Mary Poppins (a spoonful of sugar)
Posiblemente fue mi primera consciencia de un musical. Posiblemente fue mi primera consciencia de la magia, de la fantasía, de la imaginación. Tal vez fue la primera vez en mi vida que fui absolutamente feliz.
Estaba en un cine de verano de mi pueblo, El Cine Exportadora, a finales de los sesenta. Sí, la ilusión se repartía a veinticinco pesetas el pelotazo por aquellos entonces. Con pipas y gominolas incluidas.
No recuerdo mucho, la verdad, pero podría asegurar que las estrellas de aquel cielo estival se confundían con las imágenes de la señora con sombrero y paraguas sobrevolando Londres o los deshollinadores saltando como locos entre tejados y chimeneas. Y al día siguiente nos llevarían a bañarnos a la piscina. Supercalifragilisticoespialidoso!!
La vida pasa, los niños crecen, dejan de creer en niñeras voladoras y pingüinos bailarines. Aquel cine de verano cerró para siempre, y sobre los escombros del viejo ambigú y la blanca pantalla -que alojaba nuestros sueños y alguna que otra lagartija despistada- se construyó una urbanización que, dicho sea de paso, no se parecía en nada a Cherry Tree Lane.
En el año 2004 en Londres -no podría ser en otro lugar- se estrenó un nuevo musical basado en una antigua película de Walt Disney que a la vez adaptaba un cuento infantil de la escritora y periodista australiana Pamela Lyndon Travers (P.L.Travers, seudónimo que ocultaba su género femenino, cosas de la época). El reto era cosa seria, llevar al teatro una de las cintas más populares de todos los tiempos -la que consagró a estrellas como Julie Andrews o Dick Van Dyke- y parte esencial de la memoria afectiva de aquella generación y de muchas otras. Pero para la factoría Disney, que ya había convertido en shows Beauty and the Beast o The Lion King con atronador éxito por cierto, no hay nada imposible.
La famosas canciones de los hermanos Sherman (Robert B. y Richard M., autores de bandas inolvidables como Chitty Chitty Bang Bang, La Bruja Novata o El Libro de la Selva) no podían faltar en la traslación, pero, como en cualquier adaptación, resultarían insuficientes, por lo que fueron revisadas y ampliadas por George Stiles y Anthony Drewe, que crearon algunos de los mejores números de este nuevo montaje. Temas como Practically Perfect o Anything Can Happen empastan a la perfección con los ya existentes además de recrear con exactitud el espíritu del original.
Estando Mr. Cameron Mackintosh (Oliver!, Les Miserables, The Phantom of the Opera...) al mando de la producción, la grandiosidad estaba más que asegurada. Los increíbles decorados, el vestuario, los efectos especiales y la iluminación consiguen recrear una fantasía que solo el cine puede alcanzar. Y las acrobáticas coreografías de Matthew Bourne -que incluyen actores bailando claqué boca abajo desde lo más alto del escenario- logran ponernos los vellos de punta. Y no nos olvidemos de los actores, que aunque a veces parezcan ocultarse tras toda la parafernalia técnica, hacen un trabajo excepcional. Los iba a contratar la Disney de no ser así... Laura Michelle Kelly es Mary, y claro, quitarte a la original de la cabeza es imposible, pero la chica llega a entusiasmarnos con su gracia y su extrema perfección técnica. De veras ella es "practically perfect". Y Gavin Lee, en el personaje de Bert el deshollinador es... de otro mundo. Los aplausos más estruendosos son para él, y se lo merece, porque consigue hacer en el escenario cosas que jamás ningún actor o bailarín llegaron a hacer. Y hacernos olvidar a Van Dyke no es algo precisamente fácil...
La obra se exportó a Broadway dos años después, avalada por el éxito en Londres y por una montaña de premios y de buenas críticas. Y aún sigue allí, en el New Amsterdan Theatre, uno de los más viejos teatros de la ciudad restaurado especialmente para albergar el evento, con una soberbia decoración modernista que ayuda a que entremos en la magia del espectáculo incluso antes de que comience.
En resumen, que solo por hacer realidad los sueños de tantos espectadores -grandes y pequeños-, por lograr que se te olviden los cien pavos que te has gastado en la entrada en cuanto se alza el telón, por hacer que se humedezcan los ojos de los más duros y se ericen los pelos de los más insensibles, y por conseguir que regrese ese niño que se marchó lejos de aquel viejo cine de verano... por todo eso esta semana le damos nuestra Standing Ovation a un musical prácticamente perfecto, Mary Poppins.
Y claro, por poner una cucharada rebosante de azúcar en nuestra a veces insípida existencia.