba a ser dirigida por Ockrent, al morir éste su viuda se hizo cargo de la dirección además de los números de baile. Contra todo pronóstico -muchos pensaban que Brooks y Stroman se caerían con todo el costosísimo equipo- éste fue el mayor éxito de su carrera y uno de los musicales más rentables de la historia batiendo varios records, entre ellos el de mayor número de Tonys ganados por un solo show, un total de 12.
El triunfo de la segunda mujer que ha ganado un Tony como directora de un musical (la primera fue Julie Taymor por The Lion King), le animó a dirigir la versión cinematográfica en 2005. Y aunque no llegara a gozar de una aceptación ni remotamente parecida a la del show, su debut en un medio ajeno para ella como el cine resultó más que digno.
Pero lo suyo es el teatro, al que volvió de inmediato para poner en marcha proyectos tan diversos como Thou shalt not (el primer musical escrito por Harry Connick Jr. sobre Thérèse Raquin de Zola), The Frogs (un pequeño Sondheim basado en textos de Aristófanes) así como su regreso al universo de Mel Brooks con la adaptación de otra de sus películas más populares, Young Frankenstein, aunque con bastante menos éxito que el de su anterior colaboración.
En los últimos años ha estado involucrada en montajes tan interesantes como injustamente tratados. La obra póstuma de Fred Ebb sobre la falsa acusación de nueve afroamericanos, The Scottboro boys, una genial creación que no tuvo mucha repercusión en su estreno en Broadway pero que ahora triunfa en Londres, con unas coreografías tan expresivas como potentes. O las adaptaciones teatrales de la películas de Tim Burton Big Fish y de Woody Allen Bullets over Broadway, todas al mando de la dirección y las coreografías. Con esta última ha contribuido a convertir en musical por primera vez una comedia del famoso director, y aunque ha supuesto un notable descalabro económico -tuvo que cerrar a los cuatro meses de su estreno- tanto una buena parte de los críticos como muchos de los que tuvieron la suerte de verlo, lo han calificado de obra maestra.
Sin embargo otros tacharon esta obra de fácil, zafia o vulgar, tal vez sin comprender que tanto el libreto como las músicas o los bailes trataban de reflejar el ambiente canalla de los gangsters y las coristas de aquella época. Y para eso Susan es perfecta, capaz de recrear sin copiar los clásicos desde Berkeley hasta Astaire dándoles actualidad y adaptándolos a nuevas ideas o ritmos sin complejo alguno, celebrando la excelente tradición americana sin temor a repetirse.
Un grupo de niños ensayando con un falso profesor de música, una pandilla de gangsters taconeando al ritmo de sus metralletas, un montón de coristas con imposibles tocados nazis, nueve negros en la cárcel contando sus penurias con el vertiginoso movimiento de sus cuerpos, un coro de chicas de Ziegfeld de piernas imposibles cantando I got rhythm. Todos bailando al mismo tempo en una apoteosis final que solo Broadway puede inventar. Es lo que me viene a la mente cuando pienso en Susan Stroman, la culpable de que aquella noche de agosto saliera de aquel teatro sin poder parar de bailar. Who could ask for anything more?  
  

















martes, 3 de marzo de 2015

Who is who in the cast?



10 razones para amar a Julie Andrews

La noche del pasado 22 de febrero, cuando la 87 gala de los Oscars enfilaba su segmento final, a media hora de acabar y justo en el momento en que el tedio se apoderaba de los espectadores más estoicos, se registró el pico de audiencia mayor de la interminable ceremonia. Lady Gaga hacía un "medley" de The Sound of Music y al acabar aparecía Julie Andrews con lágrimas de emoción por tan sentido homenaje a los 50 años del filme. Con su característica humildad, la que solo ostentan las más grandes damas, se mostró abrumada al ver a todo el Dolby Theatre ovacionándola en pie, rendidos ante la presencia de la institutriz que todos hubiéramos deseado tener.    
Eliza Doolittle, Mary Poppins, Guinevere, Maria Von Trapp, Millie, Lili, Victor Grezhinski, Victoria Grant... todas en una sobre el escenario, todos los ojos puestos en aquella chiquilla de Surrey que tanto nos ha hecho soñar.

