Wilkommen, bienvenue, welcome!!

jueves, 23 de febrero de 2012

Another opening, another show! (una historia de Broadway, 5)




Los cuerdos años 30 (Stormy weather)

Un tiempo de tormenta para América y el mundo. La desesperación vagaba por las calles de la gran ciudad mientras sonaban las melodías del Tin Pan Alley, la fábrica de canciones que nunca paraba. Algunos de los mejores temas de la música popular estaban naciendo entre los finos tabiques de aquellas oficinas subarrendadas. A un par de dólares el pelotazo.
Si algo bueno trajo la Gran Depresión a Broadway fue la diversificación de los argumentos de sus obras. Antes de 1929 triunfaban shows del tipo "Good News" de DeSylva, Brown y Henderson (un equipo que era sinónimo de éxito). Canciones pegadizas y números divertidos sin más pretensiones. Eran los locos años veinte, justo antes de la pérdida de la inocencia... A partir de ahora, junto a estos espectáculos frívolos e intrascendentes se iban a producir obras que intentaban acercarse a la realidad. Pero no demasiado...esto es Broadway!
En aquellos días ya se conocía al distrito de los teatros como "The big apple". Aunque hoy se llame así a la ciudad de Nueva York, originalmente era el apodo de las manzanas que rodeaban Times Square. The "hardened artery" (la arteria más dura) o The grandest Canyon... eran otras formas de referirse al que ya se había consolidado como el corazón y las entrañas del show business.
A lo largo de la década de 1930 nacía un género que iba a ser fundamental en la historia del teatro musical. Buenas canciones, números y coreografías fascinantes y -lo más importante- argumentos que tenían algo que contar. Aún en clave cómica o satírica, las historias irían más allá del famoso chico conoce chica, chico pierde chica etc. La crítica soterrada, la burla hacia el sistema o hacia los políticos (a veces ligeramente "contaminada" de ideologías subversivas) pero eso sí, aderezados con un poco de romance. George e Ira Gershwin fueron auténticos maestros de esta fórmula. Strike up the band o la cáustica Of thee I sing (primer musical de la historia en ganar un premio Pulitzer) fueron dos de sus títulos más populares, ambos ironizando sobre el sistema capitalista -incluso sobre el mismísimo presidente de los Estados Unidos- pero salpicados de canciones tan inmensas como The man I love. ¿Quién podría pedir más?
Los Gershwin estrenaron en el otoño de 1930 un musical que batió records de popularidad. Girl Crazy. La historia se ambientaba en un pueblo del oeste al que revolucionó un empresario de Broadway. Eso mismo fue lo que sucedió con la protagonista de este show, una novata recién llegada a la ciudad que se convertiría en la estrella definitiva del musical americano, la taquígrafa que tuvo que acortar su interminable nombre (Ethel Agnes Zimmermann ) porque no entraba en los carteles. Con una voz y una energía a prueba de misiles, este huracán humano se las arregló ella solita para levantar la moral de un país alicaído. Hay un antes y un después de la aparición de Ethel Merman en escena. Las colas para verla en este show se alargaban tanto como las notas que salían de su garganta. Cuentan que George Gershwin fue a verla al camerino el día del estreno, tras el primer acto (acababa de cantar la gloriosa I got rhythm) y, a pesar de haber estado preocupado por su escasa formación como cantante, le pidió que jamás fuera a clases de canto. ¿Quién querría pulir un diamante tan puro?
Otra flor salvaje fue descubierta por aquellos días, una cantante negra que actuaba en el Cotton Club y que dejó pegado al asiento al mismísimo Irving Berlin. Ethel Waters se llamaba esta chica de Filadelfia de origen miserable, fruto de una violación que sufrió su madre cuando solo tenía trece años. Su infancia la pasó de familia en familia, de abandono en abandono, algo que aunque ella no quisiera, no podía evitar transmitir con su vocecita dulce y al mismo tiempo endurecida como una roca. Aún no era aceptada la intervención de negros en otros musicales que no fueran expresamente pensados para ellos. Los cantantes de jazz o los bailarines de los minstrel shows encajaban perfectamente en los gustos populares, pero ¿protagonistas negras en obras en las que también había blancos? Era mejor no mezclar las razas, pero a Berlin no le importó. Estrenó su revista "As Thousands Cheer" y sacó a la Waters a escena sola, apenas sin maquillaje, a cantar Supper time, un escalofriante tema que cuenta la historia de una mujer que siente que su esposo no volverá a casa. Una canción que hablaba de los linchamientos de los negros que todos sabían que existían pero nadie quería admitir. No muchos se atreverían a echar jarros de agua tan fría sobre un público deseoso de diversión y entretenimiento sin más. Pero eran los años treinta, y algo estaba cambiando en Broadway. Am I blue?, Taking a chance on love, Miss Ottis Regrets o Stormy weather... antes de Billie Holliday, y antes de la Fitgerald, y de la Vaughan, Bessie Smith o Lena Horne. Esta pobre chica de color sacudida por los rigores de una triste vida, abrió un ancho y largo camino que sería recorrido por muchas otras, iluminando con su fuerza y su talento un tiempo tormentoso.     










jueves, 9 de febrero de 2012

Play it again




The ballad of Mack the Knife (Mackie Navaja)

En este año, Angel nos ha estado llevando por los escenarios de Broadway, tanto por las obras que están ahora en cartel como por los hitos del pasado, además de irnos explicando cómo se ha creado este género tan americano. En esta entrada os propongo indagar en la raíz europea del teatro musical.

