I AM WHAT I AM!
Así, en mayúsculas. Tal vez sea la mayor declaración de principios que haya salido nunca de un escenario de Broadway. Soy lo que soy, te guste o no. Eso es lo que hay.
Se necesita valor para plantar cara a la muchas veces pacata y conservadora sociedad norteamericana, y montar un show -concebido además para toda la familia- basado en el amor explícito e incondicional de dos hombres frente al mundo. Sí, pero hubo que esperar hasta principios de los 80, a pesar de que antes ya se hubieran estrenado piezas de diverso calibre que tocaran con más o menos discreción este delicado tema.
La Cage aux Folles (Vicios pequeños, La jaula de las locas, Una jaula de grillos... como se ha llamado en sus distintos formatos) es, por el contrario, uno de los musicales más tradicionales creados en la últimas décadas. No ya solo en su estructura o en sus temas, sino por el propio mensaje que encierra. El amor por la familia (sea cual sea su origen, eso sí), la aceptación del diferente, la comprensión y el apoyo mutuo ante la adversidad, y la fidelidad al más viejo estilo.
No puedo ni imaginar el torrente de ideas -y de melodías- que fluirían por la mente de Jerry Herman en cuanto cayó en sus manos el chispeante libreto de Harvey Fierstein (Torch Song Trilogy, Hairspray...). Desde luego no había en todo Broadway autores más idóneos para dar forma a este material, que ya venía avalado por un enorme éxito en Europa cuando solo era una obra de teatro o una película cómica (con unos formidables Ugo Tognazzi y Michel Serrault), aunque nunca resultó especialmente difícil encontrar libretistas y compositores abiertamente gays en el ambiente del musical. Pero -por fortuna- la condición sexual no es lo único que define a este par de genios del show business que no vamos a descubrir a estas alturas. Con semejante tándem, la fórmula del éxito estaba más que garantizada.
Estamos en Saint Tropez, años setenta, una pareja de edad incierta regenta desde años el cabaret más glamuroso de la Costa Azul, Georges es el maestro de ceremonias y Albin la estrella. Una vieja gloria -en realidad ni tan vieja ni tan gloria- en el ocaso de su carrera, una estrella que se siente abandonada, olvidada, ignorada... hasta que cada noche se pone "un poco más de rimmel" -uno de los temas más acertados del repertorio- y recupera de un brochazo toda su perdida autoestima. Cuando el hijo del primero anuncia por sorpresa su intención de casarse, para más detalle con la hija de un político ultraconservador al que muy pronto tendrá que presentar a "sus padres"... el enredo, el equívoco y un puñado de gags de caerse de espaldas ya están servidos. Y si todo esto lo aliñamos con unas canciones y unas coreografías inolvidables -las acrobáticas Cagelles, las chicas/os del coro ponen al teatro de pie desde que aparecen en escena- no nos extraña que este producto tuviera un arrollador éxito desde su estreno. A pesar de que las críticas fueran algo ambiguas al principio -tachando a Herman de facilón y excesivamente comercial, condenado a soportar absurdas comparaciones con autores "más cultos" como Sondheim-, a pesar de la corriente de homofobia que renacía en el país coincidiendo con la irrupción de la epidemia del sida, a pesar de que jamás en Broadway las chicas del coro tuvieron "tanto que ocultar" entre las piernas, a pesar de todos los miedos y de todos los prejuicios... La Cage aux Folles no solo fue un éxito de público, sino que se llevó seis premios Tony en 1984, entre los que figuran el de mejor musical del año y mejor actor para un genio que se atrevió con el papel más arriesgado de su larguísima carrera, George Hearn.
Y el éxito continúa. En cada una de las reposiciones producidas desde entonces se ha podido comprobar como, a pesar de lo en cierto modo añejo de su tema, el show sigue en perfecta forma, entusiasmando y divirtiendo igual que hace casi treinta años. Lo puedes comprobar en el Longacre Theatre de la Calle 48. ¿Te animas?
Por todo ello, por la valentía de su propuesta (y su lucha ante las dificultades en su estreno), por la gracia de sus diálogos, por el descaro de sus personajes, por sus inolvidables canciones y sus letras (There´s one life and it´s no return and no deposit / One life and it´s time to open up your closet!), por sus electrizantes coreografías... y qué demonios, para celebrar el orgullo de ser diferentes e irresistibles a la vez -le guste a quien le guste- esta Standing Ovation se la dedicamos a una obra capaz de hacernos reir, llorar, saltar en la butaca y en definitiva vivir "el mejor de los tiempos".