¿Solo diez? No sé si podré sintetizar tanto, a ver cómo me las apaño.

1- Por ser el primer rostro que recuerdo en una pantalla. Y el de Dick Van Dyke, claro, rodeados de dibujos animados en el mejor paseo por un parque de la historia del cine. Mary Poppins (1964) se estrenó justo un día después de mi nacimiento, llámalo casualidad si crees en ella. Yo la vería años después, claro, cuando todavía solían reponer viejas películas en los cines de verano.
Julia Elizabeth Wells (su apellido original, el de Andrews le vino de su padrastro) llevaba años actuando en concursos infantiles y espectáculos de vaudeville por toda Inglaterra, explotando su voz de casi cinco octavas y su gracia natural. Esto le llevó a debutar con 12 años en un teatro del West End.
2- Por ser el segundo rostro que recuerdo en una pantalla. El de una novicia que jamás llegaría a monja. No sé si exactamente el segundo, pero debía tener no más de seis años la primera vez que vi Sonrisas y Lágrimas, y aunque creo que me dormí en la parte de los nazis, recuerdo con fascinación montes, prados verdes, torreones de iglesias y música, el sonido de la música.
Tras hacer mil y una pruebas y después de haber representado una profética Cinderella en el London Palladium, la familia se trasladó a Nueva York buscando nuevas oportunidades que no tardaron mucho en encontrar. The Boy Friend era un nuevo musical de Sandy Willson que igual que ella llegaba desde Londres, y gracias al papel de la casquivana Miss Polly Brown consiguió su primera credencial en Broadway, el Theatre World Award. No está mal.
3- Por su voz única. Todos queríamos cantar el Do, Re, Mi como ella lo hacía, pero a nadie nos salía igual, claro. Y menos con la tremenda traducción de la versión española. Do es trato de varón?
Todavía actuando en The Boy Friend hizo una prueba para un nuevo show de Rodgers & Hammerstein, pero aún era pronto para trabajar juntos. El mismo Richard Rodgers le aconsejó que aceptara el papel que le acababan de ofrecer en un musical basado en Pigmalión de Bernard Shaw que prometía mucho. Y así fue como se libró de caer con todo el equipo de Pipe Dream y convertirse para siempre en una estrella de Broadway con My Fair Lady.
4- Por ser "practically perfect". Por esa perfecta mezcla entre inocencia y sabiduría, dulce y lista, dócil y fuerte como la que más.
Su primera nominación al Tony y muy pronto su primer Oscar. A pesar de la decepción sufrida al no ser la elegida para la película sobre el musical de Lerner & Loewe -la popularidad de Audrey Hepburn pesó en la decisión final- su carrera ya era imparable, especialmente tras ser la Cinderella del show de televisión de Rodgers & Hammerstein y la reina infiel Guinevere en Camelot. Walt Disney no lo tuvo muy dificil para decidir darle la protagonista de su película más ambiciosa hasta la fecha, la nanny más famosa de la historia tendría el rostro de Julie Andrews.  
5- Por ser inasequible al desaliento. Ni por un segundo perdió la sonrisa ni el optimismo cuando supo que nunca cantaría The rain in Spain... en la superproducción de Cukor,  Ese mismo año ganó el oscar por Mary Poppins cuando muchos pensaban que sería para Audrey Hepburn por el papel que podría haber interpretado ella misma. Los que esperaban ver tensión entre las divas aquella noche de abril de 1965 no sabían que se trataba de dos damas de los pies a la cabeza, como no ha habido otras. Los mejores deseos y las más cordiales felicitaciones, aunque luego la procesión fuera por dentro.
6- Por ser capaz de cambiar de registro sin pestañear. Ese famoso episodio de "justicia poética" no hizo más que hacerla avanzar con acierto y seguridad por una carrera de nutrida índole. Los escenarios se iban quedando atrás ante la insistente llamada de Hollywood, pero ella nunca olvidó Broadway. La americanización de Emily, una agridulce comedia en blanco y negro y sin canciones. Cortina rasgada, un Hitchcock en el que se medía con las grandes reinas del género sufriendo de lo lindo junto a un Paul Newman que se merendaba todos los planos, menos los de ella.
