El crepúsculo de las diosas
I am big! It´s the pictures that got small...
No te sé decir porqué, pero siempre me ha resultado mucho más interesante la decadencia de los artistas que su auge. La belleza que hay en la humillación del abandono, la poesía latente en la amargura de la soledad y el olvido. El patetismo de quienes se niegan a aceptar la derrota del inefable paso del tiempo...
Hollywood, la fábrica de sueños que es en realidad un gigantesco almacén de juguetes rotos, de ídolos caídos, de dioses caducos, de monstruos descatalogados, se ha retratado innumerables veces en sus esplendores, y solo algunas -las mejores tal vez- en el oscuro pozo de sus miserias.
Desde que era un estudiante, a Samuel Wilder ya le atraía el cine americano. Pero no solo lo que mostraban las sesiones continuas en los cines de su Viena natal, sino todo lo que había detrás, las vidas de los actores, directores, los entresijos de las producciones... Al igual que su Joe Gillis él también tuvo que salir huyendo, pero no de un par de matones a sueldo, sino de los nazis que habían confinado a parte de su familia en Auschwitc. Al igual que el guionista fracasado de su película, Billy Wilder buscó refugio en una suntuosa mansión llamada América.
Una vez en Los Angeles, ya trabajando para la industria del cine comenzó a rondarle la idea de escribir sobre una avenida, tomar la parte por el todo y narrar la debacle del cine mudo a través de los actores y directores expulsados del paraíso con la llegada del sonoro. A la derecha pueden ver la casa de John Gilbert, a la izquierda el palazzo de Rodolfo Valentino... El director se apuntaba a cada tour que podía por las mansiones de las estrellas. Enormes y pretenciosas construcciones de estilo ecléctico-californiano, infinitos palmerales salpicados de piscinas vacías, espléndidos y patéticos cementerios de elefantes. Enfrente tienen la villa que perteneció a los Fairbanks...
Así surgió la idea, tras cotejar sus anotaciones con su colaborador, Charles Brackett, se pusieron a componer un guión que tuvo que esperar un tiempo mientras despachaban otros encargos (a mediados de los años cuarenta ya había triunfado como director con Perdición o Días sin huella). El primer borrador trataba de un famoso actor en decadencia, pero luego decidieron cambiarlo por una actriz, tal vez porque los estragos del declive humano pueden ser aún más dramaticos en un rostro femenino.
Cuando en 1948 se les unió un tercero -el periodista del la revista Life, D.M. Marshman- el proyecto tomó la forma definitiva. Parece que fue a éste a quien se le ocurrió la idea de relacionar a la estrella con un guionista en paro, volverla loca de amor (Mad about the boy! reza en la pitillera de oro que la diosa le regaló a su chulo) por un joven escritor en crisis. Este detalle permitiría a los autores tratar sobre la fauna desesperada que se movía por los pasillos de la Paramount, algo que les resultaba más que familiar.
El episodo de una vieja gloria que se cree requerida de nuevo por los grandes estudios, cuando en realidad lo requerido era su viejo y destartalado Isotta Fraschini -presumiblemente algo que había sucedido en la vida real- también surgió en estos momentos. Al igual que el personaje del mayordomo de la diva, el que antes fuera su director y primer marido, el que ahora le mandaba cartas y cartas de falsos fans que suplicaban su regreso a las pantallas.
Y así fue como se construyó uno de los mejores guiones y una de las mejores películas de la historia del cine. Gloria Swanson, William Holden (aunque antes se había pensado en Montgomery Clift para el papel protagonista), Erich Von Stroheim, Nancy Olson y los impagables cameos de Buster Keaton, Hedda Hooper o Cecil B. DeMille ayudaron a convertir esta arriesgada aventura en uno de los mayores éxitos de su estudio. Once nominaciones y tres oscars al mejor guión, banda sonora (Franz Waxman) y dirección artística. Y dos monumentales injusticias: Billy Wilder y la Swanson se quedaron sin estatua. Cosas de los premios, era el año de Eva al desnudo, 1950. Qué películas por dios...
Contar cómo se convirtió en musical en no menos de veinte páginas me resulta más dificil que resumir el antiguo testamento. Pero lo intentaré.
La primera persona que se empecinó en poner música y letra a las desgracias de esta loca de atar fue su protagonista. Gloria Swanson estaba medio retirada cuando se le apareció la virgen en forma de guión y la rescató del olvido para el gran público oyente. Esto le dio nuevas fuerzas para reconducir su carrera y quiso seguir explotando la historia, ahora sobre los escenarios. Richard Stapley y Dickson Hughes escribieron la partitura que fue aprobada de inmediato por la legendaria actriz. Boulevard! iba a llamarse, pero un problema con la cesión de los derechos de la película acabaron por postergar el proyecto hasta que fue finalmente abandonado.
