Barnum (Come follow the band!)
"El mayor espectáculo del mundo" (The greatest show on earth, Cecil B. DeMille, 1952) es una de las primeras películas que recuerdo haber visto en mi vida. No puedo acordarme de mucho -tendría 6 o 7 años- pero creo que la vi en un viejo cine de mi pueblo, en pantalla gigante, en "technicolor". Los colores, eso es lo que me viene a la memoria. Y la mano de mi padre agarrándome con fuerza al salir de aquel cine. Con tales precedentes no debe ser muy fácil mantener el nivel de felicidad el resto de tu vida... Pero ahí andamos.
Aún era demasiado joven para saber nada sobre el empresario que montó ese enorme circo en la vida real, el loco que entregó su vida entera a hacer soñar al mundo.
Phineas Taylor Barnum (1810-1891) tenía fama de embaucador y mujeriego, y seguro que se la ganó a pulso, pero también llegó a ser un afamado hombre de negocios, escritor, filántropo, editor, político ocasional y claro, showman. Además de todo esto, Barnum fue el inventor del circo como hoy lo entendemos.
There is a sucker born ev´ry minute... dice la canción con la que empieza el musical al que hoy rindo mi ovación. A cada momento nace un tonto -pocas veces se ha dicho una verdad tan grande encima de un escenario-, y con tal premisa no sería tan difícil montar un espectáculo a base de "humbugs" (tonterías, patrañas, disparates) que atrajeran a las legiones se suckers de la América de entonces.
Barnum hizo todo un arte del razzle-dazzle, de cómo deslumbrar al espectador y metérselo en el bolsillo sin mucho esfuerzo. La mujer más vieja del mundo (niñera de Abraham Lincoln, por cierto), el elefante gigante Yumbo, el hombre más pequeño del planeta... el arte de vender humo, pero eso sí, a todo color.
Su esposa lo quería trabajando como oficinista, pero él se negó a pasar por la vida vestido de gris, sin pena, sin gloria y sin aplausos. El mundo es de los valientes, y de los estafadores, que es lo que muchos le consideraban. "El mayor estafador del mundo".
Varios productores flirtearon con la idea de llevar la vida de este pionero al teatro. Pero finalmente fueron el libretista Mark Brumble, el letrista Michael Stewart, el director Joe Layton, y el más importante -al menos para el que escribe-, el compositor Cy Coleman los que lograron levantar el telón del St. James Theatre de Broadway en abril de 1980.
Desde sus problemas económicos hasta sus peleas con su adorada -y abnegada- esposa Chairy, desde la construcción del Museo del Circo hasta el invento del circo ambulante en ferrocarril, desde su ocasional entrada en política batallando por los derechos de los negros hasta su affaire con la soprano Jenny Lind, desde la repentina muerte de Chairy hasta su fusión con el circo de Bailey... todo está en el show. Pero contado y cantado a través de números musicales encadenados a ritmo de espectáculo circense. Acróbatas, payasos y funambulistas son a la vez actores, cantantes y bailarines que narran con agilidad y energía las aventuras y desventuras de este loco maravilloso. Y encabezando el cartel un prodigioso Jim Dale junto a Glenn Close en uno de sus primeros papeles en Broadway, como P.T. Barnum y señora. ¿Alguien da más?
Al año siguiente Michael Crawford y Deborah Grant lo estrenaron en Londres superando el éxito de Nueva York, y extrañamente no habían vuelto a reponerlo hasta que este verano ha sido la máxima atracción del Festival de Chichester, un pueblecito adorable al sur de Inglaterra. Christopher Fitzgerald (Young Frankenstein, Finian´s Rainbow) y Tamsin Carrol (Ragtime) han protagonizado esta espléndida producción del Mr. Producer por excelencia Sir Cameron Mackintosh para deleite de todos los que hemos tenido la dicha de estar bajo la carpa del magnífico Theatre in the park que han montado en la ciudad. Un auténtico lujo, independientemente de lo que las críticas hayan dicho de este show impresionante y colorista. A las pruebas me remito.
Barnum es un musical con corazón, con nervio. Una historia de amor y desamor, de arrepentimiento y perdón, de sueños y decepciones, mágico y real como la vida misma, dulce y amargo a partes iguales. Las canciones del maestro Coleman (Sweet Charity, City of Angels, The Will Rogers Follies, The Life) te llevan desde la euforia del salto mortal hasta la melancolía del payaso acabado en una espiral de melodías inolvidables y exultantes. Y qué bien han envejecido, y qué bien cuentan lo que tienen que contar.
En la carpa de ese pueblecito de Inglaterra aplaudimos y gritamos, lo confieso, y nos levantamos del asiento para agradecer a la compañía las dos horas y media que nos habían regalado. Y salimos con una sonrisa de oreja a oreja, la misma que llevarían en sus caras todos los suckers embaucados por los humbugs del gran maestro del engaño. ¿Acaso no es eso el mundo del espectáculo?