7- Por sobrevivir a las sonrisas y a las lágrimas. Contra todo pronóstico, y a pesar de que sus siguientes películas musicales no llegaron ni de lejos a la altura de la de la "novicia rebelde" (Millie, Star!, Darling Lili), Andrews no cedió ante la avalancha que supuso la famosa cinta de Robert Wise y supo reinventarse en un tono más adulto y menos almibarado (Hawaii, The tamarind seed), triunfando a la vez como estrella de televisión. The Julie Andrews hour, Julie and Carol (nunca tuvo tanta química con ningún actor como con su amiga y partenaire, la genial Carol Burnett) la reafirmaron como la enterteiner total. Aguda, cómica, divertida y sin miedo al ridículo, cosa que jamás hizo, por cierto.
8- Por ser la auténtica y genuina mujer 10. No piensen en la rubia de las trencitas correteando por la playa, no. La mujer 10 era ella.
Conocer a Blake Edwards, ser dirigida por él, casarse con él, adoptar dos hijas con él, ser madre de los dos hijos que el director ya tenía (además de la que tuvo con su primer marido, el diseñador de decorados Tony Walton) y todo esto sin abandonar su carrera... ¿no es de 10? Eso sí, algunos proyectos como protagonizar La bruja novata quedaron por el camino. Pero dar con Edwards, uno de los mejores autores de comedia de la historia del cine, la reubicó en una serie de proyectos que la transformaron en una espléndida, sexy y nada cursi actriz madura. 10, S.O.B., That´s life (precisosa y melancólica película junto a Jack Lemmon), The man who loved women...  El streaptease de S.O.B fue toda una revolución y una declaración de principios (y una forma de revolear de una vez la toca de la monja cantarina), o simplemente un reclamo publicitario para lanzar la película, pero nos dejó a todos con la boca abierta. Tal vez fue un acto más de amor a su esposo, cuya carrera empezaba a declinar por aquellos entonces.
9- Por ser Victor, por ser Victoria. Y reaparecer en la gran pantalla a lo grande en 1982, y por protagonizar el mejor musical filmado de las últimas décadas. Si no hubiera sido por la brutal Sophie de Meryl Streep se habría llevado su segundo Oscar a casa. Edwards, Mancini, Preston, Garner, Warren... todos hicieron de esta comedia un clásico definitivo, pero Victor y Victoria eran ella.
En 1993 reapareció en Broadway después de 33 años -desde que hiciera Camelot- nada menos que de la mano de Stephen Sondheim en la "revue" de su obra Putting it Together. Dos años más tarde Victor o Victoria fue convertido en un musical, y aunque algo maltratado por la crítica (en realidad, razón no les faltaba) ella seguía radiante en el ambiguo personaje, aunque su voz ya estaba anunciando serios problemas futuros. Al ser ignorados sus compañeros en los Tonys del 95 decidió declinar su propia nominación (la única que recibió el show). Cosas que solo hace una gran señora, con muchas mayúsculas.
10- Por saber envejecer con gracia y estilo. Una serie de desafortunadas intervenciones en las cuerdas vocales casi la dejan muda, y desde luego la obligaron a dejar de cantar en público para siempre. Su legendaria voz de soprano de casi cinco octavas murió prematuramente, pero ni siquiera eso la llegó a apartar de su público (su regreso al cine con Gente con clase o Princesa por sorpresa, entre otras muchas colaboraciones), como señalamos en el punto nº5, "Inasequible al desaliento". Y es que no nombran Dama del Impero Británico a cualquiera.
A punto de cumplir 80 años su encanto sigue intacto. La belleza discreta, la mirada limpia que enamoró a Cecil Beaton o a Richard Avedon aún siguen embelesando al objetivo, en esta ocasión el de Annie Leibovitz que la acaba de retratar junto a su mejor compañero -el capitán Christopher Plummer- con motivo del medio siglo de Sonrisas y Lágrimas. Una foto emocionante como pocas hemos visto. Su sonrisa y mis lágrimas -como las de todo el auditorio Dolby el pasado 22 de febrero- vuelven a unirse una vez más, igual que hace 50 años, y a poner un poco de azúcar en la amarga píldora que nos dan. Y me recuerdan muchas de "las cosas favoritas" que gracias a ella he disfrutado en mi niñez y en toda mi vida.
               
