Susan Stroman (Everybody dance!)
Aquella noche de agosto de hace más de veinte años, sentado en mi butaca del Shubert Theatre por primera vez (luego vendrían mucha otras), cuando al final del primer acto la compañía al completo bailaba ese vertiginoso, apoteósico I got rhythm, supe que aquello era lo mío. Que por mucho que hiciera o viera en la vida, pocas cosas me harían vibrar tanto como ese montón de bailarines golpeando las tablas al ritmo desenfrenado del Gershwin más exultante.
Aún no tenía ni idea de quién era Susan Stroman cuando compré aquellas entradas para ver Crazy for you, el musical que la instaló definitivamente entre la reducida élite de los grandes coreógrafos de Broadway.
Jack Cole, Agnes De Mille, Oona White, Jerome Robbins, Bob Fosse... y ve parando de contar. Maestros, visionarios, artistas de la narración en movimiento, pintores de siluetas bajo la luz de los focos.
Para llegar a estrenar su primera gran producción en los circuitos oficiales, esta chica de Delaware que quiso ser bailarina desde que empezó a caminar, tuvo que superar varias pruebas. A pesar de una exhaustiva formación académica, de unos padres que la apoyaron desde el principio y de trabajar duro en cada función universitaria en que participara (primero como bailarina, luego como asistente de las coreografías), no fueron pocas las puertas que se cerraron ante sus narices hasta que decidió marcharse a la gran ciudad. Como en todas las biografías de los artistas del musical siempre hay un momento en el que, con la mochila cargada con lo imprescindible, se montan en un tren hacia Nueva York dispuestos a reclamar su cachito de gloria. Y el momento de Stroman fue en 1976, poco antes de lograr un contrato con la Goodspeed Opera House con quienes participó en un revival del musical Hit the deck. Dos años después ya era oficial su debut en Broadway con la divertida obra Whoopee!
Desde el comienzo se estaba decantando por revisiones de viejas piezas clásicas medio olvidadas, lo que iba a crear una constante en su carrera como coreógrafa experta en desempolvar el "swing" del viejo Broadway o del Hollywood de los años dorados con un punto actual, cómico y algo canalla.
Musical chairs, una modesta revue de Tom Savage, le brindó la oportunidad de situarse tras los focos por primera vez como asistente del coreógrafo en 1980. A pesar de que la función fue un desastre (solo aguantó en cartel un par de semanas), a la Stroman se le abrió el camino por el que seguir caminando el resto de su carrera. Como directora y encargada de las coreografías inició a partir de ese momento una trayectoria inigualable en su entorno. Flora, the red menace (reposición del show con el que debutó Liza Minnelli), A little night music (New York City Opera), And the world goes ´round (el magnífico collage sobre la obra de Kander & Ebb), 110 in the shade o la dirección de uno de los mejores shows de la Minnelli, (Stepping Out at Radio City) fueron algunos de sus primeros trabajos a la cabeza de la producción.
En 1992 recibió el primero de una larga lista de Tonys por montar la coreografía de uno de los mejores homenajes que Gershwin ha recbido en Broadway, el musical Crazy for you. Y con esa magnífica credencial vinieron muchos más proyectos, hasta poder decir que no ha parado de trabajar ni un solo día desde ese momento (Show Boat, A Christmas Carol, Picnic, Big...). Como hitos indiscutibles de su carrera señalar Steel Pier, uno de los últimos musicales de sus autores fetiche Kander y Ebb, y Contact (1999), tal vez su montaje más personal (una obra con tres historias independientes basadas únicamente en las coreografías) por el que volvió a subir al escenario para recoger otro Tony.
Fueron tiempos agridulces para nuestra directora, ya que el cenit de su triunfo coincidió con la muerte de su esposo, el director teatral Mike Ockrent, precisamente el que la animó a montar Contact. pero como dice la canción de Jerry Herman (Taps your troubles away), no encontró mejor forma de superar el duro golpe que la de seguir creando, bailando y haciendo bailar. Como lo hacían los actores de la fastuosa reposición de The music man (2000), una soberbia producción que tuve la suerte de disfrutar en persona, y que te hacía salir del teatro sin parar de dar saltos a ritmo de 76 trombones nada menos.
Y al año siguiente le llegó el mayor éxito de su carrera, colaborar con Mel Brooks en un megalómano proyecto, la versión musical del filme de 1968 The Producers. Aunque en un principio iba a ser dirigida por Ockrent, al morir éste su viuda se hizo cargo de la dirección además de los números de baile. Contra todo pronóstico -muchos pensaban que Brooks y Stroman se caerían con todo el costosísimo equipo- éste fue el mayor éxito de su carrera y uno de los musicales más rentables de la historia batiendo varios records, entre ellos el de mayor número de Tonys ganados por un solo show, un total de 12.
El triunfo de la segunda mujer que ha ganado un Tony como directora de un musical (la primera fue Julie Taymor por The Lion King), le animó a dirigir la versión cinematográfica en 2005. Y aunque no llegara a gozar de una aceptación ni remotamente parecida a la del show, su debut en un medio ajeno para ella como el cine resultó más que digno.
Pero lo suyo es el teatro, al que volvió de inmediato para poner en marcha proyectos tan diversos como Thou shalt not (el primer musical escrito por Harry Connick Jr. sobre Thérèse Raquin de Zola), The Frogs (un pequeño Sondheim basado en textos de Aristófanes) así como su regreso al universo de Mel Brooks con la adaptación de otra de sus películas más populares, Young Frankenstein, aunque con bastante menos éxito que el de su anterior colaboración.
En los últimos años ha estado involucrada en montajes tan interesantes como injustamente tratados. La obra póstuma de Fred Ebb sobre la falsa acusación de nueve afroamericanos, The Scottboro boys, una genial creación que no tuvo mucha repercusión en su estreno en Broadway pero que ahora triunfa en Londres, con unas coreografías tan expresivas como potentes. O las adaptaciones teatrales de la películas de Tim Burton Big Fish y de Woody Allen Bullets over Broadway, todas al mando de la dirección y las coreografías. Con esta última ha contribuido a convertir en musical por primera vez una comedia del famoso director, y aunque ha supuesto un notable descalabro económico -tuvo que cerrar a los cuatro meses de su estreno- tanto una buena parte de los críticos como muchos de los que tuvieron la suerte de verlo, lo han calificado de obra maestra.
Sin embargo otros tacharon esta obra de fácil, zafia o vulgar, tal vez sin comprender que tanto el libreto como las músicas o los bailes trataban de reflejar el ambiente canalla de los gangsters y las coristas de aquella época. Y para eso Susan es perfecta, capaz de recrear sin copiar los clásicos desde Berkeley hasta Astaire dándoles actualidad y adaptándolos a nuevas ideas o ritmos sin complejo alguno, celebrando la excelente tradición americana sin temor a repetirse.
Un grupo de niños ensayando con un falso profesor de música, una pandilla de gangsters taconeando al ritmo de sus metralletas, un montón de coristas con imposibles tocados nazis, nueve negros en la cárcel contando sus penurias con el vertiginoso movimiento de sus cuerpos, un coro de chicas de Ziegfeld de piernas imposibles cantando I got rhythm. Todos bailando al mismo tempo en una apoteosis final que solo Broadway puede inventar. Es lo que me viene a la mente cuando pienso en Susan Stroman, la culpable de que aquella noche de agosto saliera de aquel teatro sin poder parar de bailar. Who could ask for anything more?