A principios de los ochenta Stephen Sondheim y Harold Prince pensaron en usar este material para su nueva producción juntos (Angela Lansbury iba a ser su Norma, ¿te imaginas?), John Kander y Fred Ebb también acariciaron el proyecto... pero ninguno de ellos logró encontrar el punto dramático, casi operístico, que requería el relato de una delirante diosa destronada.
Finalmente fue Andrew Lloyd Webber quien consiguió llevarse el gato al agua cuando se hizo con los derechos de la película en 1990. El autor llevaba décadas contemplando la idea de hacer un grandioso musical sobre esta famosa cinta (desde que se enamoró de la historia cuando la vió en un cine a principos de los setenta) pero se le interpusieron en el camino Jesucristo Superstar, Evita, Cats y The Phantom of the Opera, ahí es nada.
Una de las premisas de esta empresa fue la de ser lo más fiel posible a la obra maestra de Wilder, para lo que Christopher Hampton tejió un libreto que respetaba la estructura del argumento original casi al cien por cien. La grandilocuencia habitual de las partituras de Webber encajaba a la perfección con esta oscura fábula, y el compositor se apresuró a lanzar un par de temas para ir suscitando el interés del gran público. Mucho antes del estreno, Barbra Streisand los incluía en su álbum Back to Broadway, lo que enfureció a la Norma elegida, Patti LuPone, que se tendría que enfrentar sobre el escenario a las versiones que la diva ya había popularizado. Con esa presión tuvo que aguantar la primera subida del telón, que fue en 1993 en el Adelphi de Londres.
Posteriormente -y ante la decepción de la pobre LuPone- Glenn Close la estrenó en Los Angeles y luego en Broadway junto a Alan Campbell como Joe, George Hearn como Max y Alice Ripley en el papel de Betty. Pero la llegada de la Close al escenario tampoco estuvo exenta de polémica. Días antes de ser contratada por los productores, Faye Dunaway peleaba sobre las tablas del Shubert de LA por alcanzar la nota final de With one look, el tema de presentación de la actriz. Ante las escasas posibilidades de la que era, por otra parte, la perfecta encarnación física del personaje, Webber decidió reemplazarla por una intérprete tan reputada como Glenn Close, que además ya había demostrado solvencia en el canto en directo en obras como Barnum. Y parece que la precipitada decisión convenció al público y a la crítica. Sunset Boulevard se llevó un buen puñado de Tonys entre los que se encontraban el de la protagonista así como el del mejor musical y partitura, naturalmente.
Desde Londres a Nueva York, pasando por Toronto o Melbourne (donde por cierto debutaba un joven Hugh Jackman como Joe), se han sucedido las Normas en los rostros de Elaine Paige -la mejor desde mi humilde opinión- Betty Buckley, Diahann Carroll, Rita Moreno o Petula Clark. Y todas han mandado a Gillis al fondo de la piscina con la mayor dignidad posible. Pero el duelo de diosas no acaba ahí. Desde su estreno se viene barruntando el regreso al cine, esta vez en formato musical. Barbra Streisand, Liza Minnelli, Meryl Streep o la mismísima Madonna han sido consideradas para una superproducción a la que nadie parece querer hincar el diente, y menos ahora, con el terror al fracaso que reina en el showbusiness. Y es que aunque no se puede decir que este haya sido un proyecto fallido -millones de espectadores en todo el mundo avalan su éxito- sí es cierto que los costes de tan ambiciosa producción jamás han llegado a dar los beneficios esperados. Montar los estudios y la fachada de la Paramount, el apartamento de los actores, la Schwab´s farmacy, el garaje, la piscina y el salón principal de la delirante mansión de la Desmond (que subía y bajaba a placer durante la representación) disparó el presupuesto de una producción que ha supuesto la mayor inversión hecha jamás sobre un escenario. Pero las diosas de verdad no merecen menos, aunque anden en horas bajas.
Podremos decir lo que queramos sobre Sir Andrew y su megalomanía, pero nadie como él podría haber sacado adelante un proyecto tan osado como este, algo tan dificil como conseguir estar a la altura de una de las mejores películas de siempre. Y plasmar con toda pompa y circunstancia el ocaso de un tiempo que no volverá jamás, el de una industria que fabricaba mitos para devorarlos después, la consabida historia del éxito y el fracaso, de las luces fugaces y las penumbras eternas, de los ídolos de oro macizo y barro mojado. De todas las Normas enloquecidas y enajenadas descendiendo por las interminables escaleras del olvido.
Alright Mr. DeMille, I´m ready for my close-up!