La visita de la vieja dama
Nunca podrás desprenderte de su fina tela, ni huir del hechizo que te roba la voluntad y la razón. El que te deja maniatado, amordazado, esclavo de su voluntad. Puedes correr, gritar, esconderte... pero no podrás escapar.
Tanto Manuel Puig como Fred Ebb tuvieron que pensar mucho en la muerte al escribir estas palabras, buscando inspiración en algo tan oscuro como la seducción de esa vieja dama que desde las vanitas barrocas siempre fue pintada a la vez bella y horrible. El miedo a la muerte de cada uno se vislumbra entre las letras de la novela y el musical de un modo que estremece. Ya no están ninguno de los dos, y no sabemos cómo las reescribirían si pudieran volver para contarlo.
Argentina cayó en manos del dictador Jorge Rafael Videla en 1976. Algunos años antes un joven escritor homosexual huía de las amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en su exilio mexicano. Ese mismo año y lejos de su tierra natal fue publicada una novela que trataba sobre dos presos durante una dictadura militar, El beso de la Mujer Araña.
Manuel Puig ya era conocido por otras obras que se habían ganado el afecto de críticos y lectores (La traición de Rita Hayworth, Boquitas pintadas, The Buenos Aires affair) gracias tal vez a su descarnado modo de describir su entorno y las imágenes que lo ayudaban a evadirse del mismo. Un mitómano entregado, un idealista, alguien que se negaba a reconocer la suciedad del mundo real huyendo hacia viejas historias de amor retratadas por el cine en blanco y negro. Curioso parecido con uno de sus mejores personajes, el escaparatista Luis Alberto Molina, encerrado en la cárcel por enamorarse de un chaval.
El activista revolucionario Valentín Arregui ingresa en prisión y tendrá que compartir celda con Molina, agua y aceite, dos caracteres opuestos que no podrán soportarse en un principio pero que se irán acercando cada vez más. La necesidad, el miedo y la soledad conducirán al cariño a dos compañeros de fatigas de las peores, y al amor, uno de esos amores imposibles que abonan la buena literatura.
La pena y el sufrimiento físico del recluso se irá aliviando gracias a las historias que inventa o recrea su nuevo amigo, siempre dispuesto a dejarse llevar por las aventuras de glamurosas heroínas de las películas que viven en su cabeza. Sesión doble, precios populares, visite nuestro ambigú y no deje que los golpes o la humillación consigan apagar el proyector.
Años después de la publicación del célebre texto su autor se mudó a Brasil, donde conoció al director que después adaptaría la novela al cine, Héctor Babenco. Y aunque en un principio Puig no estaba demasiado contento con el concepto (ni le gustaba la elección de William Hurt como Molina ni la de Raul Julia como Arregui) finalmente se alegró del éxito que tuvo la producción, que entre otras cosas dio a conocer su obra en todo el mundo.
Una bellísima y turbadora Sonia Braga hacía el triple papel de la protagonista de la película en la imaginación de Molina (Leni), la novia de Arregui (Marta) y la mujer araña que finalmente arrastra a ambos a la muerte. Una excelente fotografía, un montaje y una banda sonora impecables, pero sobre todo unas interpretaciones inolvidables convirtieron esta cinta en una de las de mayor éxito de 1985. Nominada al Oscar a la mejor película (que ese año ganó Memorias de África), dirección, guión y actor principal, finalmente solo se llevó este último. Si la carrera de William Hurt ya hacía tiempo que había despegado, esta película le dio el impulso definitivo y lo elevó al puesto de uno de los mejores intérpretes de su generación. Y es que el papel lo tenía todo: gay, preso, atormentado, mártir por amor... ¿qué más se puede pedir? Pero es que además lo bordó, hay que reconocerlo, pese a las reticencias que Puig mostró al principio por su elección.
Al salir del cine, Fred Ebb corrió a llamar a su compañero, el músico John Kander, y le dijo literalmente: Kiss of the Spider Woman! a lo que este último respondió sin dudarlo: Yes! Y así empezaron a fantasear con la estructura de un posible -y complejo- musical. Y es que desde que estrenaron The Rink (1984), la carrera de los autores de Cabaret y Chicago estaba en un momento de receso con el que había que acabar. Y esa historia de amor y muerte tenía todas las posibilidades, así como las perfectas situaciones musicables y la oportunidad de incluir una gran variedad de ritmos latinos desde el tango a la rumba. ¡Es curioso como para los compositores de Broadway desde México hasta la Patagonia todos bailan lo mismo!
Lo primero que hicieron fue ir a ver a Harold Prince, con quien habían trabajado desde una de sus primeras piezas, Flora the Red Menace (1965) y que no tardó un minuto en ponerse al mando de la producción. Contactar con el escritor Terrence McNally para que se encargara del libreto -lo que quiso hacer el mismo Puig pero que finalmente declinó por no sentirse muy cómodo escribiendo en inglés- y empezar a barajar nombres de actores fue el siguiente paso de este largo camino que comenzó en 1989 y acabó con el estreno en el West End en 1992 y un año después en Broadway.
Chita Rivera fue la primera opción -que no la única- para el personaje de Aurora, la femme fatal y la fatal Spider Woman. Y es que lo tenía todo, aparte de fetiche de Kander, Ebb y Fosse, además de ser latina -un factor decisivo en el rol- cantaba, bailaba y actuaba como nadie aún a sus casi sesenta años. Este fue precisamente el único factor que jugaba en contra de la actriz, la edad. Pero sobre el escenario la Rivera podía ser lo que quisiera, y su potencia y magnetismo todavía estaban a años luz del de muchas más jóvenes. Sin ir más lejos, la bellísima Vanessa Williams la reemplazó en el papel pero aunque estuvo muy a la altura de las circunstancias, nunca llegó a igualarla en fuerza, garra y dramatismo sobre el escenario.
Brent Carver como Molina y Anthony Crivello como Valentín completaban el reparto del estreno en Londres en el 92 y en Broadway al año siguiente. Brian Stokes Mitchell y Howard McGillin fueron algunos de los sustitutos de lujo del cast original, así como Maria Conchita Alonso, Carol Lawrence y la citada Vanessa Williams se envolvieron en la tela de araña de la protagonista en siguientes producciones.
El show fue uno de los mayores éxitos de su tiempo, como lo habían sido el libro y la película. Arrasó en los Tonys de 1993 en los que se llevó 7 premios, incluidos los de mejor musical, actor, actriz y partitura. Y los críticos, que con un cúmulo de prejuicios al principio no aprobaron el montaje, se acabaron rindiendo en su mayoría ante una obra tan potente como conmovedora, tan original como clásica.
Y todo gracias a Kander, a Ebb, a Prince, a McNally, a Rivera... pero sobre todo al hombre que un día imaginó esta historia de sacrificio, fantasía, realidad, amor y muerte. Lástima que Manuel Puig sucumbiera a su propia mujer araña cuando el proyecto aún estaba por estrenarse. El 22 de julio de 1990, mientras el primer borrador del show acababa de presentarse en la State University de Nueva York, aún sin la forma definitiva en estructura, escenas o canciones, el escritor moría en un hospital de Cuernavaca con 58 años y toda una obra por delante, porque la vida ya la había vivido y a base de bien.
La crónica oficial hablaba de un ataque al corazón tras una operación de vesícula, las malas lenguas lo incluían en la infinita lista de artistas víctimas del sida. Como si importara. Víctima de la vida, del Proceso de Reorganización Nacional de Videla (¿habráse visto mayor eufemismo?), víctima del amor, del desamor, de la fantasía y de la realidad. Presa de la pegajosa tela de araña que a todos nos acecha, nos atrae, de la que tarde o temprano, queramos o no, no podremos escapar.