  














martes, 10 de febrero de 2015

Music & lyrics




Jerry Bock & Sheldon Harnick (The picture of happiness)

La pasada noche del 31 de Enero, cuando todos creíamos que el concierto ya había acabado, cuando el patio de butacas empezaba a levantarse y coger sus abrigos, Audra McDonald volvió a salir al escenario del Teatro Real respondiendo con generosidad a los gritos que no cesaban. Y nos regaló una canción que siempre estuvo en su repertorio aunque no es uno de esos "standards" que el público aplaude en cuanto empiezan los primeros acordes, When did I fall in love. Sus autores tampoco suenan demasiado a la audiencia, aunque ella anunció el último tema de la noche reverenciando a estos dos maestros del musical americano y contando de primera mano como el mismo Stephen Sondheim deseó haber firmado él mismo esta balada.  
Pues bien, para quien no los conozca hoy os presento al compositor Jerry Bock y a su letrista Sheldon Harnick, padres de algunas de las más bellas músicas y letras que jamás sonaron en un escenario.

Jerrold Lewis Bock (más tarde conocido como Jerry Bock) se curtió en composiciones para shows de televisión, canciones divertidas para "enterteiners" de los años 50. Sid Caesar, Imogene Coca o Mel Torme ficharon para sus programas a esta chico de New Haven recién llegado a la gran ciudad con ganas de comerse el mundo y la cabeza llena de notas deseando salir.
Y en eso que se estaba montando un show de Broadway a mayor gloria de un emergente Sammy Davis Jr. llamado Mr. Wonderful (1956), para el que sus productores decidieron contar con él y así brindarle la oportunidad de escribir su primer score completo para un musical. Aunque su nombre aparecía aún en letras muy pequeñas bajo el del protagonista y los demás actores, a los críticos no les pasó desapercibido el responsable de un repertorio de temas enérgicos y optimistas a la medida de la estrella, de entre los que destaca Too close for comfort, el primero de una generosa lista de clásicos que aún quedaban por venir.    
El siguiente encargo para componer un nuevo musical, The Body Beautiful (1958) cruzó su camino con el del que sería su colaborador en las letras de sus mayores éxitos, su definitiva "media naranja " artística, un muchacho de Chicago de nombre Sheldon Harnick. Aunque ambos habían demostrado solvencia en la creación de música y versos, ya desde su primera colaboración -que fue un absoluto fiasco, por cierto- repartieron los papeles asumiendo sin problemas las funciones de músico y letrista de todos los shows que crearon juntos.
El ambiente teatral del Broadway de los cincuenta estaba plagado de judíos en la producción, dirección o interpretación de obras, y muy especialmente en lo que se refiere a composición, pero se puede decir que esta pareja de autores llegaron a convertirse ir en el summum de la marca hebrea del showbusiness. No en vano crearon el musical más judío de todos cuantos hubo o habrá, pero eso aún tardaría en llegar.
El fracaso de su "primera criatura" no les restó ni un ápice del entusiasmo que les caracterizó y pronto estaban inmersos en su segundo trabajo juntos, un atrevido y original proyecto sobre el controvertido alcalde de Nueva York Fiorello La Guardia con libreto de George Abbot (Pal Joey, On the Town, Damn Yankees...). Se puede decir que Fiorello! consiguió crear la impronta de lo que sería el resto de su carrera en común, letras y músicas vivas, audaces y empastadas como muy pocos han llegado a hacer, ni siquiera en los casos en los que el escritor y el músico son la misma persona.
Por fin un éxito incontestable, cerca de 800 representaciones, cuatro Tonys y uno de los ocho Pulitzer concedidos a un musical de Broadway.
Con tal impulso se pusieron manos a la obra con la adaptación de la novela de Samuel Hopkins Adams Tenderloin, una historia llena de ironía y comicidad sobre la moralidad y el vicio en el viejo Nueva York de finales del XIX. A pesar de que esta función tampoco llego a cautivar ni a críticos ni a público (no alcanzó ni un año en cartel), hoy se considera una exquisita pieza de culto del teatro musical, especialmente tras la grabación del Encores del año 2000.  Little old New York, Good Clean Fun o The Picture of Happiness son algunas de las joyas que adornan esta injustamente tratada pieza.
She loves me (1963) fue su siguiente éxito tras otra decepción sufrida con Man in the moon el mismo año. La versión teatral de la famosa película The shop around the corner (con James Stewart, actualizada a la medida de Tom Hanks y Meg Ryan en Tienes un e-mail), fue uno de los acontecimientos musicales de ese año, y uno de los mayores éxitos de la carrera de su protagonista Barbara Cook. Aun así no se puede decir que se le haya hecho justicia a este show hasta sus posteriores reposiciones, especialmente las que tuvieron lugar en Broadway y Londres a principios de los años noventa. Un repertorio delicioso sin llegar a resultar empalagoso, con algunos auténticos "showstoppers" como Tonight at eight, Will he like me? (que se apresuró a grabar una principiante Barbra Streisand) o el que da título a la obra, She loves me. Canciones plenas y exultantes, descriptivas y dramáticas como solo ellos y unos pocos más sabían hacer.
Pero cuando el público y la crítica declararon por fin su amor incondicional a estos autores fue tras el estreno de su siguiente trabajo, uno de los "top ten" del género, Fiddler on the roof. No vamos a extendernos sobre este hito del teatro musical (ni sobre los premios que logró, ni las cientos de reposiciones que se han hecho en todo el mundo, ni sobre el éxito de su adaptación cinematográfica), por no alargarnos demasiado y porque ya le dedicamos una entrada anterior. Solo con mencionar el primer solo que canta su protagonista, If I were a rich man, tenemos suficiente. Tal vez no se haya escrito una canción que describa mejor el carácter y las circunstancias de un personaje como ésta. Solo con enumerar los deseos de Tevye, los sueños de este pobre lechero cargado de hijas casaderas, debatiéndose entre el progreso de los tiempos y la tradición de su credo... solo con esa afortunada frase en la que le dice a su dios que no es una vergüenza ser pobre, aunque tampoco es precisamente un gran honor... no necesitas saber mucho más sobre este hombre.
La habilidad con la que Bock enreda las notas tradicionales hebreas con el toque del Broadway más genuino, o la algebraica agudeza de las palabras que trenza Harnick con dichas melodías hacen de esta obra algo único. Y no voy a ser yo quien venga hoy a descubrirlo. Matchmaker, To life!, Sunrise Sunset, Do you love me?, Anatevka... Dejad de leer ya y poneros el disco, pero escuchadlo con atención, como quien saborea un vino moviéndolo mucho por el paladar.
Considerado el musical definitivo por todos los expertos -es decir, el que aúna a la perfección una buena trama y unas excelentes canciones, así como unos números de baile integrados milimétricamente en la acción-, El Violinista en el Tejado (como lo llamamos aquí), no fue la última colaboración de los autores, pero sí el último gran éxito que les acompañó el resto de sus vidas. A éste les siguieron otros de distinta acogida como son The Apple Tree (repuesto hace poco por Kristin Chenoweeth), The Rothschilds y alguna que otra colaboración en shows escritos por varios autores (The mad woman of Central Park West, Her first roman, Baker Street).
Su trabajo juntos acabó a finales de los años setenta, dedicándose cada uno por su lado a la composición de bandas sonoras para cine o televisión o canciones para otros artistas. Jerry Bock murió en 2010 con 81 años, y su amigo y compañero Sheldon Harnick le sobrevive con la gracia y la lucidez que siempre le caracterizó cumplidos ya los 90. Precisamente con motivo de su cumpleaños -y del 50 aniversario del estreno del violinista- ha concedido su última entrevista en la que tiene la generosidad de explicarnos algunas de las claves de su trabajo, el día a día de la creación de las letras para las músicas de otro, la complicidad telepática con su colega y compañero al que no deja de echar de menos.
Ambos vivirán siempre cerca de los que amamos este género, de todos los que nos emocionamos con sus canciones, pequeñas grandes historias con planteamiento, nudo y desenlace que consiguen conmovernos y darnos felicidad durante los tres minutos escasos que duran, al fin y al cabo toda una eternidad.                      
 















jueves, 5 de febrero de 2015

Hits/Flops




Pipe Dream (Sueños de perdedor)

Los paisanos de Cannery Row, Monterrey (California) no tenían mucho que esperar de la vida. Conserveras de sardinas, un burdel, el bar con sus dos borrachos de guardia... Pobres vidas quietas, ancladas en el puerto que les confina a una existencia en la que nada se mueve, excepto las olas del mar. Muchos sueñan con cruzar ese océano, pero se les pasa pronto y vuelven a casa tras beberse un par de cervezas.
Doc no es de allí, solo se ha instalado una temporada por su trabajo como investigador marino. Hazel y Mac sí, y están orgullosos de ser amigos del "único hombre inteligente" de la comunidad. Suzy es otra forastera, una vagabunda cansada de peregrinar por toda la costa en busca del golpe de suerte que la aparte de la calle de una vez por todas. Fauna es la dueña del Bear Flag Café, la "mejor casa" del pueblo, una Madame de buen corazón e ínfulas de grandeza cada vez más menguadas por el hastío de la vulgaridad que la rodea.
Sobre estos pobres diablos en vía muerta trata la novela escrita por John Steinbeck en 1954 Sweet Thursday. Un título que según el propio autor hace referencia al día que hay entre un "pésimo miércoles" y un "viernes esperanzado".  Un relato corto que apareció como secuela de otro titulado Cannery Row, el escenario de las aventuras y desventuras del biólogo marino enamorado de una fulana de poca monta, un texto que el propio Steinbeck escribió con la ilusión de que fuera convertido en musical, que es lo que por aquellos entonces hacía que algunas obras literarias se convirtieran en best sellers de la noche a la mañana.
Y en eso que el productor Cy Feuer (Cabaret, A Chorus Line) y su colaborador Ernie Martin andaban buscando material para un nuevo proyecto para el que querían fichar al compositor Frank Loesser (Guys and Dolls). Al no estar disponible decidieron ofrecerle el material a los más que reputados Rodgers y Hammerstein, a sabiendas de que dirían que no. Era fácil pensar que el equipo más célebre del Broadway de los años 50 apuntara a propuestas más grandes que ésta.
Pero para su sorpresa, y no sin reticencias -el hecho de que la protagonista fuera una prostituta, entre otras- acabaron aceptando el encargo y se pusieron manos a la obra en 1955. Componer las melodías de esta agridulce historia no fue un problema para Richard Rodgers, acostumbrado a poner música a historias y personajes grandes y pequeños, sin embargo Oscar Hammerstein, encargado de montar el libreto y las letras, no dejaba de sentirse incómodo con los matices oscuros de la fuente original. Hasta el momento sus heroínas fueron tan íntegras y castas como la Laurie de Oklahoma!, la Julie de Carousel, la Nellie de South Pacific o la Anna de The King and I. Damas que representaban la virtud y la voluntad abanderada por la cultura de masas norteamericana. Mujeres con agallas pero con principios, hermosas y fuertes al mismo tiempo. Y de repente aparece esta Suzy desmontando la imagen a la que todos estaban habituados, una chica frágil y pusilánime, perdida de la manos de dios, aunque finalmente redimida por la gracia de éste mismo.
No sabemos si precisamente por querer dulcificar los detalles escabrosos del relato, por tratar de descafeinar un argumento en el que abundaban las chicas fáciles y los proxenetas o por no querer llamar a las cosas por su nombre, pero lo cierto es que la adaptación nunca llegó a cuajar del todo. Y desde luego ni la crítica ni la audiencia, antes entregados ciegamente a sus autores, llegaron a arropar este producto con su bendición.
La séptima colaboración del más exitoso equipo de la historia de Broadway fue un absoluto fracaso. El primero de su trayectoria juntos (ni Allegro ni Me and Juliet fueron tan maltratados) y algo que pasaría factura a su relación personal y profesional. A pesar de que aún estaba por llegar uno de sus mayores hits, The Sound of Music, ya nunca volvieron a gozar de su antigua complicidad.
Aún considerando que el público deseaba ver cualquier función firmada por el famoso tándem, las frías y hasta hirientes críticas lo fueron alejando de la taquilla, sin poder llegar a permanecer ni un año en cartel, hecho insólito en su carrera juntos. Comentarios como que Rodgers y Hammerstein eran demasiado pulcros, demasiado caballeros para lidiar con asuntos de burdeles y prostitutas, o que las melodías y las letras sonaban en una clave distinta a la del material original, mucho más mundano y vulgar... llenaban las páginas de espectáculos del Variety o el New York Times. El empresario Billy Rose, abundando en el carácter "light" del resultado final, afirmó que Oscar Hammerstein no podía escribir sobre una casa de putas sencillamente ¡porque nunca había estado en ninguna!
Así es Broadway, no hay oropeles suficientes para erigir el pedestal del éxito ni agujero más hondo para enterrar la reputación del más pintado.
Afortunadamente existe una productora que se encarga de rescatar obras olvidadas o nunca repuestas como ésta, los famosos Encores! del New York City Center. Cada año graban magníficas producciones en concierto como este Pipe Dream que se estrenó en 2012 con un cast de lujo que incluía a Will Chase (Smash) como Doc, Laura Osnes (Cinderella) como Suzy, Leslie Uggams (Hallelujah Baby) y Tom Wopat (Annie get your gun) en el papel de Mac.
Y yo estoy enamorado de esta versión, tengo que confesarlo. La música -es cierto, tal vez más dulce de lo que cabría esperar- y las letras son de una ternura y un romanticismo que conmueven, al menos al que escribe. Y es que se trata de la marca R&H, ¡qué demonios! Y el peor producto salido de sus mentes resulta indiscutiblemente superior a muchos de los que hoy ocupan teatros en Londres o Nueva York durante años.
Hoy estamos del lado de los perdedores, los que malvivían en la aldea de pescadores de Cannery Row y los padres por excelencia del musical americano en sus horas más bajas. Todos soñaron con la fama y la gloria, y muchos la llegaron a tocar por un instante al menos, seguro. ¿No es eso lo que significa Pipe Dream? Algo así como sueño imposible, una quimera inalcanzable, un perro que ladra a la luna o un niño que quiere volar. Y los sueños, ya se sabe, grandes o pequeños, sueños son.