Oliver! (where is love?)
Una de las cosas buenas que siempre ha tenido la navidad -al menos para quien escribe- las ha proporcionado la literatura y el cine. Tal vez la mezcla del turrón, los polvorones, el anís y el almíbar de los cuentos, películas y villancicos hayan llegado a empacharnos muchas veces. Pero renegar de ellos es un poco como renegar de nosotros mismos, de nuestro pasado y de una tradición que puede resultar impuesta, pero que está intensamente ligada a los recuerdos y a los seres más queridos. Al fin y al cabo, ¿no estamos siempre buscando donde está -o donde estaba- el amor?
Igual que en la cuaresma no fallaban Los Diez Mandamientos, antes de las vacaciones de invierno nadie nos libraba de tragarnos Oliver! en el colegio. Y gracias a eso tuve la suerte de ver muchas veces esta película en pantalla grande, como hay que verla. Si alguien me hubiera dicho entonces que llegaría a ver la obra original en la que está basada, en la misma ciudad en la que se desarrolla y en el mismo barrio en el que sucede la mayor parte de la acción... de verdad no le hubiera creído.
Si My Fair Lady es una prolongación de Covent Garden, Oliver! es como un trozo de la City. Sí, Londres no es un lugar, es el mundo que inventaron los autores de Peter Pan o Mary Poppins para embaucarnos a todos los que tenemos flojo el músculo de la fantasía.
Londres, 1838, primera edición de Oliver Twist, segunda novela de Charles John Huffman Dickens subtitulada The Parish Boy´s Progress, emulando las series ilustradas del pintor Hogarth (A Rake´s Progress) en las que se reflejaba una Inglaterra en el umbral del mundo contemporáneo pero con toda la rémora de un oscuro pasado. La Revolución Industrial estaba cambiando la fisonomía de una ciudad única, llenando sus calles de sucios obreros, tenderos, lavanderas, libreros, prostitutas, ratas y rateros. Y ollín, mucho ollín, el de las miles de chimeneas que daban un poco de calor para combatir el frío de la pobreza y la injusticia.
¿Una novela picaresca? tal vez lejos de su contexto, pero nos cuenta algo muy similar. Un niño que vaga por un mundo hostil buscando algo que comer y alguien que le quiera. Un pobre chaval que se atreve a pedir a la vida un poco más. Please sir, I want some more.
Los pícaros le esperan en la gran ciudad. Artful Dodger, el colega. Fagin, el protector. Nancy, el amor, Y Bill Sakes, el asesino. En esta insólita aventura lo único que, desgraciadamente, no nos podemos creer es el final. En aquellos tiempos el que nacía pobre, moría pobre. Y el que había sido abandonado, difícilmente sería reencontrado y menos por el propietario de un soleado balcón frente a Regent´s Park.
La popularidad de este libro aumentó sobremanera cuando en el año 1960 se estrenó un musical basado en la novela. Antes ya había sido llevada al cine por David Lean (1948) en una espléndida película en blanco y negro. Pero la llegada a los escenarios redescubrió definitivamente este clásico de la literatura.
Lionel Bart compuso la música y las letras de la que es posiblemente una de las mejores partituras de un musical. Este autor londinense que había escrito temas para cantantes de moda (Cliff Richard o Tommy Steele) y para algunas películas (From Russia with Love), jamás llegó a conocer un éxito en su carrera como el de Oliver! De hecho, sus otros musicales son títulos que, a pesar de ser de gran calidad, fueron completamente olvidados (Blitz, Maggie May o La Strada, sobre la película de Fellini). Debe ser duro lograr un triunfo de tal dimensión a los treinta años y no poder igualarlo nunca más.
La película que todos conocemos no solo mantuvo sino que superó con creces la aceptación del musical. En 1968 Carol Reed dirigió una de las más espectaculares versiones teatrales de la historia del cine. Los decorados, la puesta en escena, la fotografía, coreografía y, naturalmente, el acertadísimo reparto, hicieron de esta cinta el clásico que hoy es. Resulta difícil imaginar otro Fagin que no sea Ron Moody (que ya hizo el personaje en el musical) o un villano Bill Sakes distinto a Oliver Reed. Pero desde luego cuesta pensar en un Oliver sin el inocente y angelical rostro de Mark Lester. Al igual que la del autor de la música, la carrera del protagonista tampoco remontó después de este hito. Ambos fueron condenados a vivir de Oliver para siempre.
Desde pequeño, Cameron Mackintosh quedó atrapado por la historia (y la música) que envolvía a este personaje. Y no paró hasta producir el montaje más extravagante y más espectacular de cuantos se han hecho. En 2009 se reestrenó el que para muchos es el Oliver definitivo, una cuidada versión para la que se eligió un teatro que no podía ser más apropiado. El Theatre Royal, Drury Lane, un viejo y aparatoso edificio de ladrillo visto en el mismo corazón de Covent Garden. Uno no sabía si tenía que agarrar su cartera al salir de allí, o si acabaría en una persecución nocturna entre las nieblas del London Bridge. Por momentos así merece la pena pagar una entrada en libras esterlinas. Pero en realidad no hace falta gastar tanto dinero para dejarse llevar por este maravilloso cuento dickensiano.
Es diciembre, 1972. Estamos en el cine de los Salesianos, o en la salita de casa con toda la familia reunida alrededor de una bandeja de pestiños (y oliendo mucho a la alhucema del brasero de cisco), comienza la película que una vez más nos llevará a un Londres donde de nuevo nos perderemos vagando por sus oscuras y frías calles. Pero no tenemos miedo porque ya sabemos que al final los buenos volverán a ganar, la avaricia y la crueldad tendrán su justo merecido, y el amor -que ya averiguamos donde estaba- triunfará una vez más.
Pónganse cómodos, dejen volar la imaginación y...consider yourself at home!