Vamos a cruzar el Atlántico para viajar al Berlín de los años 20. La ciudad había dejado de ser la capital de la Prusia del Kaiser para acoger a los comunistas, socialdemócratas, nazis, expresionistas, dadaístas, bauhaus  y románticos rezagados. En esta salsa, el músico Kurt Weill conoce en 1927 al escritor Bertolt Brecht. Weill es un compositor de sólida formación clásica, hijo de un cantor de sinagoga; Brecht es un escritor y director de teatro, poeta y activista de izquierdas. Weill había escrito que “la música ha dejado de ser un asunto de unos pocos”, y pretendía romper para siempre la línea divisoria entre la música clásica y la sociedad moderna. De su unión con Brecth, y con la cantante Lotte Lenya, que sería su esposa, nació una obra, Die Dreigroschenoper, la Ópera de los Cuatro Cuartos. Estrenada en 1928, es una revisión de las “murder ballads” inglesas, los recitados de crímenes. En esta se narra la historia de un experto criminal de elegante estilo, Maceath  “El Cuchillo”, pero haciendo también una aguda crítica a la corrupción burguesa y a la hipocresía de la sociedad.
Die Dreigroschenoper, al igual que el Show Boat de Jerome Kern  estrenada el año anterior, el Porgy and Bess de Gershwin, o más tarde el West Side Story de Bernstein, se sitúa en la linde entre los géneros clásico y popular, combinando números de éxito con partituras musicalmente elaboradas y temas socialmente comprometidos. El número más conocido de esta obra,  la balada de Mackie “el Cuchillo” se convirtió en una de las canciones más famosas de la Alemania de Weimar.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Kurt Weill, Lotte Lenya y Mackie tuvieron una nueva vida en los Estados Unidos. Los Weill habían salido de Alemania en 1935 y en 1943 obtuvieron la nacionalidad norteamericana. Kurt Weill compuso partituras para el cine, pero se dedicó principalmente al musical, con éxitos como Knickerbocker Holidaty (September Song) Lady in the Dark o One Touch of Venus. Tras la muerte de su marido en 1950, Lotte Lenya se dedicó a mantener su legado en grabaciones discográficas y apariciones televisivas,  pero también a continuar su propia carrera como cantante, animada por Leonard Bernstein. En 1954 ganó un Tony por su actuación en la versión de Broadway de La Opera de los Cuatro Cuartos, y en 1966 engrandeció con su presencia el musical Cabaret, interpretando el papel de Fraulein Schneider que, a pesar de tener canciones maravillosas, no apareció en la versión cinematográfica. Debió ser emocionante que la misma cantante que estrenara la obra en el Berlín de los años 20 apareciera cuarenta años más tarde en el musical que homenajeaba a esa música y a esa época.
A Mackie le volvió a dar vida el grandioso Louis Armstrong en 1956, rebautizándolo como Mack The Knife. Traducida al inglés, tamizada por el jazz, incluyendo a la propia Lotte Lenya entre las víctimas del asesino, y conservando esa melodía que se pega al oído y al paladar, la canción se convirtió en un estándar del pop americano. Ella Fitzgerald la cantó en el mismo Berlín en 1958, y Frank Sinatra hizo de ella una especie de himno de su Rat Pack, pero quien la llevó al número uno y se la apropió para siempre fue Bobby Darin, cuyo biopic filmó y protagonizó Kevin Spacey en el año 2004.  Y en el primer post de este mismo enero hemos oído a Hugh Jackman cantarla en su espectáculo de Broadway.
La azarosa travesía del elegante asesino con el cuchillo escondido no acaba aquí. En 1978 Rubén Blades la versiona en ritmo de salsa y nos presenta así a Pedro Navajas, matón de esquina. Sorpresas te da la vida.

La Ópera de los Cuatro Cuartos se sigue representando en teatros de todo el mundo y una canción creada en la efervescencia del Berlín de los años 20, cantada por los mejores crooners de los cincuenta y pasada por el Caribe, que sigue tan fresca como la primera vez que la oímos. El propio Kurt Weill había declarado en una entrevista de 1940: <<No he reconocido nunca la diferencia entre música “seria” y música “ligera”. No hay más que música buena y música mala>>. Pues eso.

Isabel J. Heras