La visita que no tocó el timbre
No se confundan, no se trata de la comedia de Joaquín Calvo Sotelo en la que un bebé era abandonado en la puerta de un par de solterones. No, aquí no solemos rescatar viejas piezas teatrales para convertirlas en musicales. Eso sólo pasa en América, en la del norte, donde habita una rara especie que se dedica a olisquear entre las páginas de libros viejos, o nuevos, de obras conocidas o insólitas, para hallar la fuente sagrada, la gota del elixir mágico que inspire la creación de un nuevo musical.
¿Quién iba a imaginar hace sesenta años que La visita de la anciana dama del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt podría llegar a convertirse en un show de Broadway?
Aunque al final haya sido un rotundo fracaso. Pero esa es otra historia.
¿No recuerdas haberla visto en aquellos famosos Estudio 1 de hace... cuarenta años? Bueno, tal vez seas demasiado joven para recordarlo, yo no. Y aún me acuerdo -muy lejanamente, por cierto- de la imagen de una Irene Gutiérrez Caba maquillada de vieja (aún no lo era tanto) y cubierta de joyas y sedas apoyándose en un bastón rodeada de lacayos. Una estampa grotesca que lo era más aún por el saturado blanco y negro de la tele de entonces. No creo que acabara de ver aquel programa, porque no era para niños, claro. Y porque me daría mucho miedo, aunque ahora, mucho tiempo después, he descubierto que no se trata de un cuento de terror, sino más bien de una tragicomedia irónica, cínica hasta el límite, y terriblemente reveladora de la fragilidad de la condición humana.
La multimillonaria Clara Zachanassian decide regresar a su pueblo natal -Güllen en la obra, Brachen en el musical- que tuvo que abandonar precipitadamente cuando era una jovencita. Se fue por la puerta de atrás, pero ahora vuelve por la puerta grande y con todos los honores. La reciben sus paisanos con pancartas y alabanzas deseosos de que la vieja ricachona derrame unos cuantos millones sobre su empobrecida tierra. Porque, misteriosamente, mientras las poblaciones vecinas han prosperado en los últimos años, ellos han caído en la más absoluta de las ruinas. Y aún no sabemos por qué, pero lo sabremos pronto.
Clara promete generosas donaciones para sus conciudadanos, les asegura que los sacará del pozo de miseria en que se encuentran, pero con una condición: la muerte del hombre que la abandonó dejando su corazón roto en añicos, Alfred -Anton en el musical-, lo que caerá como una bomba entre un grupo de pobres diablos que se irá retratando uno a uno según su reacción ante las brutales condiciones de la benefactora.
¿No hay material suficiente para un show de Broadway? Yo creo que sí. Y John Kander y Fred Ebb también, bueno, en realidad los tres solemos estar de acuerdo en casi todo (jeje).
La visión de esta tremenda farsa en clave musical -The Visit, a new musical- viene de finales del siglo pasado, pero hasta el año 2001 no se programó un primer intento de estreno, y la iba a protagonizar Angela Lansbury, para la que en realidad se había pensado el personaje. Kander, Ebb, Ann Reinking en la coreografía, Philip Bosco como co-protagonista... en fin, todo un lujo de proyecto, pero gafado desde el principio. La Lansbury, que jamás pierde una función -aún sigue sobre los escenarios con noventa añitos cumplidos-, se tuvo que apear del proyecto por problemas de salud de su esposo, que poco después murió. Y sin su presencia, la arriesgada apuesta perdió toda la fuerza que su nombre le daba.
Así fue como otra de las grandes entró en escena, Chita Rivera, perfecta para el papel de Clara y encima musa absoluta de los creadores del show, con los que ya trabajó en Chicago, The Rink o Kiss of Spider Woman. Precisamente fue Chicago la ciudad donde se estrenó esta nueva versión adaptada a la nueva protagonista, que de momento tardaría años en poderse ver en Nueva York.
Signature Theatre (Virginia), Williamstown (Massachusetts) o el Ambassador Theatre en una versión en concierto fueron algunos lugares en los que se representó antes de poder estrenarse oficialmente en Broadway. John McMartin, Frank Langella, George Hearn y John Cullum fueron el sufridor Anton en estos "ensayos" previos a la elección del actor británico Roger Rees para estrenar oficialmente en el vetusto Lyceum Theatre, justo al lado de Times Square, el pasado mes de abril.
Pero ya hemos dicho que esta pieza estuvo como maldita desde el comienzo, y tal vez ese pueda ser su mayor encanto. Una vez por fin estrenada en Broadway, y con más que buena acogida por parte del público y de la crítica, Roger Rees enfermó de cáncer y tuvo que abandonar la obra siendo sustituido por Tom Nelis. Un mes después la función se canceló tras sólo dos meses desde su estreno, y poco después el protagonista moría tras haber representado el último -y más profético- papel de su vida.
The visit llegó sin hacer mucho ruido -como la muerte, sin tocar el timbre- y se fue también de puntillas, sin merecerlo, desde luego. Y es que la muerte parece rondar esta maravillosa obra, la de Fred Ebb por ejemplo, que se fue en 2004 cuando todavía quedarían más de diez años para su presentación oficial. mucho antes de que fuera nominada a cinco premios Tony (mejor musical, mejor libreto, partitura, actriz protagonista e iluminación). Aunque no se llevó ninguno, como era de esperar. Porque la maldición de la Zachanassian, esa bestia resentida cubierta de diamantes, puede alargar su sombra hasta el infinito.
Pero no quiero dar miedo a los productores. ¡Anímense! ¿Qué tal un estreno en Londres? Se me ocurren tantas que podrían bordar